Carmen Franco

Eduardo García Serrano

Sierra Norte Digital

Padre, no soy más que la herencia de tu nombre”, así almenaba Goethe su vida, su obra y su gloria. Carmen Franco ha muerto. Hija del estadista más grande del siglo XX español, llevó siempre, con la lacónica dignidad de su elocuente silencio, la leyenda negra que fabricaron sobre la “herencia de su nombre”. Leyenda tan falsa como el beso de Judas y tan barata como las treinta monedas que cobró por su traición.

Carmen Franco tuvo que contemplar cómo los mismos que encendieron la pira funeraria de su padre como Aquiles encendió la de Patroclo y Alejandro la de Hefestión, todos, del primero al último, aventaron sus cenizas en el viento de la felonía tejiendo un relato y un balance abominables de la vida y la obra del Generalísimo Francisco Franco.

Los que le sirvieron y los que de él se sirvieron maquillaron, todos, sus biografías buscando el acomodo en la epifanía de un nuevo Régimen que, aún hoy, se sustenta en la herencia de Francisco Franco. Y los que salieron de las madrigueras del odio con la vejiga llena de rencor y derrota encontraron en esa epifanía la indemnización de su miseria moral.

Nada hay más doloroso que contemplar en vida la lapidación del nombre, de la memoria y de la obra del padre. Y Carmen Franco tuvo una larga vida que recorrió con el mismo valor con el que su padre luchó contra los enemigos de España desde las hirvientes arenas del norte de África hasta las heladas estepas de Rusia.

Que la tierra te sea leve, Carmen. Descansa en paz y que Dios te acoja en Su Gloria junto al legionario Francisco Franco, el soldado y estadista más grande del siglo XX español.


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