Episodios nacionales

Aquilino Duque

Diario de Sevilla

La
novela, y más la novela realista y sobre todo la histórica, tiene que ser
verosímil. A algunos jóvenes aspirantes a novelistas que han tenido la
deferencia de enviarme sus novelas premiadas, les he aconsejado a mi leal saber
y entender que aun en la ficción, hay que contar la historia como ha sido, no
como el autor quisiera que fuera. Todo el que sucumba a la moda de la historia
ficción está condenado a que sus productos, por mucho éxito comercial que
tengan en un primer momento, sean de usar y tirar. La tardonarrativa sobre
nuestra Guerra Civil y sobre nuestra trasguerra -nada digamos del cine-, no es
más que un torpe intento de remedar al Confusio galdosiano, aquel pobre
foliculario de las campañas africanas que pintaba la historia, no como era,
sino como a él le gustaba que hubiera sido.

Una
que no hizo trampa fue Elena Fortún. En Celia
en la revolución
, quien salva y protege a Celia, que ha logrado escapar a
Valencia del Madrid de los paseos y los bombardeos, es precisamente un oficial
del Ejército rojo a punto de pasarse a los nacionales. Hace un tiempo hizo
fortuna un relato, que no tardó en llevarse al cine, sobre la milagrosa
salvación del poeta Sánchez Mazas, fascista y cobarde, por un rojo gallardo y
generoso, al que lo único que le faltaba era que le brotara un par de alas y lo
coronase una aureola. Yo intuía, algo influido acaso por el relato de Elena
Fortún, que lo más verosímil hubiera sido que el rojo salvador fuera lo que
fueron muchos combatientes de las tropas vencidas: un pobre hombre derrotado
deseoso de pasarse a las filas contrarias.

Ya
me había olvidado un tanto del asunto, cuando por puro azar llega a mi
conocimiento la noticia de que “tanto
Sánchez Mazas como su hijos
-el también escritor y premio Cervantes, Rafael
Sánchez Ferlosio, o el filósofo, lógico-matemático y ensayista Miguel Sánchez
Ferlosio- han contado cómo más tarde un
grupo de campesinos republicanos desertores
-“los amigos del
bosque”, como los llama el escritor- le
encuentran a poco deambulando, casi ciego y hambriento. Le ayudan a esconderse
en un pajar de Mas de la Casanova. Daniel Angelats, Joaquín Figueras y María
Ferré se cuentan entre estos benefactores que ayudan a los futuros vencedores
del bando nacional, un poco a modo de salvoconducto en los últimos momentos de
una contienda que ya se intuye del todo perdida por el bando republicano. Unos
diez días después, ya en Barcelona, Sánchez Mazas puede contar en un noticiario
radiofónico el milagro de su supervivencia de entre los “mártires de
Collell”, como se llamará tras la guerra a los allí fusilados
.”

No
me sorprende para nada el hecho de que en nombre de la mal llamada memoria
histórica, lo que pasó no se cuente como pasó, sino como se quiere que hubiera
pasado, de modo que la rocambolesca versión novelesca y cinematográfica venga
prevaleciendo sobre la versión no menos rocambolesca pero más verosímil del
legendario lance. Hace años, cuando el “régimen anterior” conmemoraba
los 25 años de paz, un poeta del Puerto de Santa María escandalizaba a los
progres con unas Coplas de las aguas turbias en las que decía entre otras
cosas: ¡Lo demás es lo de menos!/ Aquí se
acabó el jugar/ a los malos y a los buenos.

Cuando
por fin cambiaron las tornas, hubo un forcejeo entre los que querían la reforma
y los que pretendían la ruptura. La ruptura era con la historia inmediata, algo
difícil de momento, así que se empezó por la geografía, fragmentando la nación
en autonomías con ínfulas de nación, para más tarde enfrentar a los españoles
una vez más en malos y buenos con la monserga de la memoria histórica. Puestos
a llamar las cosas por otros nombres, darían en llamar “reconciliación
nacional” a este enfrentamiento artificial para invertir la historia con
efecto retroactivo. Aun así, me alegré de oírle decir a alguien con mando en
plaza en el actual sistema de libertades que ellos venían a “tender
puentes”, y no a “cavar trincheras”. Poco me duró la alegría
cuando reparé en que nunca se han cavado tantas trincheras en nuestra patria
como ahora, con el piadoso pretexto de cavar fosas en busca de cadáveres que
arrojar a la cara de los “buenos” de ayer, que no son otros que los
“malos” de hoy.

La
historia-ficción es, me temo, como la narrativa y el cine que la apoyan: de
usar y tirar.


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