Rodríguez Zapatero: la impostura estándar

Antonio Escohotado

Libertad Digital

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el nombre José Antonio Primo de Rivera (1903-1936) en múltiples vías
públicas de todo el país devuelve actualidad al engendro amnésico y
tergiversador llamado Ley de Memoria Histórica (2007), que se quedó
sin fondos pero no ha sido derogada. En los albores del siglo XXI, cuando la
experiencia de regímenes comunistas en cuatro continentes no puede ser más
unívoca, dicho precepto se ha permitido dividir España en los buenos
(“víctimas del franquismo”) que perdieron la guerra civil, y los
malos (“bando sublevado”) que la ganaron, como si hubiese sido un
conflicto entre partidarios y enemigos de los derechos civiles, y resucitar
parte de sus horrores fuera ecuánime en vez de canallesco.

Ateniéndonos
a la concepción del mundo de Rodríguez Zapatero, promotor de dicho precepto, el
planeta seguiría escindido en progresistas y fascistas, aunque el fascismo fue
la divisa de Mussolini, el menos criminal con mucho de los mesías
totalitarios inspirados por Lenin. En efecto, los archivos de su régimen
demuestran que entre 1927 y 1945 no hubo un solo ejecutado sin juicio, y los
tribunales dictaron 10 penas de muerte por sedición. Compárese esa cifra con
los millones de ejecutados durante el mismo periodo en la URSS, bajo el cargo
“enemigos del pueblo”. Tampoco hay duda de que la Gestapo nazi mató a
miles de disidentes ideológicos, y a muchos más por higiene racial; pero
recuérdese que Himmler calcó su reglamento del de la Cheka soviética, y
sus campos de concentración calcaron también los del sistema gulag, montado
veinte años antes.

Está
por ver si una discriminación positiva sine die logra evitar la iniquidad
sustancial del discriminar, o más bien estimula un clientelismo perverso.

Según
Zapatero y sus émulos, el fascismo no sería un fenómeno derrotado
estadísticamente nulo desde mediados del siglo XX, sino la peor amenaza para el
actual Estado de derecho. De ahí su inclinación a dialogar con integristas
islámicos, castristas, chavistas, etarras y demás adversarios del
“Imperio”, como si reeditar experiencias coloniales no fuese el
destino de países como la URSS, la China de Mao o Cuba, obligados a ello por su
incapacidad para producir bienes y servicios competitivos, mientras el resto
establece alianzas comerciales en vez ideológicas y militares. Progres de esa
naturaleza no se han enterado aun de que Norteamérica sigue siendo el campeón
del aislacionismo, y confunden democracia con poner primeros a los últimos, la
más violenta y ruinosa de las metas, nacida de trasladar al reino físico el
“benditos sean los pobres de espíritu, porque de ellos será el reino de
los cielos”.

Además
de sumir a su país en bancarrota, y financiar la secesión desde su presidencia
del Gobierno central, Zapatero se permitió redefinir los deberes de
padres, hijos y esposos como si hacer de Moisés y Solón no fuese abuso del
derecho, y está por ver si una discriminación positiva sine die logra
evitar la iniquidad sustancial del discriminar, o más bien estimula un
clientelismo perverso. También decretó que los jubilados perderíamos la pensión
en caso de seguir trabajando, aunque la nueva legislación sobre autónomos haya
derogado semejante miseria. Considerando unas y otras cosas, quizá comprenda
que si la vida me da salud estudiaré de cerca hasta qué punto los nuevos
juzgados y dependencias creadas para combatir la violencia de género están
promoviendo justicia, veracidad y honradez.

En
cualquier caso, estas líneas se conforman con poner de relieve lo inicuo de la
llamada memoria histórica, cuyo punto de partida es educar al estilo Institut
Nova História, que sería hilarante si no partiese de malversar fondos públicos,
como el resto de las iniciativas tendentes a sustituir la prosaica realidad por
un nudo de reflejos condicionados pavlovianos, troquelando un maniqueísmo con
anverso victimista y reverso supremacista. Fiel a ello, el Institut declara que
la Gioconda tiene Monserrat como paisaje de fondo, pues Leonardo creció allí, y
anuncia lo mismo sobre Rodrigo Díaz de Vivar, Colón, Garcilaso, Cervantes (hijo
al parecer de Miguel Servet), La Celestina, El lazarillo de Tormes y
otros clásicos. Pensar cosa distinta deriva de que “los castellanos”
destruyeron originales y falsificaron registros.

Aupado
a secretario general en 2000 por los votos del PSC, alguien nacido en
Valladolid y formado en León identifica también al Estado español con un
opresor de las nacionalidades, y subvenciona magnánimamente el separatismo
catalán instando el Estatut de 2006. Por lo que respecta a nuestra guerra
civil, la ciencia infusa sustituyó el estudio para alguien nacido en 1960, y
tan dedicado desde 1979 a ascender por las lianas burocráticas como para no
tener tiempo de aprender inglés. Yo sé de aquello por mis padres, él por sus
abuelos, pero estar una generación más lejos no le ha sugerido investigar
documentalmente historia de España, como acabé haciendo yo un par de años.

Según
sus propias declaraciones, para tomar partido sobre los bandos contendientes le
bastó “un fuerte apego al obrerismo minero” y un abuelo paterno
fusilado. A mí el nombre propio me viene de un tío carnal falangista muerto
coetáneamente, y aunque luego militase en la extrema izquierda -cuando
resultaba peligroso en vez de rentable-, nunca me perdonaré la frívola falta de
respeto hacia mis padres implicada en dudar de su testimonio. Ellos, que habían
votado al socialista Besteiro en el 32, tuvieron sobradas razones para combatir
después por activa o pasiva el resultado del frentepopulismo, con Pasionaria
de adalid democrático y Negrín velando por el patrimonio común. La ley de 2007
se propuso reparar moral y monetariamente a “quienes padecieron
persecución o violencia durante la guerra civil”, pero excluir a los del
“bando sublevado” –que entonces se llamó “nacional”, por
razones obvias- equivale a velar el núcleo más atroz de lo ocurrido, en función
de suposiciones falsas.

La
primera es omitir el peso alcanzado aquí por lo que Marat bautizó en 1792 como
“agresión defensiva”, alegando que exterminar a los detenidos
“salvará preventivamente a millones de patriotas”. No hay la menor
duda de que eso inspiró en noviembre del 36 las masacres de Paracuellos, donde
sucumbieron al menos 2.500 presos, entre ellos el comediógrafo Muñoz Seca, un
“fascista” que era más bien monárquico. Tampoco hay duda alguna de
que Madrid se convirtió en una gigantesca Cheka, con 225 sucursales
minuciosamente identificadas por el último libro de Jiménez
Losantos, Memoria
del comunismo
(2018).

Si
nos preguntamos qué pasó en la capital entre abril y junio de ese año, una
circular del Gobierno fechada el 2 de julio nos informa de que “un
centenar de iglesias y conventos fueron asaltados e incendiados, y muertos 40
falangistas como represalia por más de 50 víctimas entre las organizaciones de
izquierda obrera”. No obstante, el detonante del alzamiento llega el 13 de
julio, cuando un grupo de policías y parapolicíasasesina de dos tiros en
la nuca al diputado jefe de la oposición, José Calvo Sotelo –otro
“fascista” vehementemente contrario tanto a la Falange como a
Mussolini-, y el Gobierno se opone a investigar el asunto. Como explica
Pasionaria a las Cortes, “se lo tenía bien merecido”.

Tras
esa muestra de respeto por el principio de legalidad, el Gobierno reacciona a
la insurrección consintiendo que se generalice el “terror
revolucionario”, y en noviembre huye en masa a Valencia, dejando Madrid
librado a una Junta de Defensa, aunque Franco no tarde en comprender que menos
de 20.000 hombres son insuficientes para tomar una urbe defendida por el doble.
El mes anterior su ministro de Hacienda entonces, Negrín, regala a Stalin
dos tercios de la tercera reserva mundial de oro, que de haberse situado en
Londres o París habría permitido sostener la peseta, pero en Moscú solo compra
algo de material militar eficaz y bastante chatarra.

En
la primavera siguiente comienza la purga del POUM, porque la obsesión de Stalin
es Trotsky, y no tanto ganar una guerra donde solo un bando demuestra luchar
con entusiasmo. Mientras Nin muere despellejado vivo en los alrededores de
Madrid, negándose a “confesar” que está pagado a medias por Wall
Street y los nazis, Pasionaria declara en el proceso abierto en Barcelona
contra su formación: “Cuando la vida de un pueblo está en peligro, es
mejor condenar a cien inocentes que absolver a un solo culpable”. Poco
después de que Barcelona se rinda sin pegar un solo tiro, Stalin opta por
repartirse con Hitler las repúblicas bálticas y Polonia, aun a costa de entrar
en guerra con Inglaterra y Francia.

Y
entretanto, ¿quién fue José Antonio? Mi padre, que le conoció de
cerca, me dijo que fue un señorito andaluz bondadoso, muy católico y
obsesionado con la justicia social. Releer su discurso al fundar la Falange lo
demuestra, así como su alarma ante los herederos de Rousseau y Marx, para los
cuales “la justicia y la verdad no son categorías permanentes de
razón”. Hasta terminar la guerra los falangistas nunca pasaron de unos
pocos miles, y su líder estuvo encarcelado desde el 14 de marzo hasta el 20 de
noviembre de 1936, cuando un juicio a puerta cerrada terminó ante el pelotón de
fusilamiento.

Un
mes después de comenzar las hostilidades, como consta incontrovertiblemente,
abogó por la reconciliación​ sin condiciones, declarando que “el triunfo
absoluto de un bando, no supervisado por nadie, retrotraerá a las guerras
carlistas, arruinando todas las conquistas de orden social, político y
económico”. A eso añadió: “Sea como fuere, que sea mía la última
sangre española vertida en discordias civiles”. Ahora la exigencia de que
se borre toda referencia a él en vías públicas solivianta a algunos alcaldes,
provoca irrisión en otros y tampoco falta quien corre a cumplir la Ley de 2007.
Entretanto, el GPS me descubre que hay dos calles en Madrid dedicadas a Margarita
Nelken, una cerca de Galapagar (donde resido) y otra en Coslada.

¿De
quién se trata? Wikipedia explica que fue condecorada personalmente por Stalin
en 1942, y murió en México bastante después, siendo allí “la más
influyente crítica de arte”. También menciona que formó con Carrillo
y Segundo Poncela el triunvirato responsable de las masacres de Paracuellos.
Quien se interese por evidencias documentales debe consultar la monografía del
historiador inglés Julius Ruiz, Paracuellos, una verdad incómoda (Espasa,
2015). A mí me toca ver cotidianamente la placa celebratoria de alguien sobre
cuyas espaldas recaen miles de asesinatos; pero por toda España debe ser
maldito el nombre de quien fue asesinado pidiendo ser la última sangre
derramada en discordias civiles.

Luego
me preguntará alguien por qué pienso dedicar buena parte de mis últimos días a
investigar si Rodríguez Zapatero no solo es responsable de la bancarrota, la
reviviscencia del guerracivilismo y la financiación de los separatistas
catalanes, sino de algo más duradero e insidioso. Me refiero a envenenar las
relaciones filiales y maritales, tergiversando el espíritu de la ley para
introducir en ese ámbito la pulsión cainita, resuelta a odiar la propiedad, la
autonomía y el mérito.


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