In memoriam de una gran señora, por Agustín Castejón Roy

 

 

Agustín Castejón Roy

 

Me encarga La Fundación que derrame unas letras en memoria de Carmen Franco Polo. Ocasión única que se me brinda para dejar obligado testimonio de un personaje querido y respetado.

Sólo desde mi entorno severamente personal no sé si seré capaz de dar a estas líneas toda la belleza que merecen; no obstante, debo intentarlo aportando mi mejor empeño en el logro de algo que me es serenamente familiar y gozoso.

Carmen – q.e.p.d – era amiga personal, y algo más, de mi difunta esposa Mercedes de Senmenat Fábregas. Completaba el trio de excelencia Lolita Aznar, viuda del naviero vasco y personal amigo del Generalísimo.

En razón de lo relatado inventariar los momentos felices vividos a su lado es una proeza. Dos seres humanos: Carmen y su esposo Cristóbal con los que tuve el honor de convivir entrañables espacios llenos de un gozo inenarrable.

También hubo otra panorámica a contemplar no ajena a lo personal pero sí distinta. Dediqué una atención especial durante catorce años de mi vida a la Fundación Nacional Francisco Franco, primero como Patrono propuesto por los Excelentísimos Sres.: Joaquín Gutiérrez Cano y José Utrera Molina posteriormente como Vicepresidente segundo de la honrosa Institución.

Allí en su sede  de Marqués de Urquijo desfilaron horas y horas de mi vida gozando con la tarea y conocimiento de los egregios Patronos, personas que o bien desde la Milicia o la Política, habían servido con lealtad eficaz al Régimen del 18 de Julio y a su guía Francisco Franco.

El puesto de responsabilidad obligaba un trato fluido con la Sra. Duquesa, quién siempre me deparó un afecto reconfortador y estimulante. Barcelona y Madrid eran etapas por cuya vía férrea transcurrían los trenes Talgo donde las noches se descansaba para en la mañana empezar la tarea.

Al lado de Carmen y en vida de la señora de Meirás gozamos de una audiencia en su casa de Hermanos Bécquer, donde un grupo de españolísimos catalanes ofrendamos a la Sra. El ejemplar “cero” de la obra “Catalunya con Franco” departiendo – sin prisas- un diálogo cordialísimo lleno de gratitud por la lealtad plasmada en la obra hacia el hombre creador de la nueva hispana Patria.

También acompañamos – mi Sra. y yo – al matrimonio Martínez Bordiú en el fallecimiento, funeral y traslado de sus restos mortales a su última morada en el Panteón familiar, cementerio del Pardo.

Con puntualidad rigurosa cada 20 de Noviembre, Félix Morales y yo la esperábamos al pie de la escalinata que conduce a la Basílica del Valle de los Caídos, asistiendo al funeral – presidido por ella – y cortésmente saludada por el Reverendo Padre Abad del Valle; Santa Misa solemne y Eucaristía por el eterno descanso del alma de Francisco Franco y de José Antonio Primo de Rivera.

En su caserón de madera instalado en el Pantano (Guadalajara) disfrutamos de unas jornadas familiares con el matrimonio. Lugar propicio para que ella comentara plácidamente anécdotas referidas a su padre, quién poco pudo gozar del silencioso lugar de reposo y paz. Carmen me decía que el Generalísimo respetaba el descanso del personal de su escolta razón por la que se quedaba en El Pardo. Allí, el fin de semana le distraía conversar con sus amigos – Eduardo Aznar, el marido de Loli, entre otros – alguna película de cine español y si se terciaba, el fútbol.

Carmen que normalmente era siempre dueña de sus silencios se explayaba en versiones como éstas:

Coincidimos en Cabañeros, finca propiedad de los Aznar donde ella se sentía como en su propia casa, aparte de practicar el deporte de la caza que le apasionaba. Su escopeta no era la del Conde de Teba, pero estaba en un buen listón de aciertos en el cobro de piezas.

Acabada la jornada cinegética todos los monteros tertuliaban de lo acaecido en el evento. Fraga, nada opinaba pues recordaba el disparo equívoco al “salva sea la parte” de Carmen.

Falleció Cristóbal, funeral Jesuitas de Serrano y una vez más al lado de Carmen como obligaba la inveterada amistad.

Con una entereza envidiable hubo de soportar inoportunos, cuando no lesivos comentarios de personas cuyo nombre prefiero obviar. Personalmente fui testigo de excepción en dos de esas desafortunadas oraciones en las que Carmen dio por respuesta una elegancia y un señorío dignos del mejor elogio.

Promoví con especial solemnidad, aquí en Barcelona, la celebración del primer centenario del Nacimiento del Generalísimo. Logré, gracias a la generosidad de la familia Gaspart llevar a cabo el ciclo de conferencias en la más señera instalación hotelera de la ciudad.

Puse la idea en la Fundación que me dio luz verde si reunía los fondos necesarios, para su realización.

Obtenidos éstos con aportaciones personales de mis amigos, la idea se hizo realidad. Se llenó hasta los topes el enorme Salón Imperial donde historiadores y Ministros de Franco disertaron sobre la obra y legado, llevado a cabo y dejado a los españoles por el Generalísimo.

Invité a Carmen Franco a presidir el cierre del ciclo – ocho conferencias – protagonizado por José Utrera Molina con posterior cena y homenaje de gratitud a la familia Gaspart por su generoso gesto. Satisfecha y feliz por la seriedad, rigor y numerosa presencia, me agradeció lo realizado.

Recibió con suma complacencia los gestos de adhesión ofertados por los asistentes. Una vez más, la Barcelona con Franco se manifestó leal con su memoria.

A su lado estuvimos en Oviedo. La Hermandad de Defensores de Oviedo celebraba cada año el aniversario de la liberación de la ciudad con una serie de actos que completaban toda una jornada. En su sede social acudían los afiliados  a recoger su típico “bollu” y participar    en la solemne Misa funeral, comida de hermandad y presencia en la conferencia que el Diario “La Nueva España” albergaba en su sede. Un año después asistí a varias. La Fundación me encargó que pronunciara unas palabras sobre la figura del Generalísimo. Ocasión a la que asistieron Carmen y Cristóbal. Acabada la disertación con el beneplácito de ellos fui invitado a una excelente celebración. Carmen, ovetense de raíz, hizo abrir un fabuloso palacete de una familia amiga donde tuvo lugar una excelente colación y posteriores charlas con los asistentes, todos ejemplares españoles homenajeando al matrimonio Martínez Bordiú. En esta oportunidad Cristobal embargado por el fervor y patriótico acaecimiento me colmó de parabienes y abrazos.

A su lado cada año en la Plaza de Oriente, donde con toda solemnidad se celebraba el clásico 20-N. Intervenían brillantes oradores glosadores de la irrepetible figura del Caudillo, ante una muchedumbre que enfervorizada dirigía su mirada al balcón de Palacio para oír al guía y capitán de la Cruzada. Era el reiterado plebiscito de todo un pueblo a su salvador. Cada año la cita imponía obligada presencia.

Mi visión sobre Carmen Franco Polo sería incompleta si la epilogara aquí. Creo que debe completarse desde otras artistas de humanidad y ternura. Fue una madre ejemplar, amante de su generosa prole a quién dedicó lo mejor de sus existencia. Amor y una excelente educación para cada uno de sus hijos ante los que se esforzaba en combinar exigencia y comprensión de esta manera era el mástil de una familia, el sostén donde todos acudían cuando el problema necesitaba el consejo – sabio y amoroso – de una madre. Generosamente estuvo siempre al lado de todos ellos, a los que vio crecer y en todas las etapas de su desarrollo jamás les faltó el calor de su madre. Así fue hasta el último segundo de su existencia.

Tuvo el trato adecuado para cada uno; tengo la certeza que no la olvidarán jamás.

En más de una ocasión fui interrogado sobre quién y cómo era Carmen Franco.

Quién era es público y notorio. El cómo era ya es más complejo. Yo la veía y observé a través del obligado trato, que era una persona exquisitamente reservada y prudente. Siempre serena, nunca precipitada, callada, fría observadora y rodeada. De palabra medida y respetuoso silencio. Contaba con los dedos de las manos sus amigos, refiero a amigos con los que pudiera confiar plenamente. Margarita Orfila, era de estas aparte de contadas excepción a uno y otro lado del atlántico, con quien pasaba veladas en las que se sentía feliz. Los cultivó con mayor asiduidad en la medida que la canallada roja con feroz encono la faltaba el respeto. Afrontó el empuje del Pazo de Meirás y traslado de los restos mortales de su padre con un señorío frígido, repulsa firme y verdad defendida con voluntad de hierro que mantuvo hasta el último suspiro.

Ya no está con nosotros descansa en la Paz Eterna que el Señor guarda a sus predilectos. Amó a España con firmeza de soldado ejemplar, teniendo siempre presente que el Todopoderoso, en su infinita misericordia, le reserva sitial de honor en el merecido cielo.

Así es como yo vi a Carmen, reconozco que el relato, aunque objetivo tiene trazos de apasionamiento. Si me he pasado, y creo que no, humildemente solicito vuestra indulgencia.

Nuestra relación tuvo luces y sombras, me quedo con el brillo de la luz y olvido cuanto hubo de penumbra.

Lamento de todo corazón la ausencia de la GRAN SEÑORA.


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