Homilía de la Santa Misa Funeral por Francisco Franco. 20 de noviembre de 2018.

Por Rodrigo Menéndez Piñar, pbro.

 

 

Yo soy la Resurrección y la vida. El que cree en mí aunque haya muerto vivirá. Y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre (Jn 11, 25-26).

Venerables y muy queridos hermanos en el sacerdocio que venís para ofrecer lo más grande que puede ofrecer un sacerdote, el santo sacrificio de la Misa; muy queridos familiares de Francisco Franco; presidente y miembros de la Fundación que lleva su nombre; queridos hermanos todos.

 

Yo soy la Resurrección y la Vida. Dejemos que estas palabras del Señor llenen este templo y sean como luz en nuestras almas para que más allá de nuestros sentimientos patrióticos, comprendamos el significado profundo de lo que estamos haciendo hoy aquí.

 

Yo soy la Resurrección y la Vida. Misa de Requiem por un difunto es ofrecer y aplicar el fruto del sacrificio de Jesucristo, el que nos pudiera corresponder por nuestra participación, por el alma de aquel por quien se reza, esperando alcanzar, mediante esta ofrenda, la Vida para aquel que no la está disfrutando aun por la pena de los pecados aun no purificados, y la Resurrección para aquel que participó primero en la muerte de Jesucristo.

Hemos escuchado en el fragmento de la carta del apóstol San Pablo a los romanos: Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él (Rm 6, 8). ¡Morir con Cristo! ¡He aquí la aspiración más grande de nuestras vidas! Beati mortui qui in domino moriuntur…Dichosos los muertos que mueren en el Señor (Ap 14, 13) porque sus obras les acompañan como un cortejo.

 

No podemos nunca en un funeral canonizar a nadie, ni siquiera a un hijo tan excelso de la Iglesia que mereció la máxima distinción que Ella concede: caballero de la Orden Suprema de Jesucristo. Hemos de rezar, pidiendo misericordia y perdón por sus pecados, pues nadie, salvo la Inmaculada Concepción de la Virgen María, estuvo libre de ellos durante su vida terrena. Pero sí podemos dar gracias a Dios (es éste uno de los cuatro fines de la Santa Misa, el fin eucarístico) por las obras que acompañaron a los que mueren en el Señor, porque en ellas reconocemos la mano de Dios, dador de toda virtud.

 

Hago mías las palabras que el venerable José María García Lahiguera, siendo arzobispo de Valencia, pronunció en el Funeral de Francisco Franco: “Nosotros tenemos que hablar del alma. Ya habrá quien hable de otros aspectos de esta singular persona. […] Aquí hablamos de su alma […] para entusiasmarnos más, si cabe, y pedir con más fervor, si es posible; para que esa alma nos sirva a nosotros de empuje y acicate”.

¿Qué obras de Francisco Franco pueden hoy servirnos, qué obras pueden ser empuje y acicate para nosotros que estamos aquí congregados en una misma fe? Las obras del alma.

 

Sicut Vita, finis ita dicen los clásicos. Como se vive, así es nuestro final.

 

Españoles: Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como católico. En el nombre de Cristo me honro, y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir. Pido perdón a todos, como de todo corazón perdono a cuantos se declararon mis enemigos, sin que yo los tuviera como tales.”

Queridos hermanos, Franco nos dejó una perla preciosa en las palabras de su testamento. Conciencia clara del juicio de Dios, petición humilde de misericordia, deseo de morir en Cristo para vivir con él… y algo que no puede faltar en un cristiano… ¡¡perdón a todos!! Esa fue su súplica, junto con su propio perdón a tantos enemigos, sin que él los tuviera por tales. No hay mayor gesto de elegancia humana y espiritual en un hombre, porque es lo que más lo asemeja al que, siendo el único Inocente en todo, pidió perdón para todos nosotros en las personas de sus verdugos: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc 23, 24).

 

Me atrevería a decir hoy aquí, queridos hermanos, que siendo insuperable su obra, como ha dicho hace poco uno de sus biznietos (la Clase Media, la Seguridad Social, las Viviendas Protegidas, las carreteras, las universidades, los hospitales, las industrias, los pueblos, los pantanos, los bosques …), y todo esto por y para España, por puro amor a Ella; me atrevería a decir que es precisamente su testamento espiritual, las obras de su alma, el tesoro más grandioso de su herencia.

 

El contribuir a la restauración espiritual de España, empezando por la santificación de su propia alma, es para mí la mayor de sus obras, y creo que la más pisoteada… por la maldad de los enemigos sí, pero sobre todo por el olvido de los que deberíamos ser sus amigos.

 

El P. Roberto Cayuela s.j., gran especialista en estudios de humanidades clásicas, ofreció este testimonio en muchas revistas de importancia internacional a petición del propio prepósito general de la Compañía de Jesús: “Durante la Cruzada de liberación era ejemplar para todos los que le rodeaban verle acudir al Señor con iluminada piedad y devoción, ante todo en las ocasiones más graves y difíciles. Pero una vez constituido Jefe del Estado Español y, sobre todo, terminada la guerra […], podemos decir a boca llena que se entregó Franco a una vida de completa perfección cristiana: misa y comunión diarias; santo rosario todos los días, y buenos ratos de lectura doctrinal católica y del ejercicio de las virtudes cristianas; y para adelantar más en la vida de perfección cristiana, la práctica de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, para lo cual dedicaba todos los años unos días de completo retiro”.

 

Yo me pregunto si aquellos que amamos y valoramos la obra de Franco, valoramos, amamos y perseguimos con todas nuestras fuerzas, lo mismo que él perseguía: el deseo ardiente de santidad. Es el testamento de su alma.

 

En la homilía que hemos citado del venerable García Lahiguera (que sabía bien lo que decía pues dio a Franco y a su esposa dos tandas de ejercicios en diferentes años y pudo intimar espiritualmente con él en los largos ratos de silencio de esos días) continuaba, al exhortarnos a aprender del alma de Franco:

 

porque fue siempre delante de nosotros marcando caminos de lealtad, de fidelidad, de entrega al cumplimiento del deber, de perseverancia, de estabilidad, de tranquilidad, de naturalidad, y todo con su sonrisa imperturbable. Al tropezar con esas almas grandes, no sé qué pasa que parece que no se conmueven, pero intuimos en su interior un mundo inmenso que no podemos conocer. La historia de Franco es la historia de su alma. Interesa, pues, asomarnos a su alma”.

 

Sólo remontándonos a un odio que no es de este mundo se puede comprender lo que está pasando estos días. Pero nosotros, sin dejar de defender por justicia todo lo que es necesario defender, hemos de acometer esta defensa como Franco querría de nosotros, o, mejor dicho, como nuestro Señor Jesucristo quiere y como se complace en mostrar en las almas de sus mejores hijos.

 

¡Búsqueda incesante de la santidad, primero de la personal, la de mi propia alma, para poder así mejor trabajar por la extensión del reinado social de Cristo! Llamó la atención de muchos (y hay innumerables testimonios de ello) la vida interior de este hombre que vivía en Dios. La Misa… acto supremo para un cristiano… ¿cómo la vivo yo? Franco seguramente tenía más ocupaciones y de mayor importancia que cada uno de nosotros… y, sin embargo, Misa diaria. El rosario diario… La Virgen le dijo al padre Claret, santo: “Antonio, en el rosario está cifrada la salvación de tu Patria”… y sin embargo a mí parece que se me cae de las manos… lectura espiritual, práctica de los ejercicios… así podríamos seguir con tantas cosas…

Pero hay algo que llama particularmente la atención… ”todo, decía García Lahiguera, con su sonrisa imperturbable”.

 

Hay que combatir los nobles combates de la fe, quizá cada vez con más dificultad por la saña de un lado y la antipatía del otro… como diría José Antonio, al que también encomendamos hoy aquí, y de cuyo testamento podríamos aprender fundamentalmente lo mismo:

 

Condenado ayer a muerte, pido a Dios que si todavía no me exime de llegar a ese trance, me conserve hasta el fin la decorosa conformidad con que lo preveo y, al juzgar mi alma, no le aplique la medida de mis merecimientos, sino la de su infinita misericordia. […]

En cuanto a mi próxima muerte, la espero sin jactancia, porque nunca es alegre morir a mi edad, pero sin protesta. Acéptela Dios Nuestro Señor en lo que tenga de sacrificio para compensar en parte lo que ha habido de egoísta y vano en mucho de mi vida. Perdono con toda el alma a cuantos me hayan podido dañar u ofender, sin ninguna excepción, y ruego que me perdonen todos aquellos a quienes deba la reparación de algún agravio grande o chico.”

 

En fin, queridos hermanos, hay que combatir los nobles combates de la fe, pero pidamos a Dios estar en el frente con una sonrisa imperturbable. Sonrisa que no proviene de la ingenuidad de quien no es consciente de los peligros, sino del alma que está unida a Dios y respira esa paz espiritual, obra de Dios en el alma.

 

Pidamos el perdón de los pecados de Franco y José Antonio, pidamos el perdón de los nuestros, pidamos el perdón y la conversión de los enemigos de Cristo, que son los de España pues no tiene otros, y encomendemos todo, absolutamente todo, a la que es Medianera Universal de todas las gracias, tesorera de los favores divinos: La Santísima Virgen María. Ella nos alcance esa sonrisa imperturbable, la misma con la que Ella vivía, la misma con la que Ella murió, la misma con la que Ella vive ahora eternamente en el Cielo, la Patria Eterna que pedimos hoy para estos difuntos.

Permitidme que termine con un soneto que nuestro gran Manuel Machado dedicó a Francisco Franco:

 

Caudillo de la nueva Reconquista,

Señor de España, que en su fe renace,

sabe vencer y sonreír, y hace

campo de paz la tierra que conquista.

 

Sabe vencer y sonreír. Su ingenio

militar campa en la guerrera gloria

seguro y firme. Y para hacer Historia

Dios quiso darle mucho más: el genio.

 

Inspira fe y amor. Doquiera llega

el prestigio triunfal que lo acompaña,

mientras la Patria ante su impulso crece,

 

para un mañana, que el ayer no niega,

para una España más y más España,

¡La sonrisa de Franco resplandece!

 


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