Carmen Franco, de la niñez a la responsabilidad, por Juan Delgado

Finalmente ha concluido el conflicto civil en el año 1939 y va llegando la tranquilidad a España. Carmencita por esas fechas es una niña ajena a la realidad social, que juega tranquilamente con sus primos y conocidos como una muchacha más de su época en los jardines del palacio residencial de verano de las Vascongadas.

Su profesora o “mademoiselle” particular, le recuerda de vez en cuando que si se porta bien y estudia, recibirá  algún que otro regalo como premio a su esfuerzo.  “Gran parte de los deseos de los niños buenos llegan a ser  una realidad  y  algunos ellos  acabarán por cumplirse”, le recordaba su educadora.  Trascurridos unos días le comenta: Carmencita, unos camaradas te esperan, abre la puerta principal de la residencia y veras. Cierto, allí estaba el capitán Mario Hormaechea y Miguel Marquina recostados sobre un vehículo que portaba una majestuosa caja de madera, que contenía una sorpresa que estaba a punto de descubrirse bajo  la atenta mirada de Carmiña y de  su primo, hijo del ministro de la  Gobernación.

La sorpresa deja ser un misterio para convertirse en realidad, “Bocho” empieza a rugir y los niños quedan anonadados al descubrir el pequeño felino que sale a luz dispuesto a jugar con los infantes que no dejan de sorprenderse de tal especial criatura procedente de una clausurada Exposición bilbaína de Auxilio Social. Su delegado provincial, Sr. Juan José Amman había acertado con el regalo.

Carmen, progresivamente se va uniendo a sus padres en la visita e inauguraciones que por aquellas fechas eran muy habituales, tenía que ir familiarizándose con sus responsabilidades futuras y estos eventos formaran parte de sus quehaceres diarios muchos años después. Recuerdo una visita a una feria de muestras industrial de San Sebastián, donde asistió “Nenuca”, junto a sus primos e hijos de autoridades ¡cómo se divertían observando y tocando a escondidas pensando que nadie les iba a ver, las distintas maquetas de automotores ferroviarios diesel  WE-401/404 de M.Z.A o unas littorinas italianas!

Las visitas a centros religiosos como la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Mutriku,  estaban en la agenda de doña Carmen Polo, pero como todos sabemos la duquesa era muy religiosa y asistía con mucha devoción a esta y otras celebraciones religiosas, acompañada de su progenitora. Su gran fe cristiana inculcada desde su más tierna infancia por sus padres e institutrices, hizo que se preocupase en el trascurso de toda su vida por los suyos y por los demás, estando dispuesta a prestar ayuda a los más necesitados. Prueba de ello se pudo ver en sus asistencias a innumerables eventos benéficos a lo largo de su longeva existencia.

La etapa más infantil e inocente deja paso a su adolescencia, aquella niña empieza a convertirse en una bella dama.  Por entonces, mediados de los años 40, las visitas a los hipódromos de Lasarte , Loyola , el Club Náutico de San Sebastián y como no el Palacio de Aiete fueron “protocolariamente obligadas” En ellas, Carmen entablaba relación con autoridades y numerosas amistades.  

En estos emplazamientos se la  pudo ver con el que sería su futuro marido el  marqués de Villaverde. La responsabilidad, y el protocolo comenzaban a establecerse en su día a día.  Carmen no abandonará el Palacio de El Pardo hasta el año 1950, momento en el cual contraerá matrimonio con don Cristóbal Martínez Bordiú, tras dos años de feliz noviazgo.

Desde ese momento, la protección de su madre pasará a un segundo lugar. La zona de seguridad, bajo el “abrigo de su progenitora”, dará paso a una vida muy diferente, lejos de la disciplina de sus padres que más adelante agradecerá, gracias a la cual podrá hacer frente a una vida real, muy diferente a la que había tenido hasta entonces. Con el paso de tiempo, de este enlace nacerán siete hijos, Carmen, Mariola, Arancha, Francisco, Merry, José Cristóbal y Jaime. “El tierno brote de un rosal, se había trasformado en una bella rosa, que empezaba a dar sus frutos”, Carmencita  se había convertido en doña Carmen, los papeles habían cambiado.

Las responsabilidades empezaron a formar parte de la rutina de doña Carmen.  Décadas de felicidad y buenos momentos familiares, también se verán empañados de momentos tristes y amargos que gracias a su gran fortaleza moral y religiosa, fue superando con toda entereza.

Su gran afición a los viajes le abrió puertas hacia destinos desconocidos muy diferentes a los que estaba acostumbrada en sus primeras etapas de su vida. Aquella señora elegante, distinguida, de envidiable religiosidad y cercana, nos ha dejado, pero su legado permanecerá para siempre. Ella siempre protegerá al más necesitado donde quiera que esté, sabiendo que “su Dios” nunca le fallará.

Hoy junto a sus padres y demás seres queridos que no están con nosotros, seguramente  no faltará a su cita religiosa diaria, como lo hizo desde su más tierna infancia rezando a su virgen que en tantos momentos le protegió rezando:

 

Bendita sea tu pureza

Y eternamente lo sea,

Pues todo un Dios se recrea

En tan graciosa belleza.

A ti, celestial Princesa,

Virgen sagrada, María,

Te ofrezco desde este día

Alma, vida y corazón:

Mírame con compasión,

No me dejes, Madre mía.

Descanse en paz.


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