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Alberto L. Nuñez
Ceno hoy con la triste noticia de que, un año más, se ha vuelto a profanar el monolito que los caídos de la División Azul tienen en el cementerio de la Almudena de Madrid, coincidiendo con el aniversario de la Batalla de Krasny Bor, un hito en la historia militar de España que, cuando pasen los años, se estudiará con la debida atención y se contará como la gesta que fue.
Pocas horas después, algún simpático facha, henchido de orgullo patrio y brocha en alto, ha decidido profanar las tumbas de Dolores Ibárruri, una de las comunistas de más triste recuerdo en la historia de la nación, y de Pablo Iglesias, el nefasto fundador del nefasto Partido Socialista Obrero Español, que se estrenó en nuestro Congreso de los Diputados amenazando de muerte al presidente del Gobierno, Sr. Maura.
Qué duda cabe que la acción torticera de este gobierno, resucitando los viejos rencores que quedaron sepultados gracias al esfuerzo común en la posguerra de todos los españoles de bien, está siendo determinante para que de nuevo, en la calle, aniden las más execrables manifestaciones de ese odio cainita que creíamos ya superado por los valores de la concordia, la libertad y la paz entre españoles.
Quienes defendemos el legado y la memoria del general Franco y reputamos su etapa de gobierno como muy beneficiosa para España no podemos por menos que condenar, rotunda y firmemente, la profanación de los restos de cualquier persona, nos sea o no afín políticamente. Perturbar el descanso de los muertos constituye una vileza, propia de gentes deshumanizadas y cegadas por el odio ideológico, que impide cualquier atisbo de raciocinio y la más elemental noción de caballerosidad y piedad. Y es además, para quienes somos cristianos, un auténtico atentado contra los principios más elementales de nuestra Fe, pues constituye un acto contra la Misericordia de Dios y una falta de caridad con la figura de quienes ya no pueden defenderse de actos de tal vileza.
Tras la batalla de Mühlberg, en 1547, las tropas imperiales de nuestro glorioso monarca Carlos V se dirigieron a la ciudad de Wittenberg, donde reposan los restos del padre del protestantismo, Lutero. El 23 de mayo, el emperador Carlos penetraba en la ciudad y visitaba la tumba de quien había sido su tenaz enemigo en la consecución de una Europa católica, y varios de los consejeros que le acompañaban le recomendaron desenterrar al hereje Lutero y entregar sus restos a lo hoguera. El Emperador, hombre de Fe y católico ejemplar, contestó: “Ya ha encontrado su juez. Yo hago la guerra contra los vivos, no contra los muertos”.
Más de 450 años después, el gobierno del Sr. Sánchez ha pretendido hacer la guerra contra el muerto que consiguió ganar una guerra que el PSOE comenzó en 1934, con la sublevación de Asturias. Para ello, y retorciendo la legalidad, y atropellando el deseo de la familia del general Franco, sigue empeñado en sacarlo por las buenas o por las malas del Valle de los Caídos, olvidando, como recuerda siempre Federico Jiménez Losantos, que Franco fue el líder de media España, la España nacional, y posteriormente Jefe del Estado hasta 1975, querido por la inmensa mayoría de españoles y llorado a su muerte, en la cama de un hospital de la Seguridad Social, sin ningún conato de violencia y sí con las generosas lágrimas y las colas infinitas de miles de españoles que acudieron a despedirle con dolor.
Esta acción lamentable del gobierno del PSOE, movida por un odio ideológico de personas que no han dudado en destruir la concordia de los españoles, no nos saldrá gratis. Aunque finalmente Franco no salga del Valle, por la gallardía de los monjes benedictinos y de la familia, la semilla del odio está ya puesta y creciendo en muchas personas que ya tenían aparcados los odios atávicos familiares, que siempre son los más peligrosos.
El presidente Sánchez, que tan deudo se cree de los republicanos, así como los elementos que en la izquierda siguen con la matraca del odio y el rencor, deberían leer a Manuel Azaña, quien desencantado ya de la trayectoria de la guerra civil y de los crímenes cometidos por su bando, pronunciaba el 18 de julio de 1938 un discurso en el que decía: “Cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfurecerse con la intolerancia y con el odio, y con el apetito de la destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por un ideal y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían (…) el mensaje de la Patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón”.
Y a los que en la derecha, minoritariamente, han cometido la canallada nauseabunda de profanar las tumbas de dos muertos, como esos frikifachas que son, cabría recordarles aquella bella composición de Sánchez Mazas, que seguramente, en su vileza e ignorancia, desconocen de plano: “Ante los cadáveres de nuestros hermanos, a quienes la muerte ha cerrado sus ojos antes de ver la luz de la victoria, aparta Señor de nuestros oídos las voces sempiternas de los fariseos, a quienes el misterio de toda redención ciega y entenebrece, y hoy vienen a pedir con vergonzosa indigencia delitos contra los delitos (…) Tú no nos elegiste, Señor, para que fuéramos delincuentes contra los delincuentes”.
Como españoles y como cristianos, nos debe horrorizar perturbar el descanso eterno de los muertos, y con el ejemplo de Cristo, supremo Amor, que perdonó a sus verdugos, debemos ser siempre portavoces de la Reconciliación y la Paz entre españoles, convencidos ya de que todos los muertos en nuestra Guerra Civil encontraron ya su Juez, que los habrá juzgado con su infinita Misericordia y su desbordante Amor.
En estas horas oscuras, paz a TODOS los muertos y unidad de los españoles.