ENTRE LA FIDES IBERICA Y LA IRA CONTENIDA, por Adolfo Coloma

Adolfo Coloma Contreras

 

No me gustan los presagios. Tampoco me han gustado los negros nubarrones que se cernían esta fría mañana otoñal sobre la imponente cruz que se alza sobre el Valle de Cuelgamuros. Pero no me acerco a Vds. para hablarles de ello.

Antes de pasar la página del calendario que me ha introducido de lleno en este luctuoso 24 de octubre, me encontraba ya en mi posición de vela frente a las puertas que dan acceso a ese complejo de espiritualidad y devoción, pero sobre todo de reconciliación que constituye el Valle de los Caídos. El lugar más próximo a la tumba del Caudillo desde el que se nos ha permitido velarlo.

Esperaba a mi buen amigo y compañero de muchos afanes, Lorenzo Fernández Navarro de los Paños, que a la misma hora conducía su coche desde La Coruña. Habíamos acordado juntarnos para ofrecer nuestro postrer adiós y acompañar a los restos del que fue nuestro Capitán en el duro, innecesario y siniestro trance que supone remover sus huesos en contra de la voluntad de sus deudos y de la propia comunidad benedictina que los tienen confiados, una profanación en toda regla. Es lo que nos quedaba, pero queríamos manifestar a título personal, muestra “Fidex Ibérica”, nuestra “devotio” – que tanto impacto causó entre aquellos romanos que se abalanzaron codiciosos sobre nuestra piel de toro – hacia quién había sido nuestro primer capitán, el Caudillo. Al prestar juramento ante la Bandera Nacional, juramos “respetar y obedecer siempre a nuestros jefes y no abandonarles nunca”. Para un soldado, nunca es nunca, no admite interpretación ni licencia con la muerte. Por eso estábamos allí

¡Quien iba a decir a aquellos jóvenes tenientes de la Agrupación de Tropas Nómadas y del Tercio Sahariano 3° de La Legión, a los que la muerte del Caudillo les pilló en los prolegómenos de la infausta Marcha Verde, que tendrían un día que vivir esto!

En el primer permiso de corta duración que disfrutamos  vinimos por separado  a la península. Vestimos nuestras mejores galas para despedirnos del Generalísimo, que yacía ya en su sepulcro tras el altar mayor de la Basílica de Cuelgamuros, Templo Votivo del Perdón, como lo definió SS. Pío XII.

Aquello fue para nosotros como un acto del servicio. No tenía mérito alguno, cuando poco más de un mes antes, centenares de miles de españoles hacían largas colas en torno al Palacio de Oriente para dar su último adiós al hombre providencial que había regido los destinos de España durante cuarenta años, sacándola de su secular atraso y dejándonos una patria próspera, fuerte y unida. ¿Qué habrá sido de aquellos miles de españoles? me preguntaba yo en mi piadosa solitaria espera. ¿Dónde estarán ahora? ¿Tanto han cambiado?  ¡DIOS MÍO, QUE SOLOS SE QUEDAN LOS MUERTOS!

Personalmente y a fuer de ser muy pragmático, he de concluir que a pocos les interesa a estas alturas las vicisitudes de los restos de Franco. Ni a los de un lado ni a los de otro, tras cuarenta y cuatro años en los que el conjunto de los españoles hemos hecho un descomunal esfuerzo por superar nuestras diferencias. Y ahora vienen estos a echar por tierra el trabajo de tantos hombres, mujeres y años. Me parece deleznable y ¡¡¡TODO POR UN PUÑADO DE VOTOS!!!

Sin embargo, sí me parece muy bien, muy cristiano y muy cívico, investigar y dotar de los fondos necesarios para proporcionar una sepultura digna a los que un día se enfrentaron en el campo de batalla y hoy aún duermen en alguna fosa, cuneta o donde se hallen. De uno y otro lado. Mientras sea humana y técnicamente posible. Pero remover a alguien de su tumba, cuando lleva tanto tiempo descansando el sueño eterno y en contra de la voluntad de sus descendientes, simplemente es de miserables.

En algún lugar he expresado por escrito que si con esta atrocidad se pusiera punto y final a esta caza de brujas que se inició con la nefasta y torticera ley de la desmemoria histórica, yo sería el primero, rechinando los dientes, en aceptar este desmán, en aras de una definitiva y total reconciliación. Pero mucho me temo que esto no va a ser así. Después de sacar de esta manera los restos del Caudillo, continuará esta furia iconoclasta y anticlerical (no se olviden, reverendos monseñores de la Conferencia Episcopal) con la “resignificación” del conjunto monumental y la demolición de su emblemática cruz. Pero esto no lo digo yo. Lo ha presentado por escrito hace poco más de un año, Izquierda Unida en el Congreso de los Diputados. Poco más o menos, como hicieron hordas de milicianos con el Monumento al Sagrado Corazón de Jesús del Cerro de Los Ángeles, en el verano de 1936. ¿Quieren que continúe?

Que diferente la actitud de la comunidad benedictina con su prior, el Padre Santiago Cantera a la cabeza. Sin excesos, con templanza pero con firmeza ha defendido con gallardía y piadosa rectitud, la inviolabilidad de la basílica para que nadie alterarse ni su finalidad, ni el recogimiento entre sus muros, ni la custodia de los restos “rex sacra” que les fueron confiados. Hasta que les han quebrado y el Padre Cantera ha tenido que ofrecer “su otra mejilla”. La Conferencia Episcopal se ha dado mus. El Vaticano…. bueno, sin dejar de ser el faro de la cristiandad, le ha podido en esta ocasión singular su poder temporal y los intereses a él ligados. Siento pronunciarme en estos términos, pero me repugna su tibieza ante  quien en el momento de rendir su vida afirmó con rotundidad: “en el nombre de Cristo me honro y es mi voluntad constante haber sido un buen siervo de la Iglesia Católica en cuyo seno voy a Morir” Si en vida le honraron con todo tipo de prebendas y distinciones, hoy le dan la espalda. Ni siquiera los jesuitas, a quienes restituyó obras y propiedades  quieren hoy rezar por él. ¡desagradecidos!

Solo la familia ¡faltaría más! se ha mantenido incólume y de la mano de ese formidable letrado que es Felipe Utrera Molina, ha peleado con denuedo dentro de lo que les ha permitido la ley y la retorcida interpretación de quienes tienen por obligación hacerla cumplir, ha defendido la memoria y la historia del abuelo. Y por supuesto, la Fundación Nacional Francisco Franco. Noble entidad sin fines de lucro que tiene por misión conservar su obra, así como defender y divulgar su legado ha plantado cara al rodillo gubernamental (en funciones) dejando oír su voz “como una palmera que se agita en el desierto” Pero no ha encontrado otro amparo que la amenaza de ser disuelta en la primer oportunidad que se presente, con el más nimio pretexto. La Delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid no le había permitido organizar un rezo por el eterno descanso que el protagonista de sus empeños, en el cementerio de Mingorrubio.  Bajo amenaza de liquidación, por prudencia, tuvieron que desconvocarlo al tiempo que recurrían tan arbitraria decisión.

En el Valle, lo que inicialmente se planeó como “una ceremonia sobria e íntima” se transformó un circo, feria de  las vanidades, a mayor gloria de quien lo ordenó. Un enjambre de medios de comunicación, pero solo una señal: la de la televisión oficial. Ya me dirán sino tiene el asunto tufo a censura. Eso sí, sometieron a todos los miembros de la familia al más minucioso registro, no fuera  a ser que les reventaran la exclusiva. Vaya, como si un reallity se tratara. En poco más de dos horas “consumatum est” los restos del invicto caudillo, sobrevolaban los campos madrileños camino de su nueva e impuesta morada, en el cementerio de Mingorrubio

Qué frialdad han debido experimentar los restos del Generalísimo a bordo del Super puma del 402 Escuadrón del Ejército del Aire. Qué diferente acogida le esperaba a la de aquel ya muy lejano y casi olvidado 22 de diciembre de 1959, en el que bajo la mirada infantil de quien esto escribe y la de miles de españoles más, recibía al Presidente de los Estados Unidos, Dwigt Eisenhower. Allí, junto al cementerio en el que años después  habían de re inhumarlo, dio comienzo la normalización de las relaciones de España con el mundo libre. Por fin rendían fruto el colosal esfuerzo que bajo su alta magistratura, había derrotado al Comunismo. Ni Stalin se lo perdonó entonces, ni sus cachorros ochenta años después.

Mientras volaba el helicóptero hacia Mingorrubio, por carretera hicimos el recorrido. Sorprendente llegamos casi a la par, a pesar del fuerte control policial. No se nos permitió acceder más allá de la colonia, que dista unos 800 metros del cementerio, donde se había reunido un grupo de irreductibles de unas 300 personas.

Entre los allí congregados comenzó a circular el rumor de que el juzgado competente, había levantado la prohibición de la concentración establecida por  la Delegada del Gobierno. Así se le hizo saber a los agentes por algunos de los responsables de las asociaciones cívicas presentes, que en todo momento pidieron moderación, respeto y fervor.  Los policías adujeron que tenían que esperar la llegada de la orden por sus vías naturales, que  al fin llegó. Claro, cuando ya había acabado la misa ante el panteón. Todo parecía calculado.

Pese a todo, nos dirigimos al cementerio los que allí quedábamos rezando el rosario, pidiendo por el alma del Caudillo y por España. En el camino nos cruzamos con la familia Franco, que ya regresaba del panteón con el gesto adusto. Descompuestos, pero altas las miradas. Llegamos por fin al cementerio siempre acompañados por agentes de la policía nacional. Aún quedaban algunos medios de comunicación. Pero no se nos autorizó ni siquiera entrar en el cementerio. Las puestas estaban cerradas. Tras rezar un nuevo rosario, y dejar algunas flores en la puerta, con tanto recogimiento como habíamos ido regresamos al pueblo.

Así Lorenzo y yo hemos vivido esta difícil jornada. Sentimos que debíamos hacerlo y quisimos estar allí presentes.

Personalmente, no he mantenido a lo largo de mi vida otra filiación que en el Ejército Español, en cuyo seno he vivido entregándole los mejores años de mi vida. Una vida de servicios que comenzó cuando recibí mi despacho de Teniente de Infantería firmado por el Caudillo, mi primer Capitán.

Hoy, frente al Valle de los Caídos, cuya cruz no alcanzaba a ver desde la posición en la que se me ha permitido velarlo,  no he podido, ni quiero, renunciar a defender su memoria. Por eso he decidido continuar esa labor ofreciendo mi modesta colaboración la Fundación Nacional Francisco Franco. “Fides ibérica”

 


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