SACERDOTES Y SOLDADOS, por José Luis Montero Casado de Amezúa

 

José Luis Montero Casado de Amezúa

 

En todas las culturas se han generado dos funciones de referencia, los soldados y los sacerdotes. Los soldados que ostentan el poder físico, de armas o militar y los sacerdotes que responden al sentimiento de limitación del hombre que se encuentra ante el misterio de la existencia tanto de su entorno como de sí mismo. Las relaciones que ambos referentes desenvuelven con el pueblo oscilan desde inspirar seguridad a producir miedo.

La relación de la Iglesia con el poder político, que ya no se identifican con los militares, aunque en última instancia los que ostentan el poder político tienen en sus manos la fuerza militar, siempre ha ofrecido encuentros y desencuentros, y cuanto más independencia del poder tenga la Iglesia en mejores condiciones estará para ejercer libremente su misión de conducirnos por la acción del Espíritu Santo a Cristo y por Él, al Padre.

De las cuatro características que definen a la Iglesia, la Unidad y la Apostolicidad inciden especialmente en las relaciones entre ella y el poder político; la unidad porque al ser existir la comunión con el Papa, los cristianos católicos, aunque estén perseguidos, tienen siempre un punto al que dirigir la mirada, y no varios, como ocurre en las Iglesias autocéfalas, cuyo ámbito territorial suelen hacen coincidir con el del Estado, produciéndose con frecuencia situaciones de dependencia que les resta libertad a la hora de levantar la voz.

La apostolicidad, es decir, la sucesión apostólica es la garantía de fidelidad a lo esencial, esto es las fuentes de la Revelación, y da lugar a una solidez en la organización y en la vertebración, mediante la existencia de los tres niveles, los obispos, los sacerdotes y los fieles. Al estar el obispo en comunión con el Papa no se debilita la unidad, aunque se den coexistencia de ritos, pues se atiende a los fieles con la administración de los sacramentos y el pueblo marcha guiado por los obispos sucesores de los apóstoles que siguen a Pedro en cualquier lugar del mundo y en cualquier ámbito cultural.

            A lo largo de la vida de la Iglesia secular ha sido necesario dotar de una cierta estructura orgánica y por ello existen las órdenes menores, acólito, lector y diácono así como los cargos estructurales como arciprestes o arzobispos, y los nombramientos personales como monseñores y cardenales, pero su existencia no altera mínimamente los tres niveles esenciales que, como he dicho, son obispos, sacerdotes y fieles.

Lo que si advierto que altera el ejercicio de la función episcopal e incluso sacerdotal y es la introducción de órganos colegiados cuyo ámbito de actuación coincide con el poder político, como son las relativamente recientes Conferencias Episcopales, que ya en su denominación “española” lleva el sello de la coincidencia, en este caso, con el Estado español.  Esta institución, desde luego no jerárquica, condiciona la voz de los obispos porque una vez que se ha manifestado sobre un tema, un obispo o un sacerdote en sus misiones pastorales y de orientación no tienen el mismo nivel de libertad para hablar, aunque en sus conciencias piensen de forma distinta a esa forma colegiada de opinar, que bien podría llamarse “eclesiásticamente correcto” por su analogía con lo que el poder político genera el famoso “políticamente correcto”.

Un obispo, como sucesor de los apóstoles ¿puede vivir la falta de libertad de una instancia distinta del Vicario de Cristo, sucesor de San Pedro? Desde siempre cuando varios obispos lo han considerado oportuno han suscrito una cara pastoral conjunta a la que se han adherido los que han querido, y los que no han querido, no, pero si ante una sentencia que le parezca injusta la Conferencia Episcopal, de forma expresa o mediante una sonora abstención por respeto a quien la dicta, se manifiesta, el obispo que mantuviese  una opinión divergente se encontraría en  una situación violenta cuya previsión coartaría gravemente su libertad.

En el siglo I el poder de Roma coexistía con el Sanedrín, y por presión de estos, aquellos dictaron la más injusta de las sentencias. En estos días también ante una sentencia injusta,  se ha contado con la presencia activa o bien la abstención por parte de los soldados que están a las órdenes del poder político y con un consentimiento tácito  por parte de la Conferencia Episcopal Española, actitudes que sólo han sido públicamente compensadas por un sacerdote, Santiago Cantera y un soldado, Juan Chicharro.

Personalmente me resulta inconcebible el que ante una profanación se opte por un  silencio unánime, y no encuentro otra explicación que la de que así se acata  el criterio elaborado por un órgano colegiado que interfiere la libre expresión de aquellos que ostentan, cada uno de ellos personalmente, la sucesión apostólica.

 


Publicado

en

por

Etiquetas: