La actual situación política y la obligada defensa de los intereses de España, por Aurelio Fernández Diz

Aurelio Fernández Diz

Capitán de Navío (R.)

Blog General Dávila

 

 

Cualquier observador medianamente informado puede comprender que España no está atravesando uno de los momentos más estelares de su Historia. El resentimiento y la falta de inteligencia política de los últimos gobernantes está llevando a nuestra nación a unos niveles de insignificancia política, tanto interna como internacional, nunca vistos en nuestra magnifica Historia. Algunos de esos políticos, no pocos, le echan la culpa de nuestros males al general Franco que hace ya muchos, muchos años que ya no está entre nosotros y que solo la Historia podrá juzgar después de reconocer, como muchos de sus opositores reconocen hoy, sus indudables logros principalmente en los campos económico y social.

Con la transición a la democracia muchos españoles pudieron pensar,con optimismo, que la hora había llegado de ajustar cuentas con el futuro. Una flamante Constitución nos llenó de esperanzas y pudimos creer que una era nueva había llegado, oportunidad única para homologarnos con las grandes potencias europeas, como era el deseo de al menos gran parte de la sociedad española. El gran cambio político que tuvo lugar de forma ejemplar, según la percepción de muchos observadores, nacionales y extranjeros, permitió a los españoles creer que los grandes problemas nacionales y  la defensa de sus intereses podrían resolverse y alcanzarse mucho más fácilmente con el advenimiento del nuevo régimen. Y así sucedió que, al unirse una envidiable situación económica, heredera del régimen anterior, con los beneficios inmediatos de nuestra entrada en la Unión Europea, el nivel económico y bienestar de los españoles alcanzó niveles nunca vistos en tiempos pasados con lo cual muchos pudimos confirmar, con datos ciertos, que nuestra querida España navegaba al rumbo correcto mientras nuestros jóvenes  confiaban con optimismo en un futuro prometedor, un futuro que habríamos de apuntalar con el coordinado esfuerzo de todos, como ya sucedía en los grandes países de nuestro entorno.

Bajo el reinado de Juan Carlos I España navegó a régimen de crucero, tanto, que alguno de nuestros gobernantes fue capaz de criticar y llamar la atención, con toda la razón del mundo, a Alemania, por su déficit excesivo, y a Francia por tener una economía demasiado estatalizada, y que aún mantiene, a pesar de ser contraria a los principios de la Unión Europea de la que los españoles siempre supimos  mostramos sus más acérrimos  defensores.

Todo iba sobre ruedas hasta que el terrible acto terrorista del 11-M vino a destruir el confiado convivir de los españoles poniendo en su alma una mezcla de temor y desconfianza. Demasiadas víctimas, demasiado horror. Y, quizá lo peor, amplios sectores de la sociedad empezaron a echarse la culpa unos a otros. Bajo este trauma, la sociedad española, bajo la incertidumbre y el temor dominando la mayoría de los corazones, fue llamada a unas elecciones que, aun estando previstas, probablemente nunca debieran haberse celebrado bajo tan dramáticas circunstancias. Y salió elegido un presidente del gobierno entre cuyas virtudes no estuvo proteger y ni siquiera estimular la convivencia entre los españoles. Al contrario, su norma fue hurgar y hurgar, con inusitada irresponsabilidad, en heridas ya cicatrizadas. Y volvimos a poner nuestra mirada en el pasado en vez de mirar hacia el futuro. En la sociedad española, rota y desorientada, nacieron, con razón, todo tipo de sospechas. Demasiadas dudas, demasiadas inconsistencias, aun no aclaradas, ante una forzada detención en el camino que España estaba recorriendo a velocidad de crucero para verla, aun hoy, paralizada como una persona tetrapléjica en silla de ruedas. ¿A quién puede beneficiar una España débil, a punto de romperse en demasiados pedazos?  La herida causada por el terror no solo alcanzó la columna vertebral de nuestra querida Patria. Alcanzó  también ala capacidad de nuestros políticos de comprender cuáles son nuestros verdaderos intereses y, sobre todo,  cómo defenderlos.

El presidente del gobierno siguiente no hizo nada por resolver los problemas políticos creados por su antecesor. Solo dejar constancia de que su inacción y su pasividad ante graves situaciones políticas dieron lugar a la aparición de nuevos partidos políticos que no solo  dificultaron extraordinariamente su  acción  de gobierno sino que fueron capaces de derribarlo mediante una  moción de censura más que previsible.

Y vino el tercer presidente después del 11-M, el actual, paradigma de despropósitos. Con falsedad e incumplimiento de lo prometido, pero interesadamente apoyado por partidos independentistas y otros partidos con indiscutibles vínculos con el terror del pasado, el actual presidente demuestra una indisimulada intención de superar al primero de los presidentes de esta serie en su demagógico entendimiento del poder. En esta dramática situación en la que nos encontramos se profundizan las heridas abiertas en la sociedad española al mismo tiempo que se pone en serio peligro la unidad de España, fundamento de su bienestar económico, de forma tan injustificada como irresponsable. Muchos son los españoles que perciben, impotentes, cómo caminamos hacia un abismo político, económico y social.

Esta situación es percibida, principalmente desde el exterior, como la confirmación de la existencia de un factor una debilidad que sin duda estimula su aprovechamiento por intereses ajenos. Las FFAA están bajo mínimos y, además, enfrascadas en su mayor parte en defender los intereses de otros de forma no suficientemente justificada como puede ser nuestra presencia en Lituania, Líbano, El Sahel o Turquía, por mencionar solo los más notorios despliegues.  La realidad es que nuestras FFAA, demasiado debilitadas en lo material, no pueden ser, en estos momentos, un argumento que el MAEC pueda utilizar como instrumento de política exterior. Aunque España se ha mostrado siempre como la más europea de todas las naciones europeas, sus propios aliados no parecen entenderlo así.  Por lo que hemos podido leer recientemente, Francia, cuyos intereses estamos defendiendo en el Sahel y cuya política hacia España es en muchos aspectos dudosa, y Alemania, cuya reunificación siempre hemos defendido a ultranza, han manifestado públicamente que son ellas y Polonia, esta última de europeísmo también dudoso, las naciones que formarán el núcleo duro de la nueva Europa. Lo que es completamente incomprensible y dice poco de la futura evolución de la unión europea si su política no cambia.

Y una prueba flagrante de todo lo anterior es lo que está sucediendo en Gibraltar, esa humillante colonia que el Reino Unido mantiene en nuestro territorio. Ante su salida de la Unión Europea ni el mismísimo MAEC parece saber qué es lo que nos conviene, o qué política adoptar, para conseguir la devolución a sus legítimos propietarios del territorio ilegalmente ocupado y en gran parte usurpado porque lo que constituye hoy Gibraltar no se parece en nada a lo concedido por el Tratado de Utrecht. Solo hay un partido político que parece tener claro cómo resolver el problema. Los demás, o no lo ven claro o no lo quieren ver. Hasta hay políticos en el ámbito local que propugnan suprimir la verja y que las autoridades gibraltareñas, o sea inglesas, puedan aumentar su jurisdicción por todo el llamado Campo de Gibraltar. Su argumento sería que, dado que los llanitos tienen un nivel de vida tan alto, los españoles que por allí viven al parecer preferirían ser gobernados por los ingleses por si, de este modo, pudieran participar en el festín gibraltareño. Estos menguados políticos se olvidan, o no saben reconocer, que ese preciado nivel de vida lo estamos pagando todos los españoles precisamente por sufrir el hecho colonial, a verja abierta. No importa para ellos aunque vendan por dinero su honor y su dignidad.

España tiene que encontrarse así misma de forma urgente para poder hacer frente a todos aquellos que quieren destruirla. En el interior, insufribles e irresponsables revanchistas que quieren ganar una guerra perdida hace 80 años, e insolidarios independentistas, demasiado cercanos a la corrupción institucional, y personas de reciente política demasiado cercanas a los que en la cárcel cumplen condena por gravísimos delitos, y que pretenden alcanzar por vía pacífica lo que en otro tiempo no pudieron alcanzar por el terror.

En el exterior tampoco somos muy respetados sobre todo porque nosotros mismos parece que no sabemos cómo hacerlo. El Reino Unido nos amenaza con la fuerza, sin pudor ni reparo alguno, mientras alimenta un nutrido “lobby” de mercenarios bien pagados y juega, a sus anchas, con una España inane, permanentemente  sometida, incapaz de hacerse respetar. Marruecos, que aún no sabemos si está extrayendo de nuestra Zona Económica Exclusiva(ZEE), en la zona próxima al Sahara, el petróleo que los propios canarios, por temores claramente infundados no querían extraer, nos disputa ahora la ampliación de nuestra ZEE en Canarias, solicitada hace tiempo ante Naciones Unidas.

Y por último, hasta Argelia quiere quedarse con la isla de Cabrera,  casi al lado de la Playa de Palma, por referirme a  su  cercanía a la isla de Mallorca, a cuyas aguas pertenece. Que el archipiélago de Cabrera esté declarado parque natural, de especial protección, no parece haber influido en las provocadoras decisiones de las autoridades argelinas porque la posible existencia de gas o petróleo en la zona estimula cualquier apetencia, por descabellada que sea. Países que no existían hace muy poco tiempo se atreven a retar a una potencia histórica, económica y cultural como es España. Nuestra atribulada nación, parece la pieza a cazar por la desidia, la incuria y el abandono de una clase política que no parece ser consciente ni valorar las consecuencias de sus actos y de sus omisiones.

Mientras la sociedad española no se encuentre a sí misma y logre superar sus contradicciones internas, mientras no trabajemos y actuemos como un todo unido  y solidario, España no solo no podrá ser dueña de su destino, sino que será esclava del destino que quieran imponerle precisamente aquellos que la quieren destruir. Lo que es absolutamente inadmisible.

 


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