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Francisco Bendala
Cuando España se ve azotada por la pandemia del Covid-19; cuando cunde entre los españoles la desazón y el desconcierto, y cuando las autoridades dan pruebas de su incompetencia y desprecio por la vida de nuestro pueblo, es obligado volver la vista atrás para conocer cómo se enfrentaron el Caudillo y su generación a las pandemias de la época; que las hubo, vaya si las hubo.
Varias fueron las “pestes” que azotaron España desde comienzos del siglo XX –y desde mucho antes, pero vamos a tomar 1900 como referencia pues fue en 1882 cuando Koch descubrió el bacilo causante de la tuberculosis-, siendo, de mayor a menor por el número de muertes causadas anualmente, las siguientes: tuberculosis –la peor con diferencia–, neumonía, meningitis, gripe común, sarampión, fiebre tifoidea, difteria, viruela y escarlatina.
La tuberculosis fue la causa de 34.000 víctimas mortales cada año desde 1900 a 1923. Dos fueron las medidas tomadas: en 1903 se fundó la Asociación Antituberculosa Española (AAE) y en 1905 el Real Patronato Central de Dispensarios e Instituciones Antituberculosas. En 1924, con Miguel Primo de Rivera en el poder, se creó el Real Patronato de la Lucha Antituberculosa de España logrando las primeras victorias sobre tal plaga, de forma que cuando cesó su mandato, a finales de 1930, el número de fallecidos era de 28.000 al año; para entonces, España poseía 66 dispensarios, habiendo reducido su tasa de mortalidad de 202 por 100.000 habitantes en 1901 a 133 en tal año 1930.
Durante la II República se suprimió el Real Patronato, pasando la lucha antituberculosa, primero, a la Dirección General de Sanidad (1931), y después al recién creado Comité Ejecutivo de Lucha Antituberculosa (1932), que cobraría impulso con los gobiernos de centro-derecha (1933) que conseguirían reducir los fallecidos a 25.000 al año (108 fallecidos por cada 100.000 habitantes) para cuando, en 1936, el Frente Popular, en vísperas de la guerra, disolvió aquél y creo el Comité Central de Lucha Antituberculosa totalmente inoperante.
Durante la contienda, en la zona nacional, y por expreso deseo del Caudillo, se creó en fecha tan temprana como Diciembre de 1936 el Patronato Nacional Antituberculoso (PNA) –al que se declaró “obra nacional”– con cometidos de recaudación de fondos, hospitalización de enfermos y elaboración de estadísticas; tan sólo en los primeros ocho meses de funcionamiento y en plena contienda ya había creado 39 nuevos dispensarios. No obstante, y dadas las circunstancias, la mortalidad creció registrándose en total 31.000 fallecidos por año, repuntando el índice a 119 por 100.000 habitantes; en la zona frentepopulista poco o nada se hizo contra esta epidemia, superando los fallecidos en ella a los de la nacional, de ahí el incremento citado.
Terminada la guerra, la década de los cuarenta fue, como en todo, el periodo de lucha, también, contra la tuberculosis, contra la que el combate fue titánico debido a las difíciles peculiaridades de tal enfermedad. A pesar de las dificilísimas circunstancias que capitalizaron tal espacio de tiempo –II Guerra Mundial, autarquía impuesta por la situación mundial y más aún la europea, aislamiento de la ONU y exclusión del Plan Marshall–, el Patronato puso manos a la obra con un tesón admirable para acabar con tan funesta pandemia; al tiempo que la sufrida población española se aprestó a seguir dándolo todo por España.
El Patronato, además de varias adaptaciones de su estructura y legislación específicas, no exentas de las lógicas diferencias de opinión existentes en diversos momentos en el seno del Movimiento –pues nunca fue totalitario, ni siquiera uniforme, existiendo siempre la diversidad, bien que compelidas al marco general de sus ideales superiores–, caben destacar las siguientes iniciativas: creación del Instituto Nacional del Seguro Antituberculoso, dentro del Patronato, que gestionaba dicho seguro obligatorio e integral; comisiones provinciales antituberculosas y escuelas de tisiología; integración en sus estructuras de médicos, incluso de los que habían sido apartados en los primeros instantes por su pertenencia al bando frentepopulista; recaudación de fondos mediante la reinstauración de la antigua colecta callejera denominada “Fiesta de la Flor”, una sobretasa postal obligatoria en Navidad y una lotería especial de Octubre –a fin de no sobrecargar los tan escasos recursos financieros existentes–; y la incorporación desde 1941 a esta lucha de la Sección Femenina a través de su Cuerpo de Divulgadoras Sanitario-Rurales, de encomiable labor.
Además, y muy clarificador de la preocupación especial que el Caudillo tuvo siempre sobre este asunto, fue que en 1943 el Gobierno aprobada un decreto por el que declaraba “urgentes y preferentes” la construcción de hospitales y dispensarios antituberculosos, de forma que para 1952 España dispuso de 14.000 camas contra la tuberculosis –todo un record–, que en breve llegarían a las 25.000. Junto a ello, se adoptaron medidas especiales –nunca el confinamiento de la población– para el tratamiento de los infectados los cuales, una vez detectados por el seguro, eran enviados al dispensario donde se les realizaba un reconocimiento completo –incluyendo análisis y radiografías–, así como las intervenciones quirúrgicas en caso necesario, todo ello gratuito; no así los medicamentos. Para que los asegurados no tuviesen que esperar, pues la atención médica prematura era esencial, así como para evitar potenciales contagios, se les recibía en consulta en un horario diferente al del resto de los enfermos. Cuando era necesario, el enfermo era inmediatamente ingresado en el sanatorio antituberculoso más cercano a su lugar de residencia, dándole de alta sólo tras su total restablecimiento.
Esta intensa labor consiguió que la mortalidad debida a esta enfermedad que se mantuvo durante toda la década de los 40 en 30.000 fallecidos al año debido a las circunstancias de tal década, cayera para 1951 a 22.000, en 1952 a 13.000, en 1954 a 9.000; cifras nunca vistas antes que daban testimonio fehaciente de lo bien hecho durante los 40. A la muerte del Generalísimo los fallecidos anuales eran 2.500; otro récord. A ello colaboró también que para el comienzo de los años 50 y décadas posteriores, España, con Franco siempre a la cabeza de su Gobierno, lograba cifras extraordinarias en la construcción y entrega de viviendas sociales (en total dejó 3.000.000) de las que se beneficiaron principalmente las clases menos pudientes que fueron siempre las más afectadas por la tuberculosis debido a su hacinamiento secular en viviendas insanas; hecho que, a pesar de conocer desde siempre nadie logró poner remedio hasta que lo hizo el Caudillo.
Hay que tener en cuenta que como la obra queda, la tendencia citada continuó después de Franco de forma que, en 1997, el número de fallecimientos por esta enfermedad llegó a ser cero –ojo, no antes, lo que da una ida de la dificultad de la lucha contra ella–; lamentablemente, y sin que nadie lo denuncie, la tuberculosis ha rebrotado en España de forma que desde 2006 se vienen registrando una media de 300 muertes al año por ella.
Respecto al resto de epidemias, fueron asimismo objeto del empeño del Generalísimo, también invicto en este campo. Así, las defunciones anuales de 1940 a 1975 fueron: por neumonía, de 40.000 a 11.000, respectivamente; por meningitis, de 600 a 400; por sarampión, de 6.000 a 41; por fiebres tifoideas, de 3.399 a 28; por difteria, de 3.169 a 1; por viruela, de 609 y ninguna, y, finalmente, por escarlatina, de 127 a 3. Tan sólo en la gripe común no se consiguió bajar de 4.500, a pesar de haberse reducido a la mitad durante los años 50.
Por último, destacamos que, para conseguir tales éxitos, en ningún instante pasó por la cabeza del Caudillo ni de los españoles de entonces tomar medidas draconianas como las adoptadas masiva e indiscriminadamente en la actualidad, o sea, el confinamiento domiciliario de toda la población, con la ruina que la paralización prácticamente total de la producción y el comercio van a suponer. ¿Se imaginan ustedes qué hubieran dicho entonces algunos, y hoy todos, si al “dictador” se le hubiera ocurrido… por “nuestra salud y seguridad”, encerrar a los españoles en sus casas e impedirles salir mediante la Policía Armada y la Guardia Civil?
P.D.- Dedicado a mi madre, Encarnita, (RIP), infectada de tuberculosis, que pasó en el sanatorio de Los Molinos los años 1952 y 1953, y que siempre agradeció a Franco su sanación completa.