España no es el problema. Por Javier Montero Casado de Amezúa

                                                                               Javier Montero Casado de Amezúa

 

En 1948 Pedro Laín Entralgo escribió su conocido estudio España como problema en el que abordaba el importante tema del ser de España. Sostenía el autor que las naciones pueden encontrar problemas en tres niveles, según traten de aumentar su prestigio y poder, simplemente defenderse o se esté planteando el problema de su misma existencia histórica.

El trabajo detalla la alternativa que en este sentido verdaderamente existencial se le plantea a España con la secularización, que al imponerse en Europa sobre todo a partir del siglo XVIII entra en colisión con todo lo que en España pervive de su historia anterior, ya sea como recuerdo sea como tradición.

Sin dejar de reconocer lo muy acertado de los análisis de Laín Entralgo creo que en el momento actual resulta mucho más oportuno abordar el tema desde el punto de vista que ha elegido María Elvira Roca Barea en su libro Fracasología dedicado a las élites españolas.

Porque España no es el problema, ya que la historia es la que es. Somos los españoles los que con nuestra pereza en el trabajo que cualquier nación de Occidente emplea en formar a sus juventudes, nos problematizamos careciendo de cuadros que contribuyan a cohesionar a las distintas capas de la sociedad. Y sin cohesión no hay nación.

Y para una nación su historia es como el espejo que le permite mirarse para tener así una cumplida idea de su honra, de su valer y de su importancia en el concierto de las naciones. Ese es el comportamiento normal de cualquier nación y así es como actúan tanto Inglaterra como Francia por referirme a nuestros principales competidores.

Los ingleses aprenden desde pequeñitos que pertenecen a una gran nación y cantan a coro que sus granaderos son más grandes que Alejandro Magno o incluso que Hércules. Los franceses tienen un himno nacional cuya letra no han suavizado nunca y que sin embargo avergonzaría a cualquier ser humano proclamando que una sangre impura abreve los surcos de nuestras tierras refiriéndose a los franceses de las riberas del Loira que fueron masacrados por el poder represivo de la Convención.

España, que solamente en la época del régimen autoritario del 18 de julio se puso al fin a la tarea de ponerle letra a su himno nacional –la marcha real- incluyendo una frase bella y poética que decía gloria a la patria que supo seguir sobre el azul del mar el caminar del sol,  no ha conseguido ni siquiera consolidar esa letra y nuestro himno nacional no puede ser cantado.

No se trata de que queramos que se ensalce la historia por principio, sino que se comprenda que un país normal no se dedica sistemáticamente a detallar sus derrotas y a desconocer sus victorias. Porque sus rivales en todos los terrenos, no solo fabrican una propia historia confortablemente llena de hazañas –lo que sin duda favorece la formación de un espíritu nacional que sus niños maman desde la cuna- sino que al tiempo se toman el trabajo de escribir la historia de sus rivales, en este caso la de España, destacando sistemáticamente los acontecimientos luctuosos y las derrotas, lo que hacen con frecuencia sin respeto alguno a la verdad histórica.

Pero lo más llamativo es que incomprensiblemente los españoles compramos esas mismas historias y nos dedicamos a mantenerlas en los planes de estudios de nuestros hijos, con el resultado de que solamente conocen lo que nuestro país ha podido gestionar mal. Y como muestra baste este botón: yo mismo, que estudié en el colegio de los jesuitas de Madrid Chamartín, promoción de 1962, tras la carrera de Derecho y el estudio de tres oposiciones, nunca tuve conocimiento de la derrota de los ingleses en la victoria lograda por Blas de Lezo en Cartagena de Indias, hecho tanto más notable cuanto que impidió se desmoronara anticipadamente todo el rico comercio establecido entre España y la América española.

El problema pues no es otro que la pereza de nuestras clases dirigentes, que en lugar de escribir la propia historia se pliegan a las que nos escriben nuestros rivales cuyos hispanistas como es lógico la escriben para el confort de sus propias hazañas, a base de ocultar los triunfos ajenos y enaltecer los propios. Y es significativo, como apunta Roca Barea, que no existan entre nosotros anglicistas o francesistas que bien podrían a la inversa dedicarse a subrayar por ejemplo cómo la fortuna más importante de la época Victoriana tuvo su origen en el comercio de esclavos o que la represión del General De Gaulle tras la Segunda Guerra Mundial en Francia fue una de las venganzas más crueles perpetradas en el siglo XX con 15.000 asesinados sin control alguno y 90.000 encarcelados.

No quiero decir que no se pueda maquillar un poco (a veces mucho, según países) la propia historia para poderla presentar a los jóvenes educandos fomentando así el orgullo patrio, pero lo que resulta totalmente absurdo, incomprensible y altamente perjudicial para la estabilidad política de cualquier país es dejar que otros hagan jirones de tu historia sabiendo que ella es un elemento capital para la cohesión y la propia estabilidad política. Nosotros, en lugar de apoyarnos en la grandeza de nuestra historia, aceptamos las versiones que otros han preparado para el confort de sus estudiantes y que ellos utilizan para reforzar su propia unidad nacional, algo para todos imprescindible tanto para la estabilidad interior como para la firmeza del prestigio exterior de cualquier país. 

España no es pues el problema. El problema español son las élites y como consecuencia de ello la educación y la formación del espíritu nacional. España se problematiza ella sola a base de recibir de sus rivales su propia historia tergiversada, lo que aparte deformar la conciencia nacional de sus ciudadanos, conduce a que los políticos se sirvan de dicha historia como arma arrojadiza en la política activa. Y ahí tenemos la inaceptable ley de memoria histórica que es una ley de ingeniería histórica para la demolición de la propia historia.  

La conclusión de todo esto es clara: una nación necesita de una historia para comprender su presente y de una política que enaltezca esa misma historia para alcanzar la elemental cohesión nacional que toda política necesita. Franco repitió hasta la saciedad que en España los partidos políticos habían demostrado desde siempre que eran incapaces de ponerse de acuerdo en los temas fundamentales del Estado. Y eso no es sino el resultado del desconocimiento, la manipulación y la tergiversación de la historia y los países que desconocen su historia, agostan su identidad y su cohesión nacional y condenan a sus ciudadanos a la división y al enfrentamiento.


Publicado

en

por

Etiquetas: