¿Fue Franco un centralista convencido?, por Álvaro Romero

El Caudillo fue siempre un hombre minucioso, sosegado y lento, cualidades del centralismo burocrático filipense, que si generalmente útiles y beneficiosas, poseían también alguna contrapartida.

¿Fue Franco un centralista convencido? Esto es hoy sucia y barata moneda de uso casi general, lo cual, de entrada, obliga a desconfiar del tópico. Sí fue un patriota, amante y servidor de la Unidad de España. Pero esto es otro cantar, pues hoy, desde la Corona y el Gobierno a la inmensa mayoría de partidos y opiniones, nadie cuestiona y todos dicen defender la Unidad de España. Hasta el Tarradellas.

Debemos, pues, distinguir entre Unidad y Centralismo, lo cual, por otra parte, es algo elemental en derecho político y aún en la simple política. ¿Fue, pues, centralista?

Considero que deben distinguirse dos fases en su trayectoria: Una, primera y centralista, que le viene impuesta, por presión popular irresistible, ante los dislates y puercas traiciones del sistema autonomista, más o menos insolidario, totalmente desacreditado y fracasado. Recuérdense las reacciones centralistas y antiautonomistas de los líderes rojos que lo implantaron, desde Azaña y Prieto hasta los jefecillos comunistas.

Evoquemos como los dirigentes rojos dejan reducida la “Generalitat” a una entelequia despreciada y hasta prohiben hablar en catalán. Los mejores y más valiosos intelectuales y líderes del regionalismo están en 1937 avergonzados y desengañados por lo ocurrido bajo la égida autonómica. La reacción popular, el pendulazo ibérico, es unitario y todo el mundo prefiere el centralismo madrileño a la próxima tiranía cantonal. Igual a como ocurrirá dentro de pocos años… Franco se encuentra ante un clima y, probablemente, muy a gusto, desmonta de un papirotazo el leve montaje autonomista.

Pero él, gallego, casado con asturiana, no tiene convicciones ni profesa doctrinas centralistas, y nos lo prueban detalles, como por ejemplo la subsistencia, acrecentada, de los privilegios forales de Navarra y Álava. Es muy sintomático que en fecha tan temprana como el 1.° de octubre de 1936, en su discurso de toma de posesión de la Jefatura del Estado se lea el siguiente párrafo: “La personalidad de las regiones será respetada en sus peculiaridades, respondiendo a la vieja tradición nacional en sus momentos de máximo esplendor, pero sin que ello suponga merma o menoscabo de la más absoluta unidad nacional.”

Él sabe, perfectamente, que las regiones, las personalidades regionales, son una realidad y que debe contarse con ellas. Me lo confirmó una de sus audiencias personales dedicada, casi en exclusiva, al tema regional catalán, y con ocasión de los problemas creados por el Arzobispo y Cardenal Vidal y Barraquer, (1) “el Cisquet de Cambrils” como le llamábamos el clero catalán integrista y los unitarios (el apodo le hizo mucha gracia a Franco)  . A esta audiencia quizá debo la primera idea del sistema de descentralización o federalismo sustancial y no formal  pues fue el Caudillo quien me preguntó sobre las posibilidades de llevar a Tarragona una Academia militar o de marina.

Entre distintas apreciaciones que le escuché y todas reveladoras de que creía en la realidad de las regiones, me sorprendía su excelente criterio contrario a los “quislings” y como todas las autoridades debían proceder de la región: no hay mejor cuña que la de la propia madera, me dijo. Mas lo cierto y la verdad es que nada hizo en este camino, a pesar de sus convicciones. El explicable temor a los reiterados desastres que el tribalismo cantonal organizó siempre —y producirá— en este País; la tremenda fuerza del sentimiento anti estatutario en toda España, incluidas las regiones más autonomistas; el ánimo centralista del sector oligárquico que le rodeó; la torpeza intelectual y política —no quiero poner nombres, aunque los tengo y me constan— de alguno de sus colaboradores, enervaron su acción en el sentido de sus convicciones regionalistas y siguió la ruta tradicional, o sea la del centro castellano. Pero no más centralista que lo habitual.

Y aún podríamos decir que bastante menos que, por ejemplo, durante la Dictadura del General Miguel Primo de Rivera. Véase como la actividad editorial y los premios literarios oficiales, en y para lenguas vernáculas, tuvieron vía libre. Se crearon cátedras de vasco, catalán y gallego, nombrándose académicos de neta significación regionalista. Las manifestaciones del folklore regional gozaron del apoyo oficial y todos los niños de España aprendieron y cantaron canciones en catalán y gallego. Fuimos legión los regionalistas solidarios y unitarios —e incluso muchos que no lo eran— con absoluta libertad para exponer y divulgar tesis y doctrinas. Franco, siempre prudente y siempre auscultante del sentir popular, esperaba que pasara el lógico sarampión centralista: Que él ni creó ni impulsó.

Sin necesidad de autocitarme —y aparte conferencias o artículos— argumenté en 1940 la necesidad de desmontar el inservible armatoste del Estado centralista y la inutilidad de las reformas administrativas que llevó a cabo Blas Pérez en la línea de Calvo Sotelo (continuadas en la misma dirección por García Hernández). En mi libro sobre los catalanes en la guerra civil (1949) volví a reivindicar la personalidad de las regiones y la necesidad de tenerlas en cuenta.

En 1957 intenté racionalizar la problemática de España con criterios cosmológicos, y neta recordación de las realidades regionales; proféticamente, advertía con toda crudeza y claridad sobre cuanto estamos presenciando hoy. En 1968 planteé, con acritud, el problema del separatismo, no resuelto por el Régimen, y expuse soluciones inspiradas en la doctrina joseantoniana.

Mis criterios y actitudes, es probable que no complacieran a ciertos grupos acampados en el Poder político, pero nadie coartó ni obstaculizó la difusión de mis ideas sobre una concepción regionalista de España, dentro de la solidaridad, y que yo definía como federalismo sustancial…

¿Podría todo esto haberse escrito si Franco hubiera sido el tirano centralista que ahora pretenden presentarnos…? Por si alguna duda pudiera caberme de cuál iba a constituir la segunda fase, regionalista, de Franco, están las siguientes frases escritas en su breve testamento político, poco ante de morir, donde, apretada y conmovedoramente, sintetiza su última voluntad política y humana para España y los españoles… Mantened la unidad de las tierras de España, exaltado la rica multiplicidad de sus regiones, como fuente de la fortaleza de la unidad de la Patria.”

¿Cómo se hubiera orientado el regionalismo franquista? Responder a esto es casi ciencia-ficción. Yo pienso que en su fuero interno pensaría en algo parecido al foralismo carlista, vía que yo considero inviable y además errónea. Pero tampoco descarto que los ilustres “percebes” que el País produce y que ostentaron puestos de confianza en torno a Franco, le habrían ofrecido las sobadas e inútiles farmacopeas del calvosotelismo con sus descentralizaciones administrativas con delegación de funciones.

¡Quién sabe…! Lo que me parece evidente es que Franco no hubiera transigido, por ejemplo, con el llamado “honorable” Tarradellas, a quién sus papas (payeses humildes de Cervelló) habían legado (?) la hermosa finca de San Martinle-Beau…:

Franco fue hombre serio y no admitía que le tomaran el pelo. Sólo cabía engañarle…

1 Vidal y Barraquer fue un hombre mediocre, víctima de la política vaticanista que quiso guardarle en reserva por si ganaban los rojos. Hoy los enanos de la burguesía catalanista —«tontos útiles» al servicio del marxismo—, pretenden convertirlo ridiculamente en un Tomás Moro, como antaño quisieron beatificar a Torras y Bages: son las consecuencias de las «clarividentes» (?) decisiones de los Ministros de Franco que hicieron prelados a pobres desgraciados montaraces como Jubany y Pont y Gol. 

Del libro de JOSÉ Mª FONTANA – FRANCO. Radiografía del personaje para sus contemporáneos


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