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Eduardo García Serrano
El catedrático norteamericano Harry Bernstein, les decía a sus alumnos en la inauguración del curso de Historia de la Universidad de Harvard: “Mirad a los Estados Unidos con sus millones de ciudadanos de origen español, examinad el Océano Pacífico y echad una ojeada al mundo Occidental y reconoceréis la importancia de España no sólo en él, sino también en las estratégicas regiones del norte de África y del sudeste asiático. Observad cómo la Lengua Española está ligada a lo más grande la literatura universal y cómo, desde el siglo XVI, es una lengua imprescindible para la comprensión de la economía, de la antropología y de cualquier ciencia social”. ¿Por qué se puede enseñar esto en una universidad norteamericana, y no en Vascongadas y Cataluña, en Valencia, en Galicia y en Baleares?
Gracias a la cobardía y a la acomplejada tibieza de la derecha, unida al tóxico rencor de la izquierda y a la pasión hispanicida de los separatistas los escolares españoles, fundamentalmente, pero no solo, vascos y catalanes, son prisioneros de una mentira, de una mentira histórica que hace culto de énfasis en que el progreso y la libertad consisten en desespañolizarse. La estrategia de los separatistas, apóstoles de la hispanofobia, consiste en crecer con el mismo tronco pero no compartir sus principios. Su poeta de cabecera no es Quevedo, sino Daniel Heinsius, aquel holandés del siglo XVII que escribió: “Donde quiera que no esté España, allá está nuestra Patria”.
La idea del separatismo es atroz, absurda y anacrónica, pero es una realidad política ante la cual la mayoría de intelectuales, políticos y periodístas se han rendido, haciendo que para muchos de nuestros compatriotas España sólo sea un nombre sin forma ni sustancia, en el mejor de los casos, cuando no un país enemigo, que así es como se trata a España en la podrida pitanza de sus textos escolares.
Ese, y no otros, es el mayor triunfo del separatismo: la transferencia de las competencias de Educación y Cultura en virtud de la cual cualquier patán bocazas enseña Historia, desde presupuestos de abierta hostilidad hacia la Unidad de España. Unidad que, produce vergüenza tener que recordarlo, no se inventó Francisco Franco, ni siquiera los Reyes Católicos. Esa unitaria diversidad de España ya la previó, la anunció y la razonó antes de Cristo el historiador griego romanizado Estrabón.
Mientras los escolares españoles no caminen juntos entre nuestros recuerdos comunes y juntos busquen a España en nuestro legendario pasado para proyectarla hacia el futuro, los españoles que aún no han nacido se sentirán, como profetizó Arzalluz, “como alemanes en Mallorca”.