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¡Manos a la cabeza por la criminal subida de la factura eléctrica! Las terminales mediáticas del régimen blanquean al gobierno izquierdista y lo eximen de toda culpa en el aumento de un 220 por cien en el recibo de la luz. Ardua tarea de difusión de la mentira que oculta el origen profundo del atraco al bolsillo español: el robo de nuestra soberanía energética pergeñado por PSOE y PP desde hace 40 años.
La inflación artificial y artificiosa del recibo eléctrico, que supone en un 70 por cien del mismo el pago de costos y peajes ambientales para sufragar, entre otras cosas, la estafa de las energías renovables, es la parte avasalladora e injusta del recibo. Pero no es, ni mucho menos, el origen primigenio de la pobreza energética de miles de españoles ni del monumental hachazo a los bolsillos.
Para hablar de la canallada eléctrica hay que remontarse a un año tétrico contra la energía nuclear; es decir, contra la potente política de creación de centrales nucleares que el régimen de Franco había planificado, potenciado e impulsado para que España fuese autónoma industrial y energéticamente. Era el año 1984.
Aprovechando la oleada de atentados etarras y sabotajes contra centrales nucleares como la que se hallaba en construcción llamada “Lemoniz”, el socialismo que se codeaba con el lobby ecologista internacional pagado desde EEUU por Rockefeller, enarboló el lema “nuclear no, gracias” y en 1984 dictó un parón nuclear, llamado posteriormente “moratoria nuclear”, que paralizó en su construcción o actividad a siete centrales nucleares, algunas casi terminadas: Lemoniz I y II; Valdecaballeros I y II; Trillo II; Regodola I; y Sayago I.
Se paralizó su construcción antes de entrar en servicio. Gracias a ello, los consumidores españoles tuvimos que pagar, y todavía pagamos en buena medida, más de 5000 millones de euros que se incorporan a nuestra factura y que sirven para compensar a las eléctricas por las pérdidas provocadas. El grueso del pago “indemnizatorio” abarcó un periodo hasta 2015.
De este modo y gracias a una política socialista antinuclear que luego continuaría José María Aznar, quedaba abortado y finiquitado el plan franquista de construir hasta 37 centrales nucleares en suelo español. Con ello se habría conseguido energía segura y económica para seguir realzando nuestra economía en el camino por el cual los gobiernos franquistas la habían llevado, convirtiéndola en novena potencia económica mundial.
La solución derivada del Plan de Estabilización de 1959 y la apuesta de los sucesivos gobiernos del General Franco fue la instalación progresiva de reactores nucleares. A ello se sumaba la indispensable explotación de la energía hidráulica que mediante los poderosos embalses y la adecuada geografía española hacían posible que España fuese exportadora de energía, tal y como recordó en 1992 el que fuera exministro de Obras Públicas Gonzalo Fernández de la Mora. Y es que de 1.350.000 kilovatios de energía hidráulica generados en 1940, pasamos a producir 12.000.000 en 1975.
La orografía de nuestro país, la tercera más montañosa de Europa, fue aprovechada por los gobiernos franquistas para impulsar, con los 515 embalses que construyó entre 1939 y 1975, la irrigación masiva de hectáreas agrarias (para 1975 eran más de 2.000.000 de hectáreas) y para permitir beber y asearse a millones de españoles (de los 4.000 millones de metros cúbicos de agua embalsada en 1936, se pasó a los 40.000 millones en 1975).
No sólo nuestra agricultura y nuestro bienestar social y personal aumentaron. Nuestra industria creció hasta los niveles de octava potencia industrial mundial en 1975 gracias a la poderosa autonomía energética que efectuó un gran salto: de los 3617 millones de kilovatios/ hora generados en 1940, pasamos a los 79.603 millones de kilovatios/hora en 1975.
Ni impuestos, ni “eco-tasas”, ni peajes. Los españoles pagaban una factura modesta, sin apenas cargos; una de las más baratas de Occidente. La modernización del modelo energético español era constante hasta 1975, pues los reactores nucleares que desmanteló Felipe González desde 1984 fueron diseñados, iniciados o impulsados según el plan franquista de construir al menos 37 centrales nucleares en la Península.
Cuatro de las centrales nucleares cerradas por el PSOE en 1985 producirían hoy 32 millones de MWh a 25 euros. Las centrales de carbón cerradas en 2018 –proceso que sigue a día de hoy- generarían hoy 34 millones de MWh a 45 euros.
Hemos pagado la factura a 188 euros el MWh, no lo olvidemos. El atraco es monumental, pero eso sí: somos muy “verdes” y antinucleareas.
A la progresiva supresión de la energía nuclear y del carbón durante los últimos 40 años, hay que sumar la reciente paralización de la construcción de 85 embalses decretada por la ministra de Transición Ecológica Teresa Ribera en su aplicación de la desquiciada Agenda 2030.
El coste de la luz tocó recientemente los 188 euros el MWh: consecuencia de las obsesiones ecologistas, antinucleares y antifranquistas de la izquierda española desde 1982, pero también de la derecha del PP que no sólo no desmanteló la estafa de las caras e insostenibles energías renovables de Rodríguez Zapatero, sino que además introdujo nuevos impuestos como el del “Sol” y acribilló más todavía a la energía nuclear y a los consumidores subiéndonos los impuestos de la factura eléctrica incluido el IVA al 21 por cien.
De haber continuado con el modelo energético franquista España sería una potencia industrial enorme con la factura más barata sin depender, como marcó Felipe González, del gas argelino ni de las nucleares francesas. Los gaseoductos españoles son controlados en territorio marroquí. Una concesión imperdonable que también efectuaron los gobiernos del régimen de 1978, y que sepulta a España en la debilidad y la sumisión hacia terceros.
Hoy, con la pobreza energética de millones de españoles en aumento pagamos los platos rotos del antifranquismo, del odio a la obra de los embalses y la energía hidráulica, del odio al programa de centrales nucleares proyectado por el franquismo, del odio de los políticos cortoplacistas y apátridas a una etapa histórica que llevó a España a enseñorearse, de nuevo, como soberana, respetable y poderosa ante el resto del mundo bajo la jefatura de Francisco Franco.