¿Por qué pedimos Misas por Franco?

 
 
Rafael García de la Sierra
 
 
 
   Podemos emocionarnos, sí; e inclusive, treinta y ocho años después, hasta podríamos volver a derramar algunas lágrimas por su ausencia (aunque el llanto desgarrador, el de la honda tristeza —sentida más en el alma que en el cuerpo— quedó prendido, en noviembre del 75, al pie de la losa que cubre su cuerpo en el Valle de los Caídos).
 
   Sin embargo, ese hombre —que a despecho de su escasa estatura, ¡fue, y es, tan alto!— ha logrado que cada 20-N lo recordemos con más alegría. Porque intuimos, esperamos, estamos seguros, casi diría que sabemos dónde está, nos alegramos por él… y le pedimos que siga intercediendo por nuestra amada Patria ante el Padre Eterno.
 
   En efecto, ¿en dónde podría estar Francisco Franco Bahamonde si no es en el Paraíso? Recordamos una anécdota, sucedida cuando el presidente norteamericano Reagan visitó España, suscitando las más encontradas reacciones. Entre las “pintadas” callejeras de aquellos días, alguien —palabra que no sabemos quién, ni con qué intenciones— dejó su mensaje en cualquier pared: “Reagan, vete al cielo con Franco”. Es que la calle, el hombre común, la tan mentada vox populi, no concibe otro destino que el celestial para nuestro Caudillo.
 
   ¡El cielo! Franco, el Caballero de Cristo, “el hijo predilecto y el más querido de la Iglesia entre los Jefes de Estado”, al decir de S.S. el Papa Pío XII, se lo fue ganando día a día, durante su vida, como día a día fue liberando a España durante la Cruzada. Recordemos (a modo de ejemplo) tres juicios sobre el gran Caudillo de España por la Gracia de Dios, para apoyar nuestras palabras.
 
   El Cardenal Tedeschini, haciéndose eco en Roma de todo lo que el Generalísimo Franco y su Gobierno hacían en España para ayudar a la Santa Iglesia, dijo en el Colegio Español: “Alabada sea España, nación católica cuya situación material y espiritual conozco de ahora y de antes. Con pocas naciones como ella el mundo estaría a salvo. Ella nos enseña a gobernar en católico. Si Roma es una promesa, España y su católico gobierno son una realidad. ¡Alabada sea España!
 
   Otro Cardenal, Quiroga Palacios, allá por 1954 así le decía a Franco: “Como prelado de la santa Iglesia, yo os felicito, Excelencia, por haber sido elegido por Dios para reafirmar nuestra unidad católica y para asentar en España este sistema de relaciones entre la Iglesia y el Estado, en los cuales… se está tan lejos de una supeditación del Estado con relación a la Iglesia… como de una servidumbre o enfeudamiento de la Iglesia con relación al Estado, que éste no pretende en manera alguna y que aquélla rechazaría en todo caso hasta el martirio”.
 
   Monseñor Marcelino Olaechea, Arzobispo de Valencia, escribió en su Carta Pastoral el 24 de junio de 1962: “No sería la Iglesia en España ni noble —aún siendo ajena del todo a enfeudarse en Regímenes y Gobiernos— si no elevara diaria y fervorosa oración a Dios por el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos, S.E. don Francisco Franco Bahamonde, pues en él y en sus gobiernos ha encontrado y encuentra cordial cooperación para la mejor formación espiritual de los españoles. La Religión Católica enseñada en todas las escuelas y grados de la educación nacional, desde la elemental a la universitaria; la legislación sobre el matrimonio; los viejos seminarios remozados y los otros levantados de planta con decoro y sin lujo; la reconstrucción de las parroquias derruidas por la ceguera de la persecución y el levantamiento de tantas obras que urgía… la restauración de célebres monasterios… ¡Estas y otras son las benemerencias con la Iglesia en España, por parte del Régimen!
 
   ¡El cielo! Nuestro Señor Jesucristo decía que Él confesaría ante Dios Padre a quien lo confesara a Él ante los hombres… ¿Cómo dudar de la Palabra de Dios, cómo dudar que Él ya habrá cumplido con su promesa, y habrá recompensado a ese siervo bueno y fiel?
 
   En efecto, Francisco Franco Bahamonde confesaba a cada momento a Nuestro Señor ante los hombres. Ante las Cortes, en 1946, dijo: “El Estado perfecto para nosotros es el Estado Católico”. Siete años más tarde, en el mismo sitio, fue aún más explícito: “Nuestra fe católica, piedra básica de nuestra nacionalidad; identificad a la fe cristiana con el fin supremo del hombre elevado al orden sobrenatural… Si somos católicos, lo somos con todas sus obligaciones. Para las naciones católicas las cuestiones de fe pasan al primer plano de las obligaciones del Estado. La salvación o perdición de las almas, el renacimiento o la decadencia de la fe, la expansión o reducción de la fe verdadera, son problemas capitales ante los cuales no se puede ser indiferentes”.
 
   Una década después, en 1963, así habló en Tarragona: “La obra mejor del Movimiento no es el bienestar y la riqueza que produce, ni los bienes materiales que bajo su acción se crean, sino precisamente el haber salvado a España del materialismo ateo y haber sabido unir lo espiritual con lo social… No puede haber bienestar social si no se edifica sobre los principios de la Ley de Dios, sobre los principios del Evangelio”.
 
   Sí, el cielo… para estar de rodillas ante su adorada Madre, la Inmaculada Concepción, como lo estuvo en la tierra bajo su manto en el Pilar, al entregarle su espada de la victoria, y tantas veces más.
 
   Entonces, alguien podría preguntarse: —“Si Franco ya está en el cielo, ¿para qué seguir celebrando Misas por su alma?, ¿quien ha llegado al cielo no está ya salvado?
 
   Seguiremos pidiendo Misas por él porque es nuestro deber, de agradecidos y leales soldados, y porque esperamos ser cada año más fieles y fervorosos. Si Franco está ya en el cielo, mejor: la oración nunca vuelve vacía de las manos de Dios, y la Sabiduría infinita del Padre sabrá a quién aplicarle los frutos del Sacrificio redentor.
 
   Pero nosotros seguiremos allí, con la gracia de Dios. Año tras año, arrodillándonos ante el altar para pedir por nuestro Caudillo a perpetuidad. Ya sin llanto, sino con la sonrisa del que todo lo espera en Cristo. La misma sonrisa que tendrá nuestro querido Francisco Franco, nuestro amado Jefe, mientras sigue guiándonos desde allá, sobre los luceros, donde a despecho de su escasa estatura, se alza cada vez más y más alto, para pedir a Dios Todopoderoso que tenga piedad de nosotros y de nuestra España.
 
 
 
 
 
 

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