Amando de Miguel
La Historia es algo más que una disciplina de las Humanidades. Realmente las envuelve a todas. La musa Clío ha resultado ser muy ambiciosa. Un profesor de Lingüística, de Literatura, de Arte ─pongamos por caso─ dedica una gran cantidad de esfuerzos a escudriñar los antecedentes del correspondiente objeto de estudio. Es lo más lucido, pero así avanza poco la ciencia. Hay como un embeleso de los orígenes. Parece ser que las cosas son lo que fueron, pero se trata de una gran falacia. La moda (algo cansina ya) afecta también a los comentaristas de opinión, a cualquier forma de discurso sobre la actualidad.
Se pueden citar varias docenas de buenos libros que llevan en el título las voces “España” o “los españoles”. Casi todos ellos son realmente Historias de España. Recuerdo un libro intrigante de mis años mozos: “Los españoles del año 2000”, de José María Fontana. Pues bien, apenas habla del futuro, que entonces significaba el año 2000. Casi todo el texto se refiere al pasado, incluso al remoto.
Una particularidad de la Historia es que, cuanto más nos alejamos del presente hacia atrás, los relatos se refieren fundamentalmente a personas con nombres y apellidos. Salvo excepciones, las Historias de España son de epónimos, sean políticos, generales o ricoshombres. Vulgarmente se dice que son Historias “de batallitas”, aunque incluyan tablitas económicas para despistar. Es una forma de no entender lo que pasó. Claro es que las personalidades influyen en los acontecimientos, pero también se precisa saber algo de las mentalidades, las corrientes de opinión, las formas de ver el mundo. Para eso se necesita abstraer, una operación que no agrada mucho a los historiadores, ni a otros profesionales españoles. Ese personalismo se nota también en la definición del campo de la cultura: se ha reducido prácticamente a espectáculo. Es decir, la cultura que ahora priva requiere protagonistas sobre un escenario.
La mayor paradoja es que nos hemos acostumbrado a que los historiadores nos resuelvan las preocupaciones actuales y nos anticipan las del inmediato porvenir. Si son extranjeros, es ya la perfección. La vulgaridad de “la Historia como maestra de la vida” nos ha desilusionado un poco. No se entiende por qué nuestros antepasados nos tienen que enseñar a despejar las incertidumbres de hoy. Algunos fueron egregios, pero otros mediocres y algunos rastacueros. Bastante tenemos con entender lo que ocurrió en el pasado. No le pidamos más. Si se repite, puede ser una farsa, que dijo el clásico.
El historiador como intérprete del presente y vaticinador del futuro acaba convirtiéndose en siervo del político. Pasa algo así como en el caso de esos jueces que, en sus sentencias y apariciones públicas, nos hacen ver de qué ideología dependen. Es algo que podría parecer vergonzoso, pero pasa inadvertido como parte del paisaje de la vida pública.
Así llegamos a la mayor de las aberraciones intelectuales en la España de hoy: la llamada “memoria histórica”. Consiste en que debemos recordar públicamente el pasado reciente, pero no todo él, sino aproximadamente la mitad, puesto que de las dos Españas se trata. Tenemos que olvidar una de ellas y destacar la otra. El argumento es que durante el franquismo se produjo la vergonzosa operación opuesta de silenciar la España vencida en la Guerra Civil. Ahora hay que rehabilitarla, incluso haciendo ver simbólicamente que debería haber triunfado en la Guerra Civil. La operación ya se viene haciendo de forma vergonzante durante toda la Transición. No hay más que analizar las películas que se han subvencionado en los últimos lustros. En casi todas ellas los héroes son los de la España republicana. Da la impresión de que ese fue el bando vencedor. Ahora se trata de redondear la hazaña. Los historiadores pueden ponerse al servicio de la “memoria histórica” y hacernos ver que solo interesan los españoles de un bando. Por ejemplo, dos buenos escritores y poco políticos, Lorca y Maeztu, fueron ambos fusilados, cada uno por un bando. Del primero lo sabemos todo; del segundo se ha borrado el rastro. Y eso antes de que florezca la operación de la “memoria histórica”. Qué no será cuando, dentro de poco, el arco de la victoria de la Moncloa madrileña sea dedicado a las Brigadas Internacionales de la Guerra Civil. Siempre habrá un historiador que sepa emular a Antonio Tovar y nos coloque otra placa alusiva en latín.