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Carla Pomerol Dalmau
La noche del 21 de julio de 1936 fue, para muchos tarraconenses, imposible de olvidar. Las plazas y calles de la Part Ata se convirtieron en auténticas hogueras. Camiones con soldados armados, procedentes de Barcelona, llegaban a Tarragona a través de la Via Augusta con el objetivo de quemar los pasos de la Setmana Santa y otras imágenes religiosas. Y lo consiguieron. Esa noche desapareció parte del patrimonio escultórico de la ciudad. Solo habían pasado tres días del estallido de la Guerra Civil Española. «El hecho se enmarcó dentro de la revolución anticlerical y de la persecución religiosa contra los cristianos católicos, que se mantuvo latente en España desde los inicios del siglo XX», explica Josep Maria Rota Aleu, profesor y autor del libro Tarragona Setmana Santa (Edicions El Mèdol).
Los soldados que entraron a la ciudad esa tarde del 21 de julio del 36 eran, según explican, milicianos de izquierdas, revolucionarios y sindicalistas. «Fue una barbarie artística, cultural y social», apunta Rota. Daniel Pallejà Blay, historiador amateur de la Semana Santa –así es como se define él– y autor de un blog dedicado a esta celebración, explica que «los milicianos saquearon e incendiaron el convento de Santa Clara y fueron subiendo y pasando por todas las iglesias de la Part Alta, sacando a fuera los misterios».
Todas las obras de arte fueron destruidas, junto con otras imágenes religiosas, como por ejemplo los retablos de algunas iglesias. Los pasos de La Sang –La Flagel·lació, el Crist de la Humiliació, el Sant Crist y La Soledat–, el Ecce-Homo y la imagen de Jesús Natzarè de los Natzarens, que se guardaban en la iglesia de Natzaret, fueron quemados en la Plaça del Rei. Una de las pocas cosas que se salvaron fue un fragmento del rostro del Sant Crist de La Sang, gracias a que una vecina de la zona lo recogió de entre las llamas. Actualmente, esta reliquia está expuesta en la sala de juntas de la iglesia de Natzaret. «Lo destrozaron todo. Con el altar mayor hicieron leña, la iglesia se convirtió en un una sala agrícola, una especie de cooperativa, y la sala de juntas en un café», explica Pallejà.
El paso del Sant Enterrament de Gremi de Marejants fue quemado delante de la iglesia de Sant Pere del Serrallo, y las imágenes de La Salle –L’Oració a l’Hort y El petó de Judes–, en el patio del colegio. Los pasos del Gremi de Pagesos, que se guardaban en la iglesia de Sant Llorenç, se trasladaron delante de L’Ensenyança, y fueron quemados junto con otras imágenes religiosas de la ermita de Sant Magí. Pallejà explica que se imagina esa noche con hogueras quemando en las plazas hasta altas hora de la madrugada.
Algunas se salvaron
Una de las historias más curiosas de esa noche tuvo como protagonista el Crist del Sant Sepulcre del Gremi de Pagesos. «Un valiente congregante se llevó la imagen del Crist a su casa. La guardó entre paredes en el comedor durante tres años, para devolverla una vez finalizada la guerra», explica Carles Baches, experto en la Setmana Santa tarraconense, quien añade que «todo el mundo pensaba que se había perdido o quemado la talla de Jujol. Pero no fue así». La imagen en cuestión todavía se conserva en el paso, dentro del sepulcro.
También se salvó la peana de La Pietat y la del paso de Jesús Natzarè, con las imágenes de las tres Maries dels Natzarens. El único misterio entero que se salvó de las llamas del fuego fue El Cirineu, también conocido como la Segona Caiguda, de los Natzarens, obra de Antoni Parera, del año 1930. «Casualidades de la vida, el paso del Cririneu estaba desmontado y no estaba en ninguna iglesia, por eso no lo encontraron», explica Baches. Pallejà apunta que «en ese momento estaba en un local que se llamaba Les Quatre Barres, en la calle Escrivanies Velles. Esta es la crónica de una noche en llamas.