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La tesis que aquí deseo desarrollar, entroncándola con la tesis del general Franco sobre que “España también es creación de caudillos”, es que su figura es una más que pertenece a la larga secuencia de caudillos o adalides almogávares [1] que se iniciaron en la Alta Edad Media y que han continuado, de forma más o menos latente, hasta el pasado más reciente.
Franco se refiere, en RAZA, implícitamente al Ejército Nacional como a los almogávares de su época, y no le falta razón, como veremos. Nos encontramos ante un adalid de almogávares [2], que como relataré sabe de lo que habla porque él ha sido un protagonista directo y activo de lo que cuenta.
El adalid almogávar era, en la Edad Media, el guía de la hueste, cuyas funciones principales eran la defensa de la Cristiandad y la reconquista del solar patrio. Su figura es respetada tanto por los cristianos como por los musulmanes, algunos de los cuales llegaron a desempeñar este cargo.
El adalid, por lo tanto, manda tanto a almogávares cristianos como a musulmanes, y a todos respeta por igual. En este sentido, hay que recordad que Francisco Franco estuvo destinado en el Cuerpo de Regulares, para a continuación cofundar junto con Millán Astray a la Legión Española. Es evidente que su jefatura militar se proyectó de forma magistral tanto sobre cristianos como sobre musulmanes.
El general Millán Astray se refiere a él en estos términos en su prólogo al “Diario de una Bandera” escrito por Franco: “El Comandante Franco es conocido de España y del mundo entero por sus propios méritos y las características que ha de reunir todo buen militar, que son: valor, inteligencia, espíritu militar, entusiasmo, amor al trabajo, espíritu de sacrificio y vida virtuosa, las reúne por completo el comandante Franco”.
Nótese que las cualidades que destaca en él Millán Astray son las que coinciden en líneas generales con las de los adalides almogávares expresadas por los cronistas medievales, y, por otra parte, que es un privilegio de los almogávares el elegir a sus compañeros de armas, incluidos a sus jefes.
Mientras la II República consideró infrahumanos a los musulmanes que luchaban contra ellos, a los que se les fusilaba sin juicio previo en caso de caer prisioneros, en la España Nacional se respetaba y protegía su culto, al mismo tiempo que se financiaban barcos para llevar a sus peregrinos a La Meca [3].
Hay que remontarse al Cid Campeador para encontrar semejante admiración por parte de los musulmanes hacia un caudillo cristiano en España, lo cual explicaría el apoyo que recibió su régimen por parte del mundo musulmán.
No fue el único militar español que fue admirado y respetado hasta el extremo por los musulmanes. Tenemos el ejemplo del general Varela, cuya guardia personal la componían aquellos musulmanes a los que derrotó personalmente en Marruecos, o el general Muñoz Grandes, el cual al frente de su harca supo escribir algunas de las páginas más épicas de nuestro Ejército.
Pero volviendo al autor de RAZA, este sabe de lo que escribe porque ha sido uno de los creadores de La Legión Española, cuya intervención, bajo sus órdenes, fue decisiva para poner fin a la sangría de vidas que fueron la guerra de Marruecos y para conseguir la victoria de la causa nacional, que era la de España.
La Legión se ha dicho reiterativamente que está inspirada en los Tercios de Flandes, y no hay duda por sus nombres que así es, pero se olvida que el origen de estos fueron las huestes de almogávares de la Edad Media en España. Son éstas por tanto el embrión del ejército español actual, y sus rasgos definitorios siguen vivos en mayor o menor medida.
En este sentido, es clarividente el estudio de Las Partidas del rey castellano Alfonso X El Sabio, donde aparece un verdadero tratado almogávar, que relata con todo lujo de detalles cómo funcionaban y se estructuraban, con su adalid o caudillo a la cabeza.
La Legión Española fue la recuperación de las más castrenses tradiciones españolas de la Edad Media. Un entronque con nuestra historia, retratado magistralmente por uno de sus protagonistas en la novela RAZA.
El caudillo es el depositario de la “devotio ibérica” tan arraigada en nuestro pueblo, que premia al que la recibe con merecimiento con una lealtad hasta el final, como así fue.
Cuando se produce el Alzamiento Nacional que dio comienzo a la Guerra Civil, el bando sublevado tiene un apoyo minoritario del ejército en sus más altas instancias. Son muy pocos los generales que se sublevaron, frente a una gran mayoría acomodaticia que prefirió seguir bajo el caos de la “legalidad vigente”. Fue como dice Ricardo de la Cierva un “plebiscito armado” de “una mitad de España que no se resignaba a ser exterminada”, un levantamiento cuasi espontáneo que brota de una nación que ya vivió momentos similares y siempre reaccionó de igual manera (invasión francesa en 1808) para asombro de sus enemigos externos e internos.
La organización militar de los “rebeldes” se estructuró en torno a la Junta de Defensa Nacional, una especie de Consejo Almogávar donde se reunían los adalides almogávares. Los jefes militares del Alzamiento debatieron y decidieron democráticamente cómo actuar en la guerra. Reapareció así el concepto de “democracia militar”, tan arraigado en la España medieval, por herencia germánico visigótica, donde se valora el mérito y la capacidad frente a los intereses partidistas.
Los “pares”, esto es, los iguales en mando y responsabilidad, se reúnen y eligen democráticamente el primero de octubre de 1936 al “primus inter pares”, al Generalísimo de los Ejércitos, el llamado a convertirse en el primero de todos los adalides o caudillos almogávares del siglo XX.
Mientras en la II República se sucedían violentamente las crisis de gobierno, y sus eran elegidos desde la “democrática” URSS, en la España Nacional, se votaba militarmente al más capaz para vencer en aquella guerra fratricida.
Los almogávares de España, resurgidos espontáneamente en 1936 ante la necesidad, elegieron a su gran adalid en la figura de Francisco Franco, al más puro estilo medieval español, que suscita a su alrededor la lealtad unánime de todos sus soldados, sean de la religión o intereses clasista o político que fueran. Basta conocer someramente cómo funcionó el Consejo Almogávar en Bizancio a principios del siglo XIV para ver que hay cosas que “espontáneamente” vuelven a suceder porque así lo marca la forja de una Nación.
Los adalides almogávares eran la nobleza militar meritocrática que no existía en el resto de Europa, y que en España encuentra así una forma de movilidad social y de premio al valor desempeñado en el esfuerzo reconquistador y de defensa de la Patria. Tenían derecho a recibir trato equivalente al del noble hereditario o convencional, y entre sus prerrogativas estaba la de tener enseña propia.
La personalidad del general Franco tuvo capacidad para salir con éxito de todos sus terribles desafíos las campañas de Marruecos, Guerra Civil, la II Guerra Mundial, el aislamiento de España y su monumental transformación, que denota que en él hubo algo más que la vulgar suerte que sus detractores alegan con detestable mediocridad.
También hubo adalides musulmanes entre los ejércitos bajo las órdenes de Franco, como se ha dicho y hubo en la Edad Media [4] en los reinos cristianos de España. Es el caso del general Mizzian, un musulmán que ocupó un cargo operativo importante en el Ejército Nacional, y fue capitán general de Galicia.
[1] En Las Partidas de Alfonso X El Sabio aparecen como sinónimos las palabras caudillo y adalid almogávar
[2] La Legión Española iba a ser nombrada en sus orígenes el “Tercio de Almogávares”.
[3] Hasta el punto de que se ha comentado que el único retrato de un líder Occidental que ha dado la vuelta a la Piedra Negra de La Meca es el del General Franco.
[4] Un ejemplo de esto mismo es el adalid musulmán Joan Martínez Omar, el caudillo almogávar preferido de Alfonso XI de Castilla, lo que evidenciaba una tolerancia religiosa indudable: “Joan Martínez Omar, Adalid del Rey (…) fuera Moro (…) este Adalid veniera con el Rey quando venció al Rey Alobasen cerca de Tarifa, et le guió la hueste por buenos logares, el Rey fiaba mucho dél (…) manguer que oviese seido de la ley de los Moros”. Crónica de Alfonso XI, en Crónicas de los Reyes de Castilla, BAE, t. LXVI, Madrid 1953, vol. I, pág. 343a
Guillermo Rocafort Pérez es Abogado, historiador y profesor Universitario en la Carlos III de Madrid