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Jaime Alonso
El Correo de España
Nada más apropiado para leer, en esta Semana de Pasión, donde Jesucristo se sacrificó para redimir a la humanidad del pecado, que recordar a quienes se sacrificaron igualmente por evitar que el comunismo triunfara en España, redimiéndonos temporalmente de sus secuelas morales, económicas y políticas. Hoy, en este capitulo tenemos la obligación moral de recordar el particular calvario del Registrador de la Propiedad de Ronda D. Carlos García-Mauriño Longoria, su mujer Matilde y sus 8 hijos.
Del 17 de julio al 12 de agosto de 1936, un excepcional Registrador de la Propiedad, con plaza por oposición y destino en la bella localidad malagueña de Ronda, desde 1932, escribía, en unas cuartillas diarias, lo que estaba aconteciendo aquellos calurosos días en España. Sus fuentes eran los amigos que le visitaban, el personal del registro, el servicio domestico del que disponía, la visión a través de una ventana con rejas desde cuya atalaya observaba y oía “algunos” de los horrores; y una radio con la que sentir el exterior. El 18 de Julio oyó por primera vez que Franco, desde África, estaba al mando de la sublevación cívico militar contra la bolchevización de España; lo que otorgaba, a las angustiadas victimas del latrocinio en que se había convertido la Republica, un atisbo de esperanza.
Carlos García-Mauriño Longoria siempre tendrá quien le recuerde y escriba, por su altura moral, integridad de convicciones y coherencia, rigor intelectual y hasta físico, más de 1,90 cm. Y también porque, a sus 39 años de edad, ya era un buen y ejemplar padre de familia que había traído al mundo, “los guardó Dios”, ocho hijos y esperaba su esposa, Dña. Matilde Martínez Caballero de Tineo, heroína supérstite, a su última hija, ya póstuma, a la que bautizaron e inscribieron como María Rosa. En esos 27 días, de relato de una muerte anunciada, también refiere el fallecimiento, con ocho meses de vida, de su hija “Socorrin”; y lo hace con un distanciamiento y hondura teológica, impresionante: “era verdaderamente un Ángel lo que tengo entre los brazos, y como sus alitas son tan suaves, nada tiene de extraño que no oyese su batir cuando las desplegó para volar al cielo” “Matilde, que está sentada al lado del cadáver de nuestra hija, la besa antes de que sea cerrada la caja. Conserva la niña su angelical belleza. En su breve paso por este mundo, solo de dulzura y bondad deja el recuerdo”.
Las 541 cuartillas manuscritas con pluma estilográfica por una sola cara y numeradas es lo único que pudo salvar Dña. Matilde del saqueo y destrucción al que sometieron la vivienda del Registrador y Registro de Ronda, el día de la detención, el 13 de agosto de 1936 y en posteriores despojos. “Memoria de veintisiete días” quedará como imborrable testimonio en su descendencia y como conciencia colectiva de lo que no podemos permitir que se repita. Ese libro desnuda la verdad histórica que ahora pretenden borrar. Este libro será un canto de esperanza hacía un futuro que está en el pasado escrito. Ese libro es el espíritu perenne de los hombres de bien que se sacrificaron por todos nosotros.
En la madrugada del 14 de agosto, junto a otras diez personas más del pueblo, era asesinado el Registrador de la Propiedad de Ronda. “Que nadie sepa lo que es de nadie” había oído a unas arpías con voces de mujer. Si iba a suprimirse la propiedad privada, pensarían los bárbaros, para qué mantener la vida de su fedatario publico. La vida humana, la situación en que quedaba la viuda, con 32 años y sus ocho hijos, nunca ha importado mucho a los redentores del proletariado, ni a sus panegiristas de la memoria.
Para circunscribirnos a los hechos de tiempo y lugar relatados en esa especie de diario póstumo, aunque sólo al final presintió su destino y, como buen creyente, se encomendó a la voluntad divina, conviene conocer el entorno personal e intimo de D. Carlos García-Mauriño Longoria junto a su esposa Matilde, que convalecía de una grave enfermedad al comenzar el relato de lo vivido desde el 17 de Julio de 1936, hasta su asesinato el 14 de agosto. Sus hijos: Carlos, cumple diez años el día que detienen a su padre, el 12 de agosto. Eduardo, ocho años y medio. Cesar, seis años y diez meses. Matilde, cinco años y medio. Luis Fernando, cuatro años y medio. Marisol, tres años. Manuel, dos años. Socorro, falleció a los ocho meses, el 21 de Julio de 1936. María Rosa, hija póstuma, nace el 17 de enero de 1937.
Si la semilla es buena y el terreno fértil, siempre dará buen fruto. La viuda de la familia García-Mauriño Martínez salió adelante de ese drama calderoniano del siglo XX, con el recuerdo, tesón, esfuerzo y solidaridad existente en aquella época. Con becas para sus hijos a los que consiguió dar estudios y con el silencio del esfuerzo que no necesita más premio que el de una vida mejor y el evitar se pudieran repetir las condiciones socio-económicas que llevaron al comunismo republicano.
La lectura de la narración de esos hechos, vividos en primera persona, ofende la desmemoria de Zapatero y Sánchez, y denigra a cuantos soportamos, tanto la ocultación de la verdad, como la falsificación del relato; su imposición y la superioridad moral que se irrogan los promotores. Editado para consumo interno por sus hijos, no tiene desperdicio en todas y cada una de las 134 paginas de que consta y que tuve el privilegio de leer a través de un nieto del autor, hijo de Matilde, Ignacio de la Concha García-Mauriño, que me honra con su amistad.
Carlos García-Mauriño no militaba en ningún partido político, ni tenía adscripción ideológica más allá de sus convicciones religiosas como católico practicante. Pudo refugiarse en Gibraltar y no lo hizo consciente de que su deber era continuar al frente del registro donde servía. Unos días antes de su detención, unidas las manos, le dijo a Matilde, mirándole fijamente a los ojos: “He ofrecido mi vida a Dios por la salvación de España, prométeme que si Él la toma, sabrás ser valiente. ¿Y que haré yo sin ti, Carlos? Vivir para educar a nuestros hijos, y hacer de ellos unos hombres, pero fíjate, Matilde ¡unos hombres!, eso es lo que hace falta en España”.
Tan dramático como premonitorio relato tuvo su viernes de dolor el día 13 de agosto de 1936. Después de haber sido aprendido y sacado de su casa, delante de sus hijos, como un criminal, Matilde Martínez, gestante y acompañada de sus siete hijos se dirigió al lugar donde había sido detenido su marido, entre insultos, procacidades y blasfemias; se abrió un estrecho pasillo entre la turba que contemplaba el espectáculo de la detención de los “señoritos fascistas” al llegar a los Cuarteles donde se encontraba. La visita resultó infructuosa, pero alguno de sus hijos aún conserva, en su alma, el tormento del recuerdo y la pesadilla del trauma. Por la tarde vuelve Matilde, rearmada de valor, acompañada de su sirvienta María y de Consuelo Corella, joven de quince años a la que habían detenido a su padre. Aunque les volvieron a prohibir la visita, en un gesto de fría compasión permitieron a la joven que se despidiera de su padre, abriendo la puerta del calabozo para, desde la distancia, decirse un último adiós. Allí sobresalía la figura de Carlos García- Mauriño que solamente pudo cruzar una mirada, ¡un mundo!, con su mujer.
A las cuatro de la madrugada pudo escuchar Matilde con nitidez, en medio del silencio de la noche y la soledad del alma, los disparos que presagiaba iban dirigidos a segar la vida de su marido y de otros diez infortunados como él. Supo inmediatamente por el testimonio de algún vecino como había sido su trágico final: “Al llegar al cementerio el camión que le conducíal, gritó Carlos ¡Viva Cristo Rey y Viva España! ¡Cállese!, le gritaron. ¡Viva Cristo Rey y viva España!, vitoreó Carlos por segunda vez. ¡No lo dirás más!, aullaron. Y al decir Carlos por tercera vez ¡Viva Cristo…!, no pudo terminar, una pistola apoyada en su nuca le corto la palabra y la vida”.
Terrible, estremecedor, horrendo epitafio sobre la vida de una generación de españoles, sobre cuya tumba se pretende escupir la mentira histórica, en formato memorialista. La justicia sobre aquellos criminales se obtuvo, en mayor o menor medida, mediante tribunales de guerra que juzgaron y ejecutaron a aquellos malhechores. La injusticia que ahora ofende su memoria, no puede permanecer, si aún corre sangre de ellos por nuestras venas. Recordar y honrar a estos hombres es un deber moral de dignidad y justicia. Y si un día se busca resarcir a las victimas de aquellas atrocidades, que no se olvide la del registrador de Ronda D. Carlos García-Mauriño Longoria.