Cuando a las 0,30 de la madrugada de una fría y lluviosa noche del 4 de Diciembre de 1892, nace en El Ferrol, enclave gallego marinero y naval, el segundo hijo varón del matrimonio formado por D. Nicolás Franco y Salgado-Araujo y Dña. Pilar Bahamonde y Pardo de Andrade nadie podía imaginar que en aquel llanto del diminuto niño, comenzaba la vida del más grande estadista de nuestra historia, la encarnación de los valores que forjaron la raza-hispana, presente, en Trento como en Toledo, tanto en la Reconquista como en la Colonización de América, en Lepanto como en el 2 de Mayo, en la Guerra Civil contra la tiranía comunista como en la neutralidad de la Segundad Guerra Mundial, en la Paz y el desarrollo económico del pueblo español como en la ausencia de ideas importadas que nos habían conducido a la desintegración y la ruina, en la genuina estructura de un estado social y de derecho como en la preservación de una partitocracia deslegitimadora de la nación, usurpadora de la voluntad popular, corruptora de las costumbres y esquilmadora de los recursos propios.
La perplejidad en que se debaten los eruditos de la historiografía moderna, los despistados del agiornamento, quienes desconocen los impulsos vitales de los pueblos, ese haz de principios y valores que impiden, en momentos de decadencia, su desintegración. Los que practican la caza de brujas contra la heterodoxia democrática y los resentidos de toda laya y condición que no soportan que la vida de ese niño, después de un descomunal servicio a España y al pueblo español, muriera en una cama de un Hospital de la Seguridad Social, por él creada, se contesta con la formulación de una pregunta esencial: ¿Porqué la persecución de todo vestigio de Franco y su obra treinta y siete años después? ¿Porqué en ese aquelarre anti-histórico y contra natura participa con su silencio, cuando no aquiescencia, la derecha y la Iglesia, hijos putativos y coyunturales, además de beneficiados, en vidas y haciendas, de ese régimen que auspiciaron y mantuvieron sus padres y abuelos? ¿Cómo es posible que después de un año de Gobierno del P.P. con mayoría absoluta, no se haya derogado aún la Ley de Memoria Histórica, auténtico bastardeo de la historia, propiciado por el cainismo frente-populista para borrar sus crímenes y endosárselos al adversario victorioso en la guerra y en la paz?
La respuesta es múltiple, compleja, inconcebible y dolorosa para nuestra catalogación como pueblo y la conciencia de conformar una patria de hombres libres y dignos que se enfrentaron a los mayores retos de su existencia, saliendo siempre victoriosos sin petulancia, ni humillación; o, derrotados, con dignidad, heroísmo y máximo decoro.
La respuesta es, en primer lugar, simple y global:
“FRANCISCO FRANCO FUE LA SOLUCIÓN A TODOS NUESTROS PROBLEMAS, INDELEGABLES E INSOLUBLES DESDE 1812”
El militar, con esa imagen de guerrero excepcional, mezcla de valiente “mizzián” y de invulnerable “baraka” que acreditara, siendo todavía Capitán, en el capotazo de la providencia en El Biutz, de incomparable valor, excepcionales dotes de mando y energía desplegada en el combate, culmina con la hoja de servicios mas exitosa y brillante, el general mas joven de España, la “espada mas limpia de Europa”, según el Mariscal Petain “héroe de Verdún”, hasta ser investido por el pueblo, el ejército y la Iglesia como Caudillo militar, en la guerra y, conductor, como tal, en la paz. Concitó en su régimen y persona la síntesis del diagnóstico que auspiciara como virtudes hispanas Menéndez Pelayo, siendo martillo de herejes, luz de Trento y espada de Roma, dejando a la Iglesia católica la labor evangelizadora y a F.E.T. y de las J.O.N.S. la auténtica revolución social y la justicia distributiva.
El Estadista, conoce la hondura del suspiro y la sima de la vida en el fragor del combate. Analiza, desde la cumbre de la enorme responsabilidad, el fondo del abismo. Sabe que sus lágrimas solo pueden aflorar hacia adentro. Reconoce en el hombre al ser sagrado que la naturaleza reverencia y Dios misericordia. Hace que en el destino de su pueblo y Nación, Dios haga sonar el murmullo de su verbo redentor, eternamente incomprensible. Hizo el milagro de liberar a España de todas las lacras que la oprimieron durante siglos y dejó la herencia de una Nación vertebrada, industrial y de servicios confiada en su clase media, auténtico vector de su régimen. Cimentó un estado social y de derecho, donde la igualdad de oportunidades y la justicia social podían encontrar su acomodo y garantía. El pleno empleo y el arraigo social dejaron de ser una formulación retórica. Al defender la familia como base del sistema y el sindicalismo sin ideología partidista, dejaron los parásitos de llenar las plazas públicas de rencor y hambrienta desesperación. Estableció un orden sucesorio acorde con la tradición hispana y el legado legitimador de la Victoria del 18 de Julio, estableciendo en el Trono a la línea dinástica reinante desde 1700 hasta 1936.
La segunda respuesta a las formuladas preguntas, se encuentra en los antecedentes y consecuentes de la llamada “transición hacia la democracia”. La transición, ya se debe tener el valor y la dignidad de quitar todas las máscaras con que se adornaron, fue una traición al régimen de sus propios Diputados, sin ninguna altura de miras que no fuera la personal y sus intereses, y una colosal estafa al pueblo español, aparente beneficiario de esa libertad y democracia que le tenían secuestrada. Se subvirtió el orden constitucional y con él todo el orden social, económico, político y hasta judicial. Se destruyeron hasta los cimientos, que es la historia y la enseñanza, y en su lugar se estableció el adoctrinamiento y la falacia del sectarismo. En un solo año, el Ministro Secretario General del Movimiento de una democracia orgánica, pasó a ser Presidente de un Gobierno liberal y democrático inorgánico. Toda la clase política, económica, social y mediática, salvo honrosas excepciones, dejo huérfano e inerte al pueblo español, al que fueron paulatinamente lavando el cerebro con el egoísmo y la concupiscencia de creerse actor de su destino. Solo se mantuvo el Trono del Jefe del Estado, pero sin la sustancia que le hacia diferente a la forma republicana.
Aquí, ya sin tapujos y después de treinta y siete años, vemos que solo ha ganado con la formula del decrépito pasado, la izquierda republicana que nos empujo a la guerra civil sin miramientos y que sigue en idéntica tendencia, cuando las urnas no le favorecen. Ya no respetan ni la historia, ni los muertos, sobre todo los que están bien vivos, por haber representado la solución, en la paz, a todos los problemas por ellos generados. Basta con ver la deriva catalana y la situación de Vascongadas; los seis millones de parados y el millón y medio de pobres; el absentismo en las elecciones y la deslocalización, cuando no la pérdida, del tejido industrial patrio, para darse cuenta con Menéndez Pelayo que “… el día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectores o de los reyes de taifas”. Hemos pasado del “todo está permitido” al “todo es posible”, constatando la puesta en suspenso de los parámetros éticos o morales. Ciertamente “dan ganas de llorar”, sobre todo si se tiene tanta responsabilidad en el llanto y desconsuelo del pueblo. Todo puede tener refrendo en la historia, aunque sea remota y no se estudie. Según una extendida leyenda, al salir de Granada camino de su exilio, Boabdil, desde una colina volvió la cabeza para ver su ciudad por última vez y lloró, escuchando de su madre, la sultana Aixa, decir: “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre…”.
El mejor tributo que puede hacerse a nuestro Caudillo, en permanente vigía sobre los luceros, rodeado del tribunal de la historia del Creador, a la espera del Juicio Final, es terminar el artículo con el recuerdo, a los cien años de su fallecimiento, del hispanista mayor del Reino D. Marcelino Menéndez Pelayo, quien de modo premonitorio señala como estímulo a los tiempos que corren:
“Quiso Dios que por nuestro suelo apareciesen, tarde o temprano, todas las herejías, para que de ninguna manera pudiera atribuirse a aislamiento o intolerancia esa unidad preciosa, sostenida con titánicos esfuerzos en todas las edades contra el espíritu del error. Y si pasaron los errores antiguos, así acontecerá con los que hoy deslumbran, y volveremos a tener un solo corazón y una alma sola, y la unidad, que hoy no está muerta, sino oprimida, tornará a imponerse, traída por la unánime voluntad de un gran pueblo, ante el cual nada significa la escasa grey de impíos e indiferentes.”