40 años después… ¿A quién le echamos la culpa de la quiebra de España?

 
Pablo Gasco de la Rocha
 
 
A la memoria del Caudillo. En recuerdo de la España que se perdió.
   
   Próximo a cumplirse el  cuarenta aniversario del fallecimiento de Franco, el transcurso del tiempo sirve para probar el punto de madurez del sistema actual, que nos pone delante de los ojos la verdadera realidad de España. Tres argumentos sostengo como razones para una crítica de la quiebra de la nación.
 
Estaban a punto de rendirse    
 
   Pese a los obstáculos y la inquina que había tenido que superar, sorteando los riesgos y las dificultades que se le habían puesto en el camino, el régimen del 18 de julio que acaudillaba Franco desde la gloriosa fecha del 1 de abril de 1939 completaba felizmente su tiempo. Que España ingresara en la Comunidad Económica Europa (CEE), con todo lo que ello significaba de reconocimiento a nuestra realidad, era más que una expectativa, y por lo que respecta al ánimo de la nación, los españoles vivíamos confiados y seguros proyectándonos hacia el futuro.    
 
   Frente a esa realidad sentida por la gran mayoría de los españoles estaban los comunistas y los terroristas (que para el caso era lo mismo), no más de quinientos socialistas -que eso todo el PSOE-, medio docena de monárquicos desclasados, tres meapilas y un liberal de postín. Que eso fue toda la oposición a Franco, más los imprescindibles “tontos útiles” a los que el Partido Comunista venia captando con su táctica de infiltración en el Sindicato, la Universidad y la Iglesia desde finales de la década de los años sesenta.    
 
   Pero dos hechos por encima de otras consideraciones marcaron aquel momento histórico de España: La explosión pericialmente “controlada” que alcanzó de lleno al coche del presidente del Gobierno, don Luis Carrero Blanco -el hombre llamado a pilotar los primeros años sin Franco-, cuya autoría, que no dominio del hecho, correspondió a ETA. Y la crisis económica mundial de octubre de 1973 -considerada con toda propiedad como la más grave después de la de 1929-, profunda y finalmente larga, pues llegaría hasta la década de los ochenta, devenida como consecuencia de la falta de petróleo cuando la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) decidió no exportar crudo a quienes habían apoyado a Israel en la guerra del Yom Kippur, de tal suerte que el precio del barril se elevó espectacularmente con la consiguiente subida de la inflación y el estancamiento, que frenó drásticamente también nuestro desarrollo y elevó el desempleo, toda vez que además España había firmado un acuerdo preferencial con la Comunidad Económica Europea (CEE) en orden a liberalizar nuestra economía, según las directrices del Plan de Estabilización de 1959.    
 
   A partir de ahí, y aunque el nuevo Gobierno presidido por Carlos Arias Navarro que sucedió a Carrero (28 de diciembre de 1973) sorteó bien la crisis gracias a nuestras buenas relaciones con el mundo árabe, la situación social supero al Gobierno porque agudizo las tensiones sociales manejadas por el Partido Comunista de España (PCE) y por su central sindical Comisiones Obreras (CCOO), que llevaba años infiltrada en los sindicatos del régimen. Una situación que dio vigor al proceso de subversivo izquierdista que pivoto sobre tres acontecimientos: la Revolución de los Claveles en Portugal. Las algaras provocadas por las condenas a muerte ratificadas el 26 de septiembre por el Consejo de Ministros contra tres terroristas del FRAP y dos de ETA, los cinco juzgados y sentenciados como autores de acciones terroristas y asesinato. Y la llamada “Marcha Verde” sobre el Sahara cuando Franco agoniza, orquestada por el sátrapa de Marruecos, Hassan II, y la ayuda de la CIA, que el Borbón solucionó desvinculándose de los acuerdos que España tenía contraídos con la población autóctona del Sahara, plegándose a la estrategia de Rabat que no era otra que apoderarse del territorio a cambio de una “salida elegante”: la huida del Ejército español.
 
¿Un imbécil en el Consejo de Estado?    
 
   Si consignásemos los adjetivos, epítetos y descalificaciones que se han dicho, y siguen diciéndose, sobre el ex presidente del Gobierno José Luís Rodríguez Zapatero: “visionario”, “doctrinario que le ha hecho un daño enorme a los intereses nacionales”, “estratega del consenso con el independentismo”, “ambicioso, con una visión gelatinosa del Estado”…, sin duda que este artículo se haría interminable. Pues tengo para mí que después de Judas Iscariote es Rodríguez Zapatero la persona que más descalificaciones soporta en España, y mira que hemos tenido bastardos.      
 
   Con esto no digo que Zapatero no sea más o menos imbécil si nos atenemos al significado del término: alelado, escaso de razón, débil de entendimiento. Pero en todo caso sería un imbécil al que votaron millones de españoles, y por dos veces consecutivas, propiciando, además, que hoy este imbécil sea miembro del Consejo de Estado, supremo órgano consultivo del Gobierno según define al citado organismo el artículo 107 de la Constitución y el artículo 1.1 de la Ley Orgánica 3/1980, de 22 de abril. Lo que en puridad da la dimensión exacta del problema que tenemos en España, que no es otro que los españoles. Aparte de poner en tela de juicio el mismísimo sistema “un hombre un voto”. Que es lo que hizo el liberal y miembro de todas la trilaterales mundialistas, Antonio Garrigues Walker en “Última advertencia” (La Tercera, ABC, 22-6-2009). Artículo que habría que enmarcar.          
 
   De cualquier forma no deberíamos obviar que ese supuesto imbécil partió de la línea de demarcación que se le había señalada, llegando, como hicieron sus antecesores en el cargo, hasta donde pudo y le dejaron. Por eso habrá que convenir que es injusto imputar a Zapatero la quiebra de España. Injusto, y hasta despiadado, porque Zapatero no legalizó el aborto, ni dio las competencias a las autonomías hasta hacer de ellas verdaderos estados, ni tuvo un comportamiento distinto con ETA al que tuvieron el resto de los presidentes, ni creó la burbuja inmobiliaria, ni es el único responsable de la invasión extranjera.
 
La Cosa Nuestra    
 
La Transición, que fue en realidad un pacto de unos pocos que se aunaron para que todo el poder dependiese de ellos, a cuya cabeza figuraba un rey perjuro y finalmente vividor, llevo a la izquierda, por aquel entonces todavía marxista, al poder, que ese fue su principal propósito. Así, a las primeras del cambio, el PSOE alcanzó el Gobierno de España. Tras trece años de corrupción generalizada, latrocinio y nepotismo, tiempo en el que las instituciones del Estado quedaron infestadas hasta el día de hoy, el principal objetivo del Estado y de la nación fue desalojar del gobierno de España a toda esa tropa dirigida por Felipe González, “señor X” para la Historia.    
 
   El triunfo de José María Aznar, el hombre de “pensamiento fuerte” como él mismo se define, que venía de Valladolid y que veraneaba en Oropesa con su familia, despertó en una mayoría de españoles la ilusión de la regeneración, conscientes de que el nuevo presidente trabajaría en ello. Pero el nuevo Gobierno de España sólo había cambiado de siglas políticas: “Que sepan los franquistas que conmigo van a tenerlo peor que con los socialistas”, dijo nada más saberse presidente de Gobierno aquel funcionario de segunda y ridículo en muchas de sus maneras, que pactó con los separatistas para poder gobernar. A partir de ese momento empezó a llover sobre mojado.    
 
   Sobre mojado, porque al margen de lo que diga hoy Rajoy, reiteradamente desmentido por los informes de distintos organismos e instituciones nacionales e internacionales, según los cuales “la corrupción en España es alarmante”, este sistema y los hombres que lo hicieron posible, a la cabeza de ellos la Corona, lo ha falsificado todo: la razón, la memoria y la historia. Encontrándose hoy sin asidero en esta encrucijada histórica, que tratan de salvar sosteniendo la memoria y la narración que se ha hecho de los logros de España. Que es la razón por la cual le están organizando todo tipo de homenajes al Emérito por los servicios prestados a una España en completo estado de putrefacción, en los que participan todas las instituciones del Estado.    
 
   Desobediencia civil contra el orden constitucional con el propósito de asaltar el poder en Cataluña. Excarcelación de terroristas a los se beneficia y pensiona en Vascongadas. Asaltos máximos y continuos a nuestras fronteras en Ceuta y Melilla. Situación de emergencia en miles de hogares españoles afectados por la pobreza. Masiva huida de nuestros jóvenes al extranjero en busca de trabajo. Paro endémico en el segmento de población comprendida entre los 45 y 64 años. Presunciones de inocencia imposibles de sustentar en miles de políticos, sindicalistas y empresarios…    
 
   Cuando España apenas resiste el embate, como en la película de “El Padrino”, aquí la Cosa Nuestra ya empieza a tener cadáveres (Isabel Carrasco), testigos protegidos y para que no falte de na, la cabeza del caballo la hemos sustituido por las vísceras de un jabalí. Y cuando todo esto acontece y el panorama que los españoles tenemos ante sí es verdaderamente siniestro por el cúmulo de gravísimos problemas estructurales que soportamos, resulta que un representante de nuestras Fuerzas Armadas, que son las que mayor presencia tienen en conflictos internacionales después de EEUU, Gran Bretaña y Alemania, el jubilado general Luís Alejandre (La Razón, 30/10/2014) nos pone como ejemplo de regeneración, “rayo de luz” que dice él, a un tal Vickers, sargento de Canadá ante el que se cuadra, simplemente por cumplir con el trabajo por el que se le paga. Llueve igualmente sobre mojado en lo que respecta al comportamiento que han jugado nuestros Ejércitos y Armada desde 1976, con la honrosa excepción de los patritas del 23-F.     
 
   Con todo, todavía tenemos tiempo de emplearnos en una catarsis del sistema, que ha perdido toda legitimidad y requiere que se tomen medidas de gran calado corrector. Y digo que todavía hay tiempo, porque todavía no se ha radiado lo posible y lo peor.
 
Epílogo     
 
   Franco murió en una cama de la Residencia Sanitaria de la Seguridad Social, “La Paz”, una de las muchas obras sociales del régimen que acaudillo con el apoyo entusiasta y anuencia decidida de la inmensa mayoría de los españoles. Pero cuando se certificó su muerte física a las 5, 20 horas de aquel 20 de noviembre de 1975, los españoles todavía no sabíamos que aquella hora de dolor tan sentida marcaba en realidad algo mucho más grave, la del crepúsculo de España. Un crepúsculo que desde estas páginas hemos denunciado y analizado con pruebas y datos suficientes, evidenciando la espantosa realidad, que prácticamente todo lo que se ha venido haciendo desde el fallecimiento del Caudillo ha sido pernicioso, suicida e inaceptable para España.    
 
   Pese a todo, hemos contado con la incomprensión de la gran mayoría de nuestros compatriotas, abducidos por una cuadrilla de salteadores, a cuya cabeza ha figurado un rey perjuro y vividor. Una incomprensión especialmente dolorosa en el caso de la jerarquía de la Iglesia, cooperadores necesarios a esta deriva, que es lo que hoy denuncia Monseñor Juan Antonio Reig Pla con fecha 24 de septiembre de 2014, seguramente acordándose de Blas Piñar, el gran Apóstol que ha tenido N. S. Cristo en España, desde bastante antes de 1976 y hasta su fallecimiento.