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Tal día como hoy, con motivo del XXV Aniversario de la Exaltación de Francisco Franco a la Jefatura del Estado, el Jefe del Estado pronunció este discurso desde el balcón del Ayuntamiento de Burgos:
Españoles:
Os habéis congregado en esta plaza Mayor de Burgos, cabeza de Castilla y Cuartel General de la reconquista de nuestra Patria, para celebrar el vigésimo quinto aniversario de mi exaltación a la Jefatura del Estado, de aquel primero de octubre de 1936, en que echaron sobre mis hombros la pesada carga de libertar y dirigir a España, objetivo que he venido Sirviendo con mi firme voluntad y esfuerzos en estos cinco lustros transcurridos desde entonces.
El hecho de que durante estos veinticinco años me hayan acompañado el amor y la confianza de los españoles premia pródigamente los desvelos que haya puesto en serviros.
En aquellas horas en que se conmovían las entrañas de la nación entera y las comarcas se alzaban en armas para defender su fe y las esencias de una Patria en ruinas; cuando riadas de jóvenes, con boinas rojas o camisas azules, afluían a los cuarteles a enrolarse en las filas de la Cruzada y muchos sucumbían en los baluartes heroicos de Madrid, Barcelona, Gijón y de tantas provincias españolas; en los momentos en que las iglesias y conventos ardían en llamas y nuestros sacerdotes y religiosos pedían a Dios la protección para que la Patria se salvase, y una ola de crímenes, estimulados desde el Poder, arrasaba los centros de espiritualidad y de cultura; en la misma hora crítica en la que España se perdía a pedazos, recibía en mis manos el cuerpo exangüe de la Patria para salvarla y crear un Estado.
¡Cuánto sacrificio y heroísmo se acusaban en aquellos primeros meses de los albores de nuestra Cruzada, cuando madres y esposas, con decisión numantina, animaban a sus deudos para la lucha! ¡Cuántos heroísmos silenciosos en cárceles y checas bajo el terror: comunista! ¡Cuántas ansias de libertad y de esperanza de que llegaran los ejércitos de liberación, y cuántos incluso de nuestros adversarios esperaban que nuestra victoria los liberase del yugo de sus tiranos y explotadores!
Cuando se mira a distancia lo que parece un sueño de pesadilla y se tiene delante esta otra realidad viva de los hombres y de las tierras de España encuadrados en sus organizaciones naturales, orgullosos del resurgir de la nación, se siente la íntima satisfacción de poseer las bases seguras del futuro de nuestra Patria.
Dos problemas se presentaban en aquellas primeras horas a mi examen y resolución: el militar y el político. Ambos se mostraban como solidarios. De poco nos hubiera servido el ganar la guerra si dejamos abandonada la solución del hondo problema político que la había causado: al mismo tiempo que para ganar la guerra, nos era indispensable el forjar la unidad perfecta de nuestra retaguardia, decidir claramente el ideario por el que se combatía y llenar de contenido político el Movimiento liberador.
Todos aquellos movimientos espontáneos iban a fundirse así en el crisol de nuestra Cruzada, que con la victoria nos había de permitir asentar nuestro Movimiento político.
Desde el primer momento me apercibí de la carga que se arrojaba sobre mis hombros. En el orden militar, la situación no podía ser más comprometida. Habíamos tomado Toledo y marchábamos sobre Madrid, pero al mismo tiempo una riada de voluntarios comunistas internacionales atravesaba nuestra frontera de Cataluña, que acusaba la decisión de intervención del comunismo soviético en nuestra lucha. Sin oro y sin divisas, con la capital de la nación y las principales poblaciones y zonas industriales en poder de nuestros adversarios, teníamos que armar y sostener nuestro Ejército, ganar la guerra y levantar a España. En estas condiciones, el mando no podía ser apetitoso. Sólo un alto concepto del deber y la confianza en Dios y en la razón de nuestra causa hacía más grato el cumplimiento de mi deber.
No era lo más importante la situación militar, con ser tan básica y trascendente, pues constituía la especialidad de mi profesión militar. Lo que se me presentaba como más grave era el de acometer la gran empresa política. No bastaba la acción negativa de destruir un orden oprobioso que nos arrastraba al caos, sino que era necesaria la acción constructiva y, al tiempo que se combatía, concebir y crear un Estado, devolviéndole la unidad, la paz y la convivencia a una nación escindida y en trance de disgregación; el lograr que nuestra victoria fuese beneficiosa para todos. España no podría salvarse sin que renaciesen la fe y la confianza en el futuro, sin despertarla a una nueva ilusión.
En el fondo, no era muy distinto el sentir de la gran mayoría de los españoles que formaban en los dos bandos.
El divorcio de la mayoría de tos españoles hacia la política y los partidos era general. El sentido católico de la vida, pese a las propagandas y coacciones, seguía predominando en la mayoría de los hogares. La grandeza de la nación a todos atraía y a nadie estorbaba. Los anhelos de una mejora de nivel de vida y de una más justa distribución de la renta habían sido un día ilusión general. El progreso económico de la nación, en que entonces tan pocos creían, a todos había de beneficiar. Lo que de tantos sentimientos buenos hacia una obra mala era el sistema político de los partidos en lucha, más atentos a sus pasiones y ambiciones que al bien público que pretendían servir. Había venido dominando el área nacional la explotación política de los politicastros, que convertían a los hombres en carne de cañón de sus sectarismos.
Tres puntos aparecían claros en nuestro horizonte: el espiritual, de la defensa de nuestra fe y del predominio de los valores del espíritu; el nacional, de salvar a la Patria en trance de disgregación y hacerla grande y rica en beneficio de sus hijos, y el social, de difundir la cultura y alcanzar una progresiva elevación del nivel de vida y una más justa distribución de la renta. Estas tres bases tan sencillas unieron a los españoles y dieron en los primeros momentos vida y rigor al Movimiento liberador.
Desde los primeros momentos, la ordenación política de la nación marchó paralela a la de las operaciones militares. En plena contienda se sentaron las bases de nuestro movimiento político con el Decreto de Unificación, la proclamación del Fuero de los Españoles y las leyes sucesivas que configuraron al Estado. Del acierto que nos acompañó es muestra el fervor nacional que, invadiendo a España, nos había de traer como fruto la victoria.
En esta gran obra constituyente que emprendimos había que extirpar las causas de nuestra decadencia política, acertar en una nueva forma que nos liberase de los partidismos políticos, recogiendo del pasado lo que merecía salvarse y devolverle al pueblo español la ilusión y la esperanza de una nueva política. Satisfacer los anhelos legítimos del pueblo, poner los valores espirituales por encima de los materiales, pero asegurando a aquél, en la más alta medida, el progreso material y la justicia distributiva. Arrinconar para siempre a los explotadores políticos; hacer la política más leal y sincera, haciéndola discurrir por los cauces naturales en que el hombre voluntariamente se encuadra. Sólo con la ayuda de Dios podía esto realizarse.
Que el comunismo internacional haya considerado nuestra guerra como campo propicio para apoderarse del reducto español, y el que al elevarse el problema al ámbito internacional hiciese que muchas naciones tomasen partido, no resta la más mínima autenticidad española a nuestro Movimiento. Si en el campo rojo fueron necesarios los internacionales para encuadrar y sostener un ejército que sin ellos se hubiera derrumbado, en el campo nacional nos sobraban hombres, y los extranjeros sólo representaron la presencia simbólica a nuestro lado de los países anticomunistas. El que al final de nuestra contienda tuviéramos sobre las armas en el Ejército nacional un millón doscientos mí! soldados españoles, y que el que las nueve décimas partes de su armamento haya sido español o apresado a nuestros adversarios en el bloqueo marítimo y en los campos de batalla, es una prueba elocuente de lo limitado de la aportación extranjera.
Las diferencias internas europeas se reflejaban en los juicios que de nuestra guerra se hacían en el exterior. No éramos el primero ni el único país que, amenazado de descomposición, abría nuevos derroteros a su política, y muchos son hoy los que posteriormente se debaten en la misma angustia de alumbrar nuevas formas políticas más sinceras, eficaces y justas.
Esta afinidad en los propósitos y la coincidencia en la condenación de lo viejo por caduco e ineficaz movió la malicia de los eternos enemigos de nuestra Patria, para pretender identificamos con otros países que, al haber alcanzado el cenit de su poder, habían producido, un gran impacto en el concierto europeo. El que en aquella hora hubiera varios países que nos compren- dieran y nos ayudasen fue la disculpa para que en el río revuelto de las posguerra universal se pretendiese identificamos con los países vencidos, sin tener en cuenta nuestras características propias. Con las mismas razones podríamos nosotros tachar de comunistas a los países de Occidente, que en la pasada contienda se aliaron con los soviets y contribuyeron grandemente a su poderío. Ni nuestra confesionalidad al constituir un Estado católico incompatible con totalitarismos materialistas nos salvó de la malicia ajena.
Por otra parte, no es extraño que no hubiéramos sido comprendidos desde el momento en que en España estábamos realizando una revolución de gran trascendencia para el orden político futuro, tan distinto de lo que en Europa se llevaba; que aún es hoy, en medio de nuestro resurgimiento y de una ejecutoria de veinticinco años, cuando todavía cuesta trabajo el comprendemos.
Cabría decir que buena parte de los males que ahora aquejan al mundo son los mismos que hicieron presa en España con anterioridad, poniéndola al borde de su ruina y destrucción. Para nosotros eran experiencias agotadas lo que para los demás países eran cosas inéditas y por venir. Nos encontrábamos en la fila de vanguardia de las transformaciones históricas, dentro del mundo occidental, abriendo nuevas rutas y caminos.
¡Qué gran camino el hecho por España desde los días en que el comunismo contaba con dominar en nuestra Patria, desconociendo los recursos de heroísmo y de abnegación de nuestro pueblo!
Hay que recordar los términos estrictos de nuestra situación a la terminación de la Cruzada. De la victoria había surgido un poder nuevo e incontestable, que tenía el futuro ante sí, pero que no disponía ni de un solo antecedente válido para la organización del Estado de derecho y de la vida pública. Las soluciones democráticas inorgánicas habían sido entre nosotros la causa misma de la tragedia que acabábamos de atravesar en forma indiscutible para, todos los españoles y para cuantos conocieron mínimamente su historia y nuestros asuntos. Las alternativas políticas que entonces nos ofrecía el mundo chocaban sustancialmente con las exigencias espirituales y de carácter de nuestro pueblo. Habíamos, pues, de prescindir de antecedentes y buscar en nuestras propias tradiciones las bases firmes para constituir un Estado moderno.
Ha sido en nosotros una imperiosa necesidad la que nos empujaba a la crítica y al análisis de los puntos débiles de la filosofía política dominante entre los pueblos occidentales en que nos encontramos. A la democracia inorgánica que ellos practican, España opone la orgánica y representativa, entre los que la diferencia principal estriba en que si en las primeras la representación se obtiene a través de las organizaciones artificiales de los partidos políticos, en la segunda lo es a través de los organismos naturales en que el hombre se encuadra. Y así como en la primera el candidato, una vez elegido, deja rota la comunicación con los electores, en la orgánica se mantiene el nexo durante todo el tiempo del mandato, Y mientras que en la inorgánica es fácil la conjura y el predominio de los intereses políticos sobre los generales de la nación y los representados, en la orgánica la relación directa de dependencia que mantienen no lo permite. y si la libertad acaba fácilmente en el comunismo, en la otra se salvan los principios de la libertad sin caer en aquel peligro.
El que entre los dos sistemas que en el mundo se llevan, el capitalismo liberal y el materialismo marxista, nosotros hayamos elegido un tercer camino, no es razón para que se nos hostilice, Si el Estado liberal respondió un día a un ansia de libertad y de libre iniciativa frente a los Estados absolutistas anteriores, ha llenado ya su misión, y otras ansias y problemas lo desplazan. Frente a él vemos surgir los nuevos movimientos políticos sociales posteriores, muchos de los cuales propugnan otro extremismo estatificador. No son los que gritan los que tienen razón, y hoy se pretende con los gritos apagar las razones. Es muy seria la situación del mundo para que por egoísmos y la defensa de posiciones bastardas cerremos el paso a las soluciones posibles. Ni el capitalismo liberal es solución para la eficacia y resolución de los problemas modernos de los pueblos, ni la estatificación socialista de las producciones, que niega el principio de la libre iniciativa y anula el progreso. Pero existe una tercera solución: el Estado moderno que España ha alumbrado, el que estimula la libre iniciativa y defiende la libertad y la dignidad de la persona humana, pero que se siente también propulsor y creador de todo aquello que, por beneficiar al bien común, deba realizarse.
Nuestro caso es tan aleccionador, que bien merece que nos detengamos un momento en él. Bajo el régimen capitalista liberal, fuese éste republicano o monárquico, el estancamiento de nuestra nación vino a ser casi completo; lo fue tanto más cuantos más alardes de libertad se producían. En orden a su progreso, sólo se acometía lo que a la codicia de los intereses particulares convenía, desapareciendo cada vez más la acción directiva del Estado que señalase las grandes líneas y estimulase a la libre iniciativa y que en su caso realzase por sí lo básico que el progreso económico o social exigiese.
Bajo nuestro Régimen, por el contrario, la nación renace en todos sus órdenes, y establecidas las grandes líneas políticas, el avance se acusa en lo espiritual, lo cultural, lo sanitario, lo agrícola, lo naval y lo industrial. Las realizaciones en todos los órdenes se multiplican, llegándose solamente en el campo industrial a registrarse en estos veinte años -fijaos bien- en la cifra de 210.676 nuevas industrias autorizadas debidas a la iniciativa privada y que fueron posibles por la acción del Estado sobre las industrias base y por los estímulos recibidos, al tiempo que el número de las creaciones estatales o mixtas han quedado por debajo del centenar.
Estos datos son bien elocuentes y demuestran la gran fecundidad de la libre iniciativa cuando, estimulada por el Estado, éste no se inhibe de los grandes problemas económicos e industriales básicos para su desarrollo.
Pero no son sólo los bienes materiales los que se juegan en esta partida. No podemos desconocer la influencia que los avances del comunismo y el paso por una parte importante de la población del mundo han de ejercer sobre las futuras estructuras políticas. Si queremos defender nuestros valores espirituales y los bienes morales que la civilización occidental nos ofrece, hemos de perfeccionar nuestro sistema, haciendo que satisfagan a los anhelos de la población, que conquisten y atraigan, dotándolos de eficacia.
Al igual que nos vimos forzados a hacer nosotros, es seguro que el mundo, en un futuro próximo, se vea obligado a prevenirse y poner en revisión los viejos procedimientos y expedientes democráticos en servicio de la eficacia y de las afirmaciones sustantivas de la misma democracia. Nuestra experiencia nos dice que si esos expedientes y procedimientos tienen todavía viabilidad y eficacia en algunos países por sus particulares características, no sirven para su implantación en cualquier parte, y en manera alguna merecen hacer de ellos el núcleo y esencia de la vida política libre y de la filosofía política de la vida moderna.
Las dificultades con que tropieza ahora el desenvolvimiento de la comunidad internacional ilustran bien a aquellas con las que tropezamos nosotros en nuestra empresa de creación institucional y política. El enemigo que acecha ahora para explotar cualquier ingenuidad, cualquier coincidencia favorable para él, cualquier debilidad o torpeza, es el mismo que nos llevó a nosotros a huir de las soluciones triviales, de simplicidad y facilidad engañosa. Nosotros sentimos la necesidad de aceptar las nuevas bases del sistema político al servicio del ideal occidental de vida, pero con una renovación y mejora de sus instrumentos, a la manera que hemos encontrado en el Sindicato y que utilizamos en el Sindicalismo Nacional. Cuando hoy podemos considerar resueltas todas las dificultades de esta obra ingente, ¿cómo no sentir la satisfacción ante la naturaleza y la magnitud de la obra cumplida?
Ningún pueblo occidental, hasta ahora, se ha visto en la forma en que se vio España ante la necesidad fundacional y de creación política ineludible de esta profundidad. Nosotros hemos sabido atenderla gracias al concurso de circunstancias y de aportaciones cuya coincidencia no se puede provocar voluntariamente.
Nuestro sistema de Estado católico y de vida política libre no creemos que esté a merced de los vientos y de las pasiones, de las predilecciones momentáneas, ni que esté sujeto a convención ni quede a merced de las insidias y de los asaltos del enemigo, sino que se afirma por su propia voluntad de ser y se mantiene por la propia virtud de sus recursos.
El fundamento de la vida política libre no está en la indiferenciación entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, sino en la necesidad de una esfera de autonomía tan amplia como sea posible para la realización de las vocaciones y de los valores de la persona humana.
Esta satisfacción nuestra, bien legítima por otra parte, no ha de entenderse, sin embargo, como sentimiento o convicción de que la obra está terminada, pero sí de que podemos considerar resueltas las incógnitas y escollos más importantes de nuestra hora y de que tenemos ante nosotros un horizonte despejado de evolución y de desenvolvimiento sucesivo.
La ejecutoria de la España nacional es la que abona nuestros programas y nuestras aspiraciones para lo sucesivo, hasta ver realizado el sueño de resurgimiento nacional y de ideales para los que hemos luchado y por los que tantos españoles han dado generosamente y con heroísmo sus vidas. Una labor inmensa nos espera aún para dar cuerpo a las realizaciones sociales que echamos de menos, para llevar nuestro desarrollo económico hasta su más alto grado y para que nuestros propios hallazgos en materia política alcancen sus formas más depuradas y dejen ver todo su valor e importancia. Mas, ¿no es cierto que con la ayuda de Dios podemos alimentar plena seguridad y confianza en alcanzar esos objetivos después de haber cubierto una trayectoria tan áspera y difícil? La unidad, la disciplina y la fe lo pueden todo. Yo pido a los españoles que abran los ojos a lo inestimable y prometedor de la oportunidad histórica nacional que vivimos, que recuerden la pasada postración y decaimiento de nuestra Patria, de que salimos, y que se resuelvan y dispongan a cumplir de nuevo misiones universales en todos los campos de la actividad humana.
Hoy está el mundo lleno con el antagonismo entre Oriente y Occidente, que hace acto de presencia en mil choques e incidencias todos los días. Rusia hace alarde de su propia eficacia y de la obra que ha realizado en su interior, aun cuando sea a costa de crímenes espantosos y de sacrificios inimaginables impuestos a su pueblo. Las grandes potencias occidentales se enorgullecen, a su vez, de su propia prosperidad y de sus tradiciones y fuerza. Pero es cosa de preguntarse si no están envejeciendo o han envejecido ya las posiciones polémicas rivales, sobre todo si la defensa de los valores del cristianismo y de la tradición occidental no precisa de planteamientos nuevos donde aparezca toda su superioridad incuestionable. ¿Es que no habría modo de que el Estado, no con la anticipación. de la persona y de los valores individuales, sino en servicio de ellos! multiplique su acción y pueda hacer surgir las realidades sociales de liberación y de justicia que se echan de menos en todo el mundo?
Nunca tuvo la Humanidad tal cúmulo de posibilidades y de recursos a su alcance. Jamás se ha dado en la Historia un complejo de poder como el que está al alcance de las potencias del mundo occidental para cumplir hazañas incomparables de civilización y de cultura y para traducir de manera convincente toda la superioridad de su espíritu. No falta sino encontrar los procedimientos de aplicación acertada, provechosa y directa de esos inmensos recursos. y cabe pensar que si acertaron a salvarse convenientemente los límites que nuestra tradición de pensamiento político atribuye a la acción del Estado, se abriría ante todos una perspectiva inmensa de realizaciones espléndidas.
En cuanto a nosotros, tened la seguridad de que ningún prejuicio será capaz de detenernos en la aspiración de esas posibilidades que adivinamos y que desearíamos ver confirmadas. Mantenemos abierto el espíritu a todas las innovaciones y a todos los problemas en materia social preferentemente, porque tenemos la evidencia de que el espíritu cristiano aplicado a las cuestiones de la convivencia y de la vida política no puede agotarse en este orden social de tantas grietas, de tantos privilegios solapados y de tantas necesidades satisfechas. ¡Que sean otros los que se avengan tranquilamente a semejante estado de cosas! ¡Que sean otros los que encubran su tranquilidad o su malevolencia escudándose en las imposibilidades físicas. Si los hubiéramos escuchado y atendido desde el primer día, hubiera de detenemos en una semiparálisis que nos hubiera esterilizado. Si alguna prevención está justificada en este tiempo nuestro, es contra todo aquello que, bajo capa de imposibilidad, pretende restringir el horizonte de las ambiciones sociales legítimas.
Y para terminar, en este aniversario, en que siento mi fe acrecentada, proclamemos la gloria para los héroes, mártires de la Cruzada; el honor para cuantos forjaron la victoria y la gratitud perpetua de la Patria para esta generación, que ha de entregar a las que le sucedan una Patria grande, en paz y redimida.
¡Arriba España!