Tal día como hoy, pero en 1936, la convivencia española está definitivamente rota. Los dirigentes derechistas abandonan la Cámara y parten, unos hacia el extranjero, otros hacia regiones más seguras. Dos días después se subleva el Ejército de África. Las guarniciones de la Península secundan el Alzamiento con suerte desigual.
Las medidas tomadas por el Frente Popular para desarticular el Ejército dan su fruto. La intervención de mandos entregados al marxismo o la masonería, en unas guarniciones; la debilidad o el oportunismo de otros; y, por último, la desproporción entre los débiles efectivos militares y las bien armadas milicias marxistas, en algunas regiones, hacen que en Madrid, Barcelona, Valencia y en casi toda la zona cantábrica, no se produzca o sea aplastado el Movimiento Nacional. En cambio, triunfa plenamente en Navarra, Castilla la Vieja, Aragón, Galicia, Baleares (excepto Menorca), Canarias e importantes ciudades de Andalucía. Partiendo de estas bases, cada uno de los bandos contendientes extiende su acción, y pronto España queda dividida en dos zonas: la nacional y la roja, transformándose, lo que debió de ser un golpe de Estado de amplio apoyo popular, en una larga guerra interior que había de durar cerca de tres años.