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Tal día como hoy, pero en 1955, Francisco Franco inaugura una nueva Casa Sindical y hace entrega de 6.523 viviendas. Pronuncia las siguientes palabras:
Españoles y camaradas:
Es tan significativo y de tan honda trascendencia el acto a que asistimos que, pese a que mis múltiples ocupaciones e inquietudes no me dejan llegar a una meditación precisa, he de improvisar unas palabras para subrayar las que aquí se pronunciaron con motivo de la inauguración de la Casa Sindical y de este arranque en la tarea de satisfacer una necesidad tan sentida como la de dotar de viviendas a las amplias zonas del trabajo español.
Nosotros anunciamos muchas veces que en nuestra concepción política el Sindicato era la piedra básica de nuestra política. Preguntan muchos extraños e inconscientes: ¿Por qué hacer del Sindicato la piedra básica de la política? A ellos hemos de contestar: Porque hemos venido a hacer una Revolución tras nuestra victoria absoluta sobre las fuerzas del mal. Nos dolía la decadencia de España y nos martirizaba la lucha fratricida y destructiva que las fuerzas políticas y sindicales españolas mantenían, en contra del buen servicio y de la grandeza de la Patria.
Nosotros no podíamos hacer estéril la sangre derramada de nuestros hermanos, cualquiera que fuese el campo en que ésta se hubiera vertido… Las mismas causas habrían de producir los mismos efectos. Teníamos por eso que hacer una Revolución y nos comprometimos a ello, definiendo las líneas principales de ésta… Cuando teníamos el toro en la plaza, cuando había que torearle, que hacer los esfuerzos y los sacrificios para lograr hacer esa España mejor. Dijimos entonces claramente a lo que íbamos, y por lo que íbamos. Por lo tanto, nadie en España se puede llamar a engaño por los fines y cauces por donde habrá de discurrir nuestra Revolución.
Temamos que cambiar totalmente el concepto de la política en España, el desprestigio en que había caído, que hacía a muchos separarse con asco y repugnancia de lo que tenían por política, porque con razón la culpaban de haber destruido nuestra grandeza y haberse encenagado con las tácticas y los procedimientos durante siglo y medio de existencia. Por eso a algunos cuesta trabajo comprender que el Sindicato no puede estar separado de la política, de la política en su más noble acepción; no la política de los viejos partidos, la política partidista, liberal, del odio de clases, del Estado inhibido; la política que nos recordaba Fernández-Cuesta, que destruía la Patria, minaba nuestra fe y desunía al trabajador y a la familia, sino la noble política de los grandes ideales, la buena administración y la digna dirección de los pueblos. Este es el quehacer y el hueco que el Sindicato viene a llenar; un vacío político noble, importantísimo y trascendente; porque, señores, por encima y por debajo de aquélla vieja política, por encima y por debajo de aquellos antiguos conceptos, latía una vida española con sus realidades políticas, económicas y sociales. Era necesario aunarlas y uncirlas en el mejor servicio de la Patria, cortando para siempre las estériles y destructoras luchas de unos contra otros, la perenne lucha incivil que destruía la Patria en servicio exclusivo del extranjero.
El Sindicato es el cauce natural por donde discurre la producción española; los hombres todos están adscritos a ella. Unos directamente, como trabajadores, empresarios o técnicos; otros indirectamente, en la Universidad y en el servicio e investigación de la ciencia, o en su ordenación y servicio desde los puestos públicos; todos unidos en la gran empresa de multiplicar la producción en el servicio de la Patria. El Sindicato no podía amenazar esta unidad indispensable para el progreso económico. Todas las clases españolas, no sólo las clases trabajadoras, sino las clases empresarias, las clases medías, las administrativas, los empleados, todos deben reconocer que son sujetos activos o pasivos de esa producción española. Porque si ésta es pobre, si la Nación no progresa económicamente, no podrá mantenerse el bienestar ni el nivel de vida ni mejorar la suerte de todas sus clases.
Todos estos conceptos, tan claros y trascendentes, eran negados por los viejos Sindicatos y olvidados por las viejas organizaciones políticas; se laboraba por todos los medios contra esa unidad de los hombres y de las tierras de España contra la indispensable armonía de la producción, contra el progreso económico y, lo que todavía era más grave, contra nuestra espiritualidad y nuestro fin eterno. Todo esto significaba la política vieja y el antiguo Sindicato. Sembrando odios no podía tener otro fin que acabar en checa.
Yo no les reprocho la violencia en la lucha, cuando la lucha de clases era consentida y estimulada desde los Poderes públicos. Si hay que luchar, no es deshonor, sino, antes al contrario, el ser valiente en la lucha; pero cuando esta lucha es destructora de nuestro bien común, cuando esta lucha está manejada por agentes vendidos al servicio del extranjero, cuando es lucha fratricida que siembra el, odio entre los hermanos, cuando de ella sacan fruto las naciones extrañas y es la ruina de la Patria española, esa política constituye un delito de lesa Patria. Porque, señores, la Patria no puede ser para los españoles, como predica la democracia inorgánica, un patrimonio de las naciones al arbitrio de la mitad más uno; no, señor. Es un legado sagrado que hemos de servir, conservar y mejorar para entregarlo a las futuras generaciones.
Cuando las organizaciones de la Nación van contra esos principios naturales, indiscutibles, de la conservación de una Patria, del progreso, del bienestar y del bien común de los españoles, hay que rechazarlos por malos y por malditos. El dilema para nosotros se presentaba bien claro: o emprender el camino de la salvación de nuestro acervo espiritual por la paz interna, el progreso económico social y el bien general, o seguir despeñándonos por el del materialismo y el de la lucha de clases, que más temprano o más tarde, pero indefectiblemente, conduce al comunismo. Y el comunismo es, con la miseria general, el naufragio de todos los derechos y de todas las libertades.
Esta es la razón y el porqué de la fisonomía de nuestro Sindicato. A su carácter responde este hermoso edificio, este magnífico solar del sindicalismo español, en que al lado de los austeros despachos de los hombres administrativos que han de encuadrar y regir esta comunidad sindical encontramos las múltiples salas de reunión, los lugares de discusión donde todos los intereses que se concentran en la producción puedan mantener su diálogo y tomar sus acuerdos; porque, señores, si nosotros hemos venido a transformar y dignificar una política, hemos de creer en su contenido, facilitando su realización en la medida de nuestros medios.
Dijimos muchas veces que creíamos en España y también en los españoles, y afirmábamos que la decadencia de España no era decadencia de los españoles, de sus valores ni de su genio; que era un proceso de decadencia de las clases directoras que significaba la quiebra de todo un sistema; y así lo demostramos en nuestra Cruzada y después de ella, con asombro de los extraños. Por ello forzosamente había de perseguir que no fueran las clases viejas ni las organizaciones caducas las que asumieran la dirección y el ordenamiento de la obra de la Revolución Nacional. Habían de ser los hombres con fe, el pueblo mismo, el creador, trabajador y laborioso, el que colaborase en las tareas del Estado y de la Patria…
Nuestra política no se demuestra con palabras, sino con obras, y esta que hoy inauguramos en el orden sindical es pieza básica de toda esa política, y a las generaciones futuras les corresponde continuarla y defenderla con ahínco. Que nuestra obra no es perfecta es verdad: somos humanos y tenemos imperfecciones; pero estamos dispuestos a perfeccionarla. Tenemos unas inquietudes muy grandes, que nuestro Movimiento define, enraizadas ya en todas las provincias españolas. Acordaos de los viejos y suntuarios Gobernadores de antaño y mirad los Gobernadores actuales. Tendrán sus defectos, podrán equivocarse, porque los hombres nos equivocamos muchas veces; pero de inquietudes patrióticas, de inquietud social, de sensibilidad para todas las necesidades de los españoles, yo desafío a las generaciones y a los años pasados a que nos muestren algo igual.
Nosotros no somos lo que los otros quisieran que fuésemos; nosotros somos lo que nosotros hagamos y lo que nosotros practiquemos. Vivimos en una incomprensión política del exterior, algunas veces natural y humana, y otras, hipócrita y ficticia. La política española, la solución sindical española, todas las cosas de nuestra política, vistas desde fuera, son una acusación contra viejos tinglados vacilantes a que en el naufragio político del mundo muchas gentes se agarran. No nos importa que no nos comprendan; pero tengamos la confianza -y la tenemos todos- de que la política española es una realidad; que España avanza, que España triunfa y que la Justicia Social va llegando a todos los pueblos y a todos los lugares, aliviando los dolores del corazón y las amarguras de las conciencias.
¡Arriba España!