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Antonio Vallejo Sanjuán
El domingo 13 de mayo recibimos la dolorosa noticia del fallecimiento de un español íntegro, un auténtico soldado de España, que es como él siempre querría ser recordado. No podía ser de otra manera, fue al amanecer de un día de primavera, de esa primavera soñada y a la que entregó su vida. Una vida entera marcada de principio a fin por el honor, la fidelidad, la entrega y el profundo amor a los pilares sobre los que la cimentó: Dios, Patria y Familia.
Católico, con una fe inquebrantable, de la que ha dado testimonio a lo largo de su vida y que, seguramente, es la que le ha mantenido con una entereza admirable en estos últimos meses en los que la enfermedad y el sufrimiento hacían mella en su cuerpo. Sólo quién sabe que tras ese sufrimiento le espera el descanso junto a Dios Padre, quien realmente cree que la muerte no es el final del camino, puede sobrellevarlo de esta manera. Hombre recto, de principios sólidos, enorme de corazón, capaz de perdonar y de pedir perdón con la humildad que Jesús nos enseñó cuando cometía alguna equivocación.
Un amor a Dios íntimamente ligado al profundo amor a su Patria, a España, inseparables uno de otro. Así es fácil comprender que siendo un joven con una vida cómoda por delante renunciara a todo ello y se embarcara en la lucha por la defensa de sus principios y sus ideales, primero en España, luchando contra el marxismo, enemigo de la fé católica y enemigo de España, en la Cruzada de Liberación, y, años más tarde, en esa gloriosa lucha contra el comunismo en las lejanas tierras de Rusia que fue la División Azul. Alférez provisional, Alférez divisionario, quizás el título del que más orgulloso ha estado durante toda su vida y que raro era el día que no le veía lucirlo en su solapa. Espíritu divisionario que ha marcado profundamente su vida. Espíritu de sacrificio, de entrega, de valor, de honor y de fidelidad. Honor y fidelidad a los suyos, mantenida hasta el último aliento, en estos tiempos donde el honor ha desaparecido del diccionario y donde la fidelidad sólo se mide en billetes. Fidelidad hasta la muerte, prácticamente hasta el último día, fidelidad a España y a su Caudillo. ¿Cuántos desvelos, cuántos quebraderos de cabeza le ha ocasionado esa fidelidad? Daba igual. Todos los daba por buenos, no importaba el precio ni el esfuerzo, quería devolver tanto como España le había dado. Seguro que en este momento, en el cielo, junto a Dios y su Caudillo, nuestro Caudillo, está recibiendo la recompensa a tanto esfuerzo y sacrificio.
Y fidelidad y amor profundo sin mancha a quienes le rodeaban; por encima de todo a su familia, su mujer Pilar, 59 años de matrimonio ejemplares, y a sus hijos. A todos quienes le hemos acompañado a lo largo de su vida. Para muchos, su casa ha sido como la propia, siempre las puertas abiertas, sus brazos siempre dispuestos a acoger a quien lo necesitara, jamás faltaba el recuerdo y la llamada en cualquier fecha señalada por insignificante que pudiera parecer, amigo fiel de sus amigos.
De todo ello creo que podemos dar testimonio muchos de nosotros. Por lo menos, yo sí que puedo hacerlo y desde aquí quiero mantener vivo el recuerdo de un Alférez provisional, de un divisionario, de un auténtico soldado de España y un caballero a quien he admirado desde niño, a quien he seguido en multitud de ocasiones pero, sobre todo, a quien he querido, mi tío Antonio Vallejo Zaldo.
Descanse en paz.