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Juan Chicharro Ortega
General de División de IM (R)
Presidente Ejecutivo de la FNFF
El callejero de una ciudad no es un tema baladí. Es el reflejo material de la historia de una nación que las generaciones presentes contemplan y las futuras tomarán como referencia. Desde que el Sr. Zapatero alcanzó el poder esta fue una de sus obsesiones más notorias y es obvio que sus correligionarios ideológicos han sabido plasmar cuasi a la perfección.
Una de las medidas estrella de la anterior alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, fue la de arremeter contra lo que ella y su entorno consideraron símbolos franquistas. Y ciertamente hay que reconocer que lo han hecho con notable éxito. Ya no existe en el callejero de Madrid nada que recuerde al Generalísimo Franco ni a ninguno de sus generales, políticos, diplomáticos, escritores…etc., al tiempo que sí se pueden encontrar calles, monumentos y plazas dedicados a Largo Caballero, Indalecio Prieto, Alcalá Zamora, Pablo Iglesias, Carrillo, La Pasionaria ….etc. Se ha borrado de nuestras calles toda una historia y se ha reescrito otra. Se puede considerar que la guerra que unos ganaron con las armas, y cuarenta años de progreso social y material, es hoy una clara derrota que uno puede comprobar en nuestras calles.
El amparo de todas esas medidas es el cumplimiento de la denominada Ley de Memoria Histórica, esa, para mí, nefasta ley, que el PP nos dijo iba a derogar o modificar, en su campaña electoral de 2011; algo que, evidentemente no hizo, al igual que con otros asuntos que hoy no son cuestión a tratar en estas líneas. Si el PP de la mayoría absoluta hubiera cumplido lo que prometió en su día, en los asuntos ideológicos no vinculados a la tan traída situación económica heredada, hoy no nos encontraríamos en esta absurda situación, y al decir absurda quizás me quede corto. Claro que el relativismo manifiesto de este partido nos proporciona ejemplos como el de hace unos años cuando el entonces ministro García-Margallo homenajeó en Moscú a los combatientes españoles en el ejército soviético, algo a lo que hoy, desde la perspectiva histórica, yo ni critico ni me opongo. Ahora bien, ¿por qué no hizo lo mismo con los combatientes de la División Azul? Sencillamente porque no hay arrestos para ello y, por lo tanto, nadie espere otra actitud de este partido, que se ha instalado en la más pura práctica del relativismo político olvidándose de los principios que proclamaba y en los que evidentemente no creía.
Hablando de la LMH lo primero que diría es que estamos hablando de una memoria política al gusto de cada cual. Sucede que al convertir esa memoria política en memoria histórica y darle rango de ley nos hemos encontrado con una situación en la que los historiadores se ven abocados a cometer cuasi delitos contraviniendo las disposiciones que marca la citada norma legal.
En efecto, de ninguna manera la historia puede ser determinada por ley. Eso es una verdad de Perogrullo, lo cual no tiene por qué estar al alcance de todos. Eso sólo sucede en los regímenes totalitarios y, que yo sepa, España todavía no es uno de ellos por más que algunos aspiren cada vez más a conseguirlo con paradigmas bolivarianos o similares. Son muchos los historiadores que, hoy, desde la perspectiva que da la distancia en el tiempo, admiten sin tapujos que la democracia no tuvo arte ni parte en ninguno de los bandos enfrentados.
El nacional luchó por la preservación de la integridad territorial y de la cultura cristiana mientras que el contrario lo hizo por una o varias revoluciones de signo totalitario pues argüir que su causa fue la defensa de la legalidad democrática y la libertad cae por su propio peso cuando, objetivamente, se sabe que las elecciones de febrero del 36 fueron condicionadas por todo tipo de violencias e irregularidades; de hecho, por ejemplo, jamás se publicaron sus resultados. Basta ya de milongas.
Resulta sumamente penoso, inútil y -por qué no decirlo- malvado y deleznable, enzarzarse de nuevo en discusiones de esta índole que lo único que han conseguido es volver a dividir a la sociedad española por algo que estaba ya muerto, enterrado y ampliamente superado. Pero, lamentablemente, a ello nos ha llevado esta ley como estamos observando día a día. La ley dinamita el sentido de la transición que decidió evitar los procesos cíclicos de demolición política que tantos sinsabores nos han dejado en los dos últimos siglos. Dicho de otra forma, la ley ataca los fundamentos de la democracia actual y, por supuesto, de la propia Monarquía, conseguidos en una transición “de la ley a la ley sobre el olvido de los viejos odios que desgarraron España”.
Por otro lado, al hablar de reparaciones a las víctimas de la guerra civil, se incurre en un gravísimo error, pues se toma inequívocamente partido por uno solo de los bandos y agrupa bajo ese epígrafe de víctimas a quienes verdaderamente lo fueron -no voy a negar que en la posguerra se cometieron excesos, tremendos y execrables, contra muchos inocentes- junto a otros muchos culpables de crímenes horrorosos, lo que, para mí, es muestra de la injusticia de esa ley y ejemplo meridiano de que a la justicia se la pinta ciega pero ni boba ni pérfida, como podría corresponder ante tan disparatada ocurrencia.
Desgraciadamente el falseamiento del pasado lo único que hace es envenenar el presente y perturbar el futuro.
Ciertamente da la impresión de que los españoles nos hemos vuelto locos y no aprendemos nada de la historia. Hoy se engrandece la figura de los políticos de la transición sobre todo a la vista de los “enanos” aprendices de políticos que aparecen por doquier y que nos quieren retrotraer a situaciones que ya se daban por superadas.
Hoy nos encontramos de un lado la España revanchista, la que trata de ganar hoy la guerra que perdió anteayer, la que quiere deshacer, separar, acabar con una democracia -sí, muy mejorable, pero en consolidación-, con muchos muertos y personajes admirables a sus espaldas y del otro lado la España progresista -en el sentido literal de progreso, de mirar hacia el futuro, con sus problemas, ni pocos ni fáciles, pero con el deseo, la ilusión y los motores a punto para acelerar en el único sentido que permite la segunda Ley de la termodinámica -permítaseme el tecnicismo- pero es que sólo podemos viajar hacia el futuro y quienes se empeñan en tratar de hacerlo hacia el pasado, no sólo están condenados al fracaso, sino que van hacia una vía muerta: un buen ejemplo de esto son las medidas que han afectado a Madrid y su callejero.
Cuarenta y siete millones de españoles mirando en el mismo sentido, con la iniciativa, inventiva e ilusión que nos caracteriza, supone imaginar un ariete de progreso imparable -que lo digan los europeos respecto a los años anteriores a la crisis-. Pero con cada cual tirando del carro en una dirección distinta -algunos frenándolo- milagroso sería que llegáramos a algún puerto, salvo a Puerto Desastre.
La Ley de la Memoria Histórica sólo sirve para dividir a los españoles, manipular la historia y amenazar a todos los que quieran investigar la guerra civil y el régimen del 18 de julio, sin someterse a los principios establecidos en esa norma. Su derogación o modificación se hace necesaria por el bien de la verdad histórica, sea la que sea; devolvamos a los historiadores su libertad hoy constreñida por esta ley.
Y, hoy, cuando Madrid tiene otro Ayuntamiento y se ha logrado arrancar el poder a la izquierda sectaria que simboliza Manuela Carmena, sus líderes tienen la responsabilidad moral de poner las cosas en su sitio en muchas cosas y entre otras en el callejero de Madrid. Y vaya por delante que no le estoy diciendo al nuevo Alcalde que retire los rótulos de las nuevas calles tituladas pero sí que restituya las borradas de la forma que se estudie más conveniente. ¿Tendrán los arrestos suficientes para ello o se instalarán en lo políticamente correcto no queriendo problemas añadidos? Debo decir que me temo lo segundo muy en la línea de la adoptada siempre por la derecha una vez que alcanza el poder: hablar mucho pero al final en definitiva asumir todos los desaguisados hechos previamente por la izquierda. Es que lo vemos continuamente y buena prueba de ello es la puesta de perfil tomada ante los intentos del actual Gobierno socialista de exhumar los restos del Generalísimo Franco del Valle de los Caídos. La actitud cobarde de esta derecha en este asunto alcanza el apelativo de ignominia.
La izquierda sectaria ha logrado borrar la historia de España de todas nuestras calles. Sólo les queda un último objetivo: exhumar a Franco y luego si pueden dinamitar la Cruz del Valle que es lo que en el fondo más les gustaría.
En los prolegómenos de la batalla de Trafalgar el Almirante Nelson pronunció aquella famosa arenga: “Inglaterra espera que todo el mundo cumpla con su deber”.
Aplíquese el cuento Sr. Martinez-Almeida y los que le han apoyado. Al fin y al cabo son Vds mayoría en Madrid.
El tiempo nos lo dirá y en cualquier caso la historia les juzgará.