A propósito del Tercio de Monserrat, por Juan Chicharro Ortega

Juan Chicharro Ortega

Hoy que tanto se habla de “memoria histórica” como consecuencia de una sectaria ley del año 2007 y de un reciente proyecto de ley que la amplia, actualmente en trámite parlamentario, nos enteramos que la Abadía Benedictina de Monserrat en connivencia con la Generalidad de Cataluña ha retirado el monumento que recordaba a un requeté yacente y herido donde rezaba la “gravísima “ siguiente leyenda :  “Recuerda el ejemplo y sacrificio. Tercio de requetés de Ntra. Sra. de Monserrat 1936/1939”.

Francamente no sé que encuentran los monjes de ofensivo en esa leyenda salvo que la maldad demoníaca se haya apoderado de sus almas y su odio a todo lo español les haya empujado a ello. Flaca memoria tienen y cuanto desagradecimiento el de estos individuos seguramente ignorantes también de la hazaña de los jóvenes requetés a los que pretenden ofender con la retirada del soldado yacente. Por mi parte estos inquilinos de Montserrat no merecen ni una línea de respeto pero al menos han conseguido que se hable, hoy, y se recuerde a aquellos catalanes que murieron por Dios y por España y de paso, también, se hable del carlismo y lo que fue . 

El carlismo, cuyas ideas, confrontadas al liberalismo, dieron origen a tres guerras civiles en el siglo XIX no existe apenas hoy como el movimiento que fue y que tanto representó en muchas partes de España, especialmente en las provincias vasconavarras y en parte de Cataluña y del levante español. Sí, existe una Comunión Tradicionalista Carlista que pese a enormes dificultades intenta mantener viva la llama de la causa y merece todos mis elogios y respeto pero desafortunadamente se mueve en ambientes muy localizados y minoritarios. Y valientes que todo hay que decirlo.

A pesar de eso, aquel que haya estudiado con profundidad lo que significó dicho movimiento no dudará en identificar muchas de las ideas que defendieron los carlistas con algunas que fluctúan hoy por nuestros lares.

A ver, les remito a Vázquez de Mella cuando decía que “el carlismo debe procurar no ser ni de derechas, ni de izquierdas, sino firmemente anclado en la tradición, mantener una permanente actitud receptiva y de escucha, para, después de someterlo a un riguroso análisis crítico, incorporar y hacer suyo, todo lo que sea encontrado positivo”.

Una de las ideas más fuertes del ideario carlista fue siempre la del reconocimiento de la identidad y de las competencias de las diferentes regiones que integran España.

Don Miguel de Unamuno dijo que “en España los verdaderos liberales son los carlistas” y que quienes más han hecho por el separatismo en España han sido los centralistas al negar a las regiones su personalidad histórica y sus seculares derechos.

Hoy muchos de los problemas a los que se enfrenta de nuevo España son consecuencia del desencanto o frustración de muchas familias, de abolengo carlista, quienes al no ver alcanzados, en su día, los objetivos de su ideario – la defensa de los Fueros – se fueron radicalizando progresivamente pasándose a partidos claramente independentistas. Y eso a pesar de que la defensa de los Fueros nunca estuvo en contradicción con el sentido de la Patria España, uno de los puntos claves del ideario carlista. Hoy desgraciadamente sí. Esta es la gran confusión : reconocer la diversidad y riquezas de las diferentes tierras de España (testamento de Francisco Franco) no está reñido con la España unida y solidaria que el Generalísimo representó.

Se achaca también al movimiento tradicionalista un tufo inmovilista y reaccionario sin llegar a entender lo que Víctor Pradera mantenía sobre el sentido de la tradición que no era otra cosa que la transmisión de un legado histórico recibido por quienes nos precedieron y que, a nuestra vez, debíamos entregar, actualizado y mejorado, a quienes nos sucedieran.

No, no era el carlismo un movimiento retrogrado, e integrista, sino todo lo contrario. Incluso la defensa de la política social que propugnaba, basada fundamentalmente en la de la propia iglesia católica, consecuencia de la encíclica “Rerum Novarum” de León XIII, podría hoy estar en boca de muchos que se autodenominan progresistas. Lástima que estos últimos ni siquiera hayan oído hablar de esa doctrina unida a una supina ignorancia de nuestra historia.

Viendo lo que vemos en estos días, y la confusión tan grande de ideas existentes en nuestra sociedad, no estaría de más una parada, siquiera momentánea, para releer a líderes de altura de nuestro pasado reciente y no tan reciente.

Estas líneas se escriben desde la perspectiva de la historia, siquiera, también, por su relación con el presente.

No cabe duda que ese movimiento social político que un día inundó en 1936 la plaza del Castillo de Pamplona de boinas rojas y que hasta hace 50 años llenaba la plaza de los Fueros de Estella para subir luego como serpiente multicolor al Montejurra, es un movimiento bastante desconocido hoy.

Allá por agosto del 2010 publicaba el diario El Mundo un artículo de Joaquín Bardavío donde éste daba por finiquitado al carlismo al que con posterioridad un insigne carlista cántabro, José Luis Palacio Gallo, le respondía con valiosos argumentos de lo contrario.

Los dos tienen razón. El movimiento carlista, tal como se le conoció, no existe ya; sin embargo las ideas no mueren nunca y gran parte del ideario carlista aún busca una vertebración que no aparece en una sociedad desnortada y relativista. Todo mi apoyo a quienes desde la Comunión Tradicionalista Carlista lo intentan.

Pero dejemos la deriva política y volvamos en concreto al denominado requeté, al campo de los sentimientos.

Fue Francisco Franco quien nos dijo que “ Los requetés aportaron al Movimiento junto a su espíritu guerrero , el sagrado depósito de la Tradición española , tenazmente conservada a través del tiempo, con su espiritualidad católica, que fue elemento formativo principal de nuestra nacionalidad, y en cuyos principios eternos de moralidad y justicia ha de seguir inspirándose” .

He aquí el origen certero de la inquina de las autoridades catalanas hacia el requeté catalán que encuentra buen aliado en unos monjes donde la espiritualidad católica no parece ni comprender ni recordar el sacrificio de aquellos boinas rojas – sombrero de hombres decentes y buenos soldados como los definió José María Pemán – que lucharon bajo las banderas de España y de la Cruz de San Andrés. Catalanes de pura cepa como aquel héroe anónimo que se llamó Raimon Camps i Nogués payés que no sabía castellano pero que cayó en el campo de batalla gritando “ Visca Espanya”.

Hoy las almas  de los caídos en los campos de Codo y Cuatro Caminos enterrados en la cripta de Monserrat contemplan con estupor la actitud cobarde de los monjes benedictinos de Monserrat. En esas tierras los valientes requetés catalanes protagonizaron uno de los hechos más heroicos de la guerra civil.      Allí en Codo ( Aragón) el Tercio Catalán – así se llamó al principio – compuesto por 182 hombres se enfrentó a una fuerza muy superior – 8000 hombres con carros de combate y caballería – resistiendo heroicamente hasta caer prácticamente todos en la lucha. Allí cayeron todos sus oficiales, todos sus suboficiales y 110 requetés siempre al grito de Viva España y Viva Cristo Rey.

El monumento en piedra – hoy retirado – soló reflejaba ese heroísmo muy lejos de veleidades políticas.

Que a los actuales dirigentes separatistas catalanes – muchos de ellos descendientes de los más de 90000 catalanes que lucharon en el bando nacional – les moleste el grito de Viva España es hasta comprensible en quienes han abrazado la traición a la Patria común y a la Constitución pero que los monjes benedictinos de Montserrat no hayan sabido discernir entre la política y los sentimientos heroicos de aquellos jóvenes catalanes entra en el campo de los dominios luciferinos.

Y termino recordando a Carlos VII cuando dijo “ Nunca me decido a considerar como enemigo a ningún hijo de la tierra española, pero es cierto que me combatieron como adversarios. Sepan que a ninguno odié y que para mí no fueron otra cosa que hijos extraviados; los unos , por errores de educación; los otros por invencible ignorancia; los más, por la fuerza de irresistibles tentaciones o por deletéreas influencias del ambiente en que nacieron” .

Aplíquense el cuento en Monserrat que andan muy perdidos en su sectarismo.


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