¿A qué nos enfrentamos?

 

Por Eduardo García Serrano.

Conjugaron todos los tiempos del verbo asesinar. Su munición hoy es la mentira y su arsenal el Poder otorgado por el cambalache de la aritmética parlamentaria, cuyo cálculo venenoso suma toxicidades en la rebotica de las urnas con la mansa complicidad de la estúpida pandilla de la derecha, más ocupada en ábacos presupuestarios y en desparasitarse de adjetivaciones fascistas que preocupada por la monstruosidad totalitaria del corpus legislativo que carga de cadenas la memoria, de grilletes la libertad de pensamiento, de más mordazas la libertad de expresión y de amenazas la libertad de opinión.

¿A qué nos enfrentamos? Se nos viene encima la tiranía con sus matones parlamentarios, con sus sicarios periodísticos y sus delatores sociales. Se nos viene encima la tiranía con sus asépticos funcionarios que confunden la libertad con la letra impresa en el BOE, la Justicia con la ley y la legitimidad con la voluntad sectaria de unos diputados que, socapa de la soberanía nacional, no representan más que a su propia ideología y en función de ella, y sólo de ella, muñen y apañan sus estrategias presentándolas como la más alta expresión de la voluntad popular. Y su masa de maniobra electoral se lo cree mientras le llenan de forraje propagandístico los abrevaderos de los rediles donde pace estabulada, quieta, dócil, mansa, a cambio de un salario de subsistencia y de llenarle los bolsillos de consignas antifranquistas.

Los que avizoramos la tiranía cuando estaba en pañales revestida por el traje de cristianar democrático, seguimos estando solos y estigmatizados, sin recursos y sin intendencia. Los que deberían ayudarse ayudándonos son todos como ese flemático y estirado lord inglés que en su mansión londinense escuchaba, sin hacer el menor caso, cómo la BBC informaba alarmada del desbordamiento del Támesis y de la evacuación de la ciudad anegada. Se creía a salvo en las alturas de su fortuna y de su clase social, hasta que el mayordomo entró en su despacho anunciándole: “my lord, el Támesis”. Demasiado tarde, ya se había ahogado. Pues eso: “my lord, la tiranía”.    


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