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Jaume Vives
La confusión reinante entre ambos términos va en aumento y veo difícil atribuirle algún bien, por mucho que algunos se esfuercen en ello.
Poco después de salir a la luz el documental AMÉN: Francisco responde, me contaba un conocido que su hermana lo había llamado por teléfono para decirle que, después de ver el documental, por fin había tomado una decisión: someterse a una fecundación in vitro.
Otro amigo me contó que un amigo suyo homosexual celebraba que por fin la Iglesia se hubiese abierto a su realidad.
En ambos casos no se habían acogido a la literalidad de alguna de las frases del papa para defender su postura, sino más bien a una sensación, a una percepción ambiental. Percepción ambiental que han aprovechado algunos pastores de la Iglesia para defender sus delirios.
Hacen mucho hincapié en la acogida, poniendo el ejemplo del diálogo entre Jesús y la mujer adúltera en el Evangelio, pero sólo tienen en cuenta la primera parte del diálogo, olvidando la segunda, en la que Jesús le dice que no peque más. Y claro, si solo hablamos de acogida, al final la gente va a pensar que todo es aceptado y aceptable, y nada más lejos de la realidad.
Es verdad que, si lo que la Iglesia tuviera que procurar fuera estar a buenas con el mundo, lo mejor sería la acogida y la aceptación, con eso ganaría muchos aplausos y pocos desprecios.
Pero si lo que tiene que buscar es el bien del prójimo, que es su salvación, la acogida siempre es un bien, y la aceptación puede convertirse en su condenación.
El ser humano tiende a desdibujar la fina línea que existe entre ambos conceptos. Del mismo modo que convierte los ataques a unas ideas en ataques a unas personas (y así tenemos el mundo lleno de ofendiditos), también puede convertir la acogida de la persona en la aceptación de toda la mochila que arrastra. Y claro, conviene ser muy claro para no contribuir a esa confusión, que puede costar la felicidad y la vida de la persona.
Jesús no le dijo a la mujer adúltera: «Sigue así, vete y no hagas caso de los que te juzgan». Después de acogerla y salvarle la vida lo primero que le dijo fue: «Vete, y no peques más». ¿De qué habría servido que la acogiera y la salvara de una muerte segura si luego la entregaba a una muerte peor, la del alma?
La acogida es un acto de caridad. La aceptación puede ser una falta de caridad, una injusticia motivada por dos causas: o bien por una falta de formación que ve como un bien lo que es un mal, o por una falta de generosidad porque, sabiendo cuál es el mal, prefiere callar para recibir el aplauso del mundo a costa del bien del prójimo.
Hay que procurar no ser caritativo a medias, sino del todo.