Francisco Torres García
De vez en cuando, aunque con plomiza insistencia, Luis María Ansón, ese alabado periodista egregio, se acuerda de que le toca exaltar a su añorado Juan III, que ni fue rey -por más que se empeñe en presentarlo casi como rey en el exilio- ni por tanto fue III. Suele hacerlo preñando la historia de olvidos y verdades a medias, que son, en las más de las ocasiones, las mayores falsedades; olvidos que conducen a mitologías y falsificaciones. Y Ansón es el último mitólogo de la Monarquía actual y el único que cree en el mito de don Juan.
Leo con retraso de un par de días una de sus “canela fina” cuyo augusto título es “Juan III, Juan Carlos I, Felipe VI”, publicado en las vísperas del aniversario de la Victoria nacional -como el corrector automático me corrige para utilizar la mayúscula inicial así lo dejo- en la guerra civil. Vuelve Ansón a lo de siempre, meterse con su odiado Franco, “EL DICTADOR”, así, escrito con mayúscula superlativa no se nos vaya a olvidar, para ensalzar a un don Juan que defendía una “monarquía de todos”. Entiendo que democrática, aunque él utilice la más ajustada definición de “parlamentaria” -la monarquía no es una institución en sí misma democrática, no es electiva sino hereditaria y eso es para la mayoría, menos para los monárquicos, poco democrático-. ¡Claro que eso de que don Juan defendía una monarquía como la danesa o la sueca desde siempre es mucho decir! Digamos que durante mucho tiempo solo fue demócrata liberal a ratos y que durante no pocos años fue más antiliberal que otra cosa, pero ese vicio, el de ser antiliberal, también lo tenía el joven Ansón partidario de don Juan, aunque se le haya olvidado o lo considere un pecado de juventud (¡Entonces eran tantos los monárquicos aquejados del mismo pecado!).
Nos dice Ansón -dejo a un lado las tonterías sobre la “envidia” que le tenía Franco, a don Juan no a él, por sus viajes a lo largo y ancho de este mundo (viajes particulares en barco) y por sus relaciones con los dirigentes de la época (aquí debería explicar cuáles y de qué tipo, más allá de las reuniones de las testas con corona donde, por cierto, eran simplemente los Barcelona), como si Francisco Franco no las tuviera o no le hubieran venido a ver a su palacio personalidades de su tiempo (¡Haga memoria don Luis María!)- que el objetivo de la Monarquía de don Juan era “devolver al pueblo español la soberanía nacional secuestrada en 1939 por el Ejército vencedor de la guerra incivil”. Y por la coda final del artículo me parece que anda entusiasmado por la aplicación antifranquista de la Ley de la Manipulación Histórica, siempre, eso sí, que solo se meta con Franco. No quisiera tenerle que recordar a Ansón que ya puestos la Monarquía podía haber incluido, en su heroica lucha contra Franco -modo irónico claro-, el devolverle al pueblo español toda su soberanía, incluyendo votar si quería o no monarquía, porque si los secuestradores fueron el Ejército triunfante en la “guerra incivil” tendríamos que admitir que la expresión de esa soberanía era la II República y por tanto la actual monarquía tendría otra muesca más de ilegitimidad. También Ansón, que se lamenta de la “guerra incivil”, tendría que explicar cómo esa Monarquía, encabezada por Alfonso XIII y don Juan, con el concurso de la inmensa mayoría de los monárquicos, conspiraron desde el primer minuto para derribar la II República con el recurso al golpe militar que llevaría a una “guerra incivil”, o Ansón cree que los republicanos y socialistas de entonces se hubieran conformado. ¡Ah, ese don Juan¡, príncipe de los monárquicos antiliberales que le saludaban brazo en alto en Roma el día de su boda (¿fotos pérdidas don Luis María?); príncipe dispuesto a apartar a su padre por el bien de la Corona y al que el padre mandó de viaje de bodas un año para que no cayera en la tentación.
¡Ay, don Luis María!, que sin la “guerra incivil” y sin Franco la monarquía no existiría en España, tendríamos una república y Juan III, Juan Carlos I y Felipe VI hubieran andado o andarían como los Saboya o los Grecia, o tantos otros, dando lustre de título a algún Consejo o emparentados con alguna gran fortuna internacional. Y no se meta con las “monarquías árabes” diciendo que ese era el modelo de Franco -no el de Franco era el mismo que el de los monárquicos antiliberales como lo fueron don Juan y usted mismo-, entre otras razones porque algunas de ellas (Marruecos, Jordania , Arabia Saudí…) han sido y son muy amigas de Juan Carlos I y Felipe VI.
No voy a trazar aquí un memorándum de las declaraciones públicas de don Juan, o mejor dicho de las declaraciones que le escribían a don Juan. Sería una antología del cambio de opinión según el signo de los tiempos y la capacidad de predicción, nula por otra parte, de sus consejeros. Lo declararon casi falangista, y con reiteración tradicionalista y antiliberal, asegurando que de demócrata liberal ni un pelo. Se puso morado a felicitar por los avances y las victorias del Ejército de Franco en la “guerra incivil”; estuvo dispuesto a venir a combatir con los nacionales -media familia Borbón lo hizo- y se libró de morir a bordo del Baleares porque Franco era monárquico y no aceptó su ofrecimiento -Franco lo era, por más que Ansón se empeñe a la hora de fabular a la contra-; sus conspiradores, los amanuenses de sus cartas y declaraciones, quisieron que fuera rey con los nazis para sustituir a Franco, rey con los rojos al finalizar la IIGM y creer que echarían a Franco, estuvieron dispuestos a aplaudir una invasión aliada y se callaron cuando con el cerco internacional se sometía al hambre a los españoles -eso es lo que Franco nunca le perdonó a don Juan-; le quisieron hacer rey del Movimiento, verdadero representante de los ideales del 18 de julio… que Franco le hiciera rey y Franco siguiera con todos los honores y, también, que fuera rey democrático, pero ya entrados los sesenta y especialmente cuando su hijo aceptó ser el rey de Franco. Y mientras don Juan andaba con esas cuitas fue Franco quien realizó una maniobra política única cuando las monarquías desaparecían del mapa: volver a poner un rey en la Jefatura del Estado. Y lo hizo en contra de la opinión de no pocos de los suyos y de la propia opinión pública, consiguiendo hacer de Juan Carlos y Sofía los Príncipes de una generación.
La obsesión de Ansón con sus hábiles e inexactos escritos es blindar históricamente la Monarquía. Entre otras razones porque sabe leer lo que está sucediendo, porque sabe que la Ley de la Memoria Histórica no tiene solo como objetivo quitar las estatuas de Franco -quedarán cuatro o cinco en toda España-, ni las placas de las calles que llevan retirándose treinta años, sino que va a tirar por elevación y que su objetivo final será el último vestigio del franquismo: la monarquía volando la historia mítica de la Transición. Por eso Ansón quiere borrar huellas; por eso cifra la legitimidad de la actual Monarquía en la transmisión de un derecho inexistente, porque don Juan nunca fue rey en exilio, ni fue nunca reconocido internacionalmente como tal, el único reconocimiento lo tenía el régimen de Franco; y la cifra también en la Transición realizada por Juan Carlos I (es de sonrisa eso de que don Juan se atrajo a toda la oposición, porque esa oposición apostaba por una República y lo único que veía en don Juan era un instrumento, un compañero de viaje o un tonto útil según se prefiera). Por eso también tiene que cambiar la historia de la Transición, readecuarla al signo de los tiempos. Por eso, sin solución de continuidad, habla de “pasar de una dictadura de 40 años personificada en el caudillo amigo de Hitler y Mussolini a una democracia pluralista plena”., como si en medio nada hubiera pasado. Un momento: ¿Pluralismo pleno? Pero si hemos leído al mismo Ansón defender el modelo bipartidista recomendando utilizar la ley electoral para evitar el molesto pluralismo resultante de las últimas elecciones.
Pero volvamos a la argumentación. ¡Cambiar la Transición¡ Don Luis María vuelve a las trampas: Franco el amigo de Hitler y Mussolini, y en el mismo grado lo sería de Eisenhower, Nixon, De Gaulle, Faisal, Hussein… pero esto se le olvida. No, la Transición no fue solo obra de don Juan Carlos “que tenía la fuerza del Ejército” -Ansón se olvida que esa fuerza no era por mérito propio sino porque era el heredero de Franco (a don Juan lo hubieran mandado otra vez a Estoril en el primer tren)- o de Tarancón, o de Marcelino Camacho o de “Felipe González que tenía la fuerza de los votos”…. (?) Se le olvida a Ansón que la Transición fue posible por la colaboración de los franquistas que consideraron que el régimen desaparecía con Franco y procedía su cambio; por el voto sí, pero de los franquistas; por los votos del franquismo sociológico que eran los que nutrían AP -el origen del PP fundada por la tira de ministros de Franco- y la UCD -que contó con el aparato mediático del franquismo, con los hombres del Movimiento en pueblos y provincias-, que sumados eran mayoría, una mayoría que la nefasta acción de gobierno de Suárez hundió. A ese proceso/proyecto abierto por el rey y los franquistas -la inmensa mayoría de ellos-, apoyado por la opinión pública que constituía el franquismo sociológico porque lo realizaba el heredero de Franco y los hombres y estructuras del Movimiento, se sumó primero el PSOE de Felipe González y después el PCE de Santiago Carrillo. Pero este nombre y el de Adolfo Suárez es borrado de la historia por Ansón, porque el ilustre periodista necesita borrar a los franquistas de esa Transición y concederle el protagonismo absoluto a su rey y a los socialistas para que la Memoria Histórica no siga tirando del hilo.
Queda la coda final. Esa comparación que hace Ansón entre el monumento por suscripción popular a don Juan que perdura mientras se quitan los erigidos a Franco como imagen de una justicia histórica. ¡Qué metáfora tan brillante para un maestro de la pluma! Bueno, recordemos que no pocos de ellos, los de Franco, también lo fueron por suscripción popular, alguno inaugurado después de la muerte de Franco; que cuando Franco murió se abrieron numerosas suscripciones populares para poner monumentos (el gobierno decidió que no era conveniente y el dinero ni se sabe a dónde fue a parar) y que ha hecho falta una ley totalitaria para retirarlos (en más de una ocasión con oposición popular y con intervención policial represora). Pero que no se apure don Luis María, probablemente es solo cuestión de tiempo que le llegue también el turno de la demolición a su monumento histórico favorito, porque de momento ya hemos visto cómo se retiran los retratos de Felipe VI de centros oficiales y se empiezan a quitar los nombres regios otorgados a construcciones y calles y yo no he visto aún a los fervorosos monárquicos salir a la calle en su defensa.