Ausencia y presencia de Franco

Blas Piñar López

   Confieso que me embarga una profunda emoción cuando, por una u otras razones, tengo -y lo hago con sumo gusto- que hablar o escribir sobre Franco, y una ocasión es sin duda la conmemoración de su fallecimiento el 20 de noviembre de 1965. Hace ya 36 años.

   Ello quiere decir que Franco está, a la vez, ausente y presente. Ausente porque concluyó su vida en el tiempo, y presente, aunque no le vemos ni oímos, pero que, sin embargo, la verdadera memoria histórica, que es colectiva, nos lo hace cercano. Es esa memoria histórica auténtica la que nos enseña lo que Franco nos dijo y lo que Franco hizo como soldado y como estadista. Entiendo, que la memoria histórica auténtica (ante la dramática situación que vivimos y que como, además de la crisis económica, está descristianizando a nuestro pueblo, cambiando su mentalidad y sus conciencia y poniendo en juego la unidad de España) nos permite comparar la España que Franco configuró como una monarquía sin corona, con la España de la Transición, que es una corona sin contenido monárquico, como remate de un Estado antinacional.

   Precisamente, para evitar que esa comparación pueda hacerse, el Sistema, antes de que la Constitución se aprobase, inició una tarea iconoclasta, con la que ha sido perseverante, y que se ha ido acelerando y generalizando, haciendo desparecer los rótulos de las calles y plazas que a Franco se dedicaron, arrancando de sus pedestales sus monumentos y ofendiéndole, en prosa y en verso y, en casi todos los medios de comunicación, con palabras y frases expresivas de un odio visceral e incontenible.

   A mí, al menos, lo que me más me llena de indignación con ser muy intensa, no es la gravedad difamatoria sino el silencio cobarde de quienes no debieran guardarlo,  así como la participación cómplice de quienes con juramento tienen o tenían  la obligación de cumplir aquello que prometieron al jurarlo.

   Me tiembla la mano traer a colación frases, que están contradichas con otras posteriores; una del Jefe del que fuera Jefe del Gobierno y otra del Jefe del Estado. No son mías, por consiguiente.

   Adolfo Suárez dijo: “El paso de los siglos no barrerá el eco de su nombre (el de Franco) … la obra de Franco perdurará a través de las generaciones”.

 El Jefe del Estado se expresó así ante las Cortes:

“España nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda la existencia a su servicio. Juro por Dios y por los Santo Evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional”

   ¿No es cierto que hay una distancia enorme entre los que acabo de trascribir y el proceso liquidador de la obra de Franco?

   El proceso antifranquista, en su vertiente iconoclasta, no tiene límites y culmina en el propósito de sacar los restos mortales de Franco, que no por su voluntad, sino por decisión que debiera respetarse por ser quien era el que la tomó, reposar en el Valle de los Caídos. Horroriza pensar que se lleve a cabo lo que se proyecta. Pero si se lleva a cabo se pondrá de relieve que hasta los restos mortales del Caudillo atemorizan a los que le odian.

   Está claro que Franco ha muerto, pero también que sigue presente. ¿Por qué?

   A esa pregunta yo me contesto recitándome versos de esta preciosa poesía:

“¿Tan solo muerte guarda la montaña?

Guardan cenizas que serán hoguera.

Serán antorcha y sol, amanecida,

para abrazar el corazón de España”

 


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