Carmen Franco, una intensa vida de recuerdos

 

 

Doña Carmen con Jesús Palacios y Stanley G. Payne 
 
 
 
Jesús Palacios

Carmen Franco ha fallecido a los 91 años de edad víctima de un cáncer terminal que se le detectó el verano pasado. Tras ella desaparece la última figura de El Pardo. Pero Franco está vivo 42 años después. Desde las redes se han lanzado duros ataques, afirmando muchos de ellos que deja una herencia de 600 millones de euros que Franco expolió a los españoles. Tal cosa sólo se puede decir desde la ignorancia y el odio reabierto en la extrema izquierda vía Ley de Memoria Histórica. Por ello, el franquismo llena la vida política de España. La Constitución es franquista, el Congreso y el Senado atufa a franquismo, las leyes, la Justicia y los jueces hieden a franquismo…

No, no es ninguna boutade, ni una nueva recreación de la novela de Fernando Vizcaíno Casas, Y al tercer año resucitó. Ahora sería a los cuarenta. La cosa no es para menos. Hace unos años, un juez que iba de estrella y terminó siendo expulsado de la carrera judicial por prevaricación, solicitó en un auto el certificado de defunción de Francisco Franco, para constatar si realmente el que fuera jefe del Estado durante casi cuatro décadas murió la madrugada del 20 de noviembre de 1975. Franco, la dictadura, está instalada en la vida política española. Los supremacistas separatistas catalanes -y no sólo ellos- dicen que España es franquista, Podemos ver franquismo por todos lados, y el Partido Socialista le sigue a la zaga; el Partido Popular es, naturalmente, franquista, como Ciudadanos y otros que no están en el populismo oportunista o en el discurso multinacional separatista. Seguramente que Santiago Carrillo, Pasionaria o Rafael Alberti, se debieron quedar embrujados en 1977 al estar en unas Cortes franquistas.

El asunto es delirante, pero como al parecer se cumplen otros cuarenta años de régimen franquista, pese a que Franco falleció hace 42 años y que el franquismo murió con él, y de que no existe ningún partido político que así se defina desde el establecimiento de una democracia plena 1977, es más que oportuno acudir al testimonio de la propia duquesa de Franco, quien siempre se caracterizó por ser una persona prudente, reservada y enormemente discreta. Ello le fue útil para superar el asunto de las monedas que llevaba a Suiza para ensamblarlas en un reloj, diversos avatares ruidosos, desde el corazón al escándalo, protagonizados por algunos de sus siete hijos o la campaña para hacer del pazo de Meirás un bien de interés cultural y la discusión sobre su patrimonio.

En el otoño-invierno de 2007, el profesor Stanley Payne y yo la entrevistamos a lo largo de varios días y en sesiones largas y bastante intensas. Aquella fue la primera en la que la hija del caudillo dio su testimonio personal tras varias décadas de estricto silencio, que plasmamos en la obra Franco, mi padre (La esfera de los libros, 2008).

El núcleo familiar éramos mamá, él y yo“. El recuerdo más temprano de sus padres es “viajando en coche. Viajábamos a Asturias en el verano, y los viajes eran entonces muy largos y pesados. Conducía él, y para distraerse se ponía a cantar, le gustaba mucho cantar y cantaba zarzuela“. Aquellas imágenes infantiles le traen la de un “padre que era muy bueno, pero que no se ocupaba mucho de mí ni tampoco jugaba, porque al ser yo mujer, de la educación se encargaba mi madre”. Algo de la época. Años después, ya de casada, “Cristóbal y yo nos fuimos a vivir a Madrid, a un apartamento, y lo que hacía era ir a almorzar a El Pardo, o a cazar y a montar a caballo con mi padre. Eso me gustaba mucho“.

De la niñez de su padre los recuerdos eran de jugar en la calle y de ir al puerto a “oír historias que contaban los marineros sobre Cuba“, pero a Franco nunca le gustó hablar de su niñez, quizá por la relación seca y distante que tuvo Nicolás, su padre, con él y con sus hermanos, y porque la relación con su madre, Pilar, fue dura y el matrimonio se rompió cuando Franco era adolescente. Fue cuando ingresó en la Academia de Toledo en 1907, tras no poder ser marino. Le encantaba hacer la carrera militar, pero en Toledo “no lo pasó demasiado bien, porque era muy pequeñajo, en los dos sentidos, y por su corta edad no le dejaban llevar un mosquetón de verdad, sino una de madera, y eso mi padre lo sentía como una humillación horrorosa, no le gustaba nada“.

El Protectorado sí que fue un destino feliz para Franco. “Adoraba Marruecos. Papá donde se hace hombre es en la guerra de Marruecos“. Sus ascensos fueron meteóricos siempre por méritos de guerra. Y de allí se traería después la vistosa Guardia Mora y el gusto por los pinchos morunos. Aunque de comidas “lo que le gustaba era la paella, el pescado y el marisco, y para nada el arroz con leche“. Y también se trajo la grave herida de bala en el vientre, salvando la vida milagrosamente. “Hacía un día precioso. Pasaron los médicos y dijeron: ‘no a este que no lo recojan, porque está muerto, tiene un tiro en el vientre’. Papá le dijo al asistente que en un día de sol tan bonito no era para morir, ‘coge el fusil y encañonas a los sanitarios para que me suban al camión y me retiren’. Tuvo suerte, baraka, como decían. La verdad es que mi padre siempre fue muy providencialista y fatalista, decía que cuando llegue tu día llegará“.

Franco nunca le contó a su hija como fue el noviazgo con Carmen Polo, fue ésta quien se lo contaría a sus nietas con todo detalle. Entonces su padre se paseaba por Oviedo montado en un caballo blanco y al poco fue muy conocido en todos los círculos importantes. Pero “mi abuelo no quería que su hija, que entonces tenía 17 años, tuviera una relación con un militar destinado en la guerra de Marruecos. Y al poco de empezar a salir juntos, decidió meterla en un convento de clausura que tenía educandas (novicias), pero papá se comunicaba con ella con mensajes e iba todas las mañanas a verla comulgar. El abuelo terminó cediendo y se casaron“. Aquel matrimonio fue la meta personal y afectiva para Franco. “Le aportó mucha tranquilidad y seguridad. Todo lo dejaba en manos de mi madre, la casa, mi educación, todo. Papá estaba muy identificado con ella, pero como estuvo poco tiempo y regresó a África, donde la gente moría, mamá se pasaba el tiempo llorando y rezando. Yo creo que desde entonces se acostumbró a rezar y a llorar“.

Por entonces Franco “era una persona muy locuaz, hablaba muchísimo, igual que su hermano Nicolás. Mi tía Isabel decía que le gustaba gastar bromas, pero que luego se volvió serio y de un aburrido tremendo“. Cuando Primo de Rivera le nombró director de la Academia General Militar “se ocupó personalmente de las obras. Estaba muy orgulloso de la academia, era muy moderna y se ocupaba no solo de la dirección y los planes de estudios, sino también de los desayunos de los cadetes, y como decía que tenían que comer migas, se compró una máquina que trajeron de Alemania“. La República “no le gustaba, era monárquico, pero la acató y a sus compañeros les decía que los militares tenían que obedecer la ley establecida“. De la estancia en Canarias, que Franco se lo tomó como un destierro de Azaña, “me acuerdo de la travesía en barco. Me gustó mucho, y como allí había poco trabajo, papá empezó a jugar al golf y a estudiar inglés. Pensaba que si lo metían en la cárcel sería una distracción muy buena estudiar inglés, incluso llegó a pensar en pedir la excedencia“. Luego la rebelión y la guerra; “mi padre se sumó en el último momento tras el asesinato de Calvo Sotelo. No le gustaba la idea de una guerra ni la toma del poder por los militares“.

Sobre su salida junto a su madre fuera de España recordaba que “fuimos a Las Palmas a un hotel. Estaba encantada porque nunca había estado en ninguno, siempre en casas. Mi padre se había afeitado el bigote y cambiado su pasaporte con el del tío Pacón. En las calles veía a mucha gente armada y aquello me parecía bastante extraño. Por la noche nos llevaron a mi madre y a mí a dormir a un guardacostas. Después supe que tuvimos mucha suerte, porque el radiotelegrafista recibió la orden de matar a los oficiales. Pero no nos pasó nada y un barco nos llevó a un puerto francés“. El regreso de ambas fue apenas dos meses después, ya en plena Guerra Civil. “Regresamos a Cáceres y después nos instalamos en el palacio arzobispal de Salamanca. Cuando volví a ver a papá lo encontré muy cambiado, mucho más serio y retraído“. La crudeza y el horror de la guerra le pasó inadvertida, no fue dramático. “Para una niña de 10 años era bastante festivo. Se iba de manifestación con los otros amigos y niños y cantabas los himnos“.

Su padre se refería a la contienda con el término de “la guerra, nunca dijo la guerra civil, y tampoco hablaba en casa de detalles ni operaciones ni de violencia ni represión“. El objetivo era intentar hacer una vida normal. “Sí, medio normal. A casa vinieron a vivir mis dos tías, Zita, la mujer de mi tío Serrano Suñer con sus hijos y mi tía Isabel, que no tenía hijos. Teníamos una planta para nosotros y jugábamos entre nosotros y con los ayudantes. Una vez un ayudante se puso la tapadera de una sopera en la cabeza jugando, y en eso llegó un general alemán a ver a mi padre, le recibió así y al verlo mi padre le dijo: ‘¿Pero usted está loco?, ¿qué hace con esa tapadera en la cabeza?’“. El recuerdo de las batallas es vago, pero a Carmen sí que le quedó grabada la batalla del Ebro. “Mi madre y yo fuimos a ver a mi padre a Pedrolo, cerca de Zaragoza, donde cogí paperas y nos tuvimos que quedar hasta pasar la cuarentena para no contagiar a mis primos“.

Durante la contienda, Carmen grabó un mensaje para los niños del mundo en presencia de sus padres. La grabación recogería la imagen de un Franco que iba moviendo los labios y repitiendo laa palabras de su hija al mismo tiempo. “Estaba un poco nerviosa y me lo tuve que aprender de memoria“. Con el triunfo absoluto de la Guerra Civil, Franco se volvió más retraído e introvertido, en parte por su timidez, y en parte por la alta responsabilidad. “Sí, decía que lo que dijera se podía tergiversar“. Pero no le importaba que le calificaran de dictador. “No le molestaba demasiado, porque al fin y al cabo era una dictadura, y en aquella época no estaba tan demonizada como ahora“. Con el estallido de la guerra europea en el oeste, y en el momento de la máxima tentación de unirse al Eje, Franco viajó a Hendaya en octubre del 40 para entrevistarse con Hitler, entonces dueño prácticamente de Europa. Pero antes tomó precauciones. “Mi padre no quiso que fuésemos con él a San Sebastián y nos quedamos en El Pardo rezando. Antes de irse, dejó encargado a un triunvirato al mando por si era secuestrado, uno de ellos era Muñoz Grandes. Era una eventualidad y Hitler era poderosísimo entonces“.

Durante la Segunda Guerra Mundial sobrevino la ruptura familiar con los Serrano. “Zita le dijo unas cosas a mi madre que cogió un disgusto horroroso y se puso a llorar. Papá le dijo que no hiciera caso, porque Zita habla por lo que le ha dicho Ramón dos minutos antes. Yo tenía mucha relación con mis primos, pero entre mi madre y tía Zita ya no fue igual“. Otra ruptura familiar tendría lugar años después con la familia del general Salgado Araujo tras la publicación del libro Mis conversaciones privadas con Franco. “Le llamábamos el tío Pacón. A mi madre le molesto mucho el libro, porque decía algunas cosas de mi padre que no eran ciertas, habló con su viuda y las relaciones e distanciaron“. Al final de la guerra mundial Carmen Franco era una adolescente de 18 años. “Seguía viendo a mi padre igual, como una persona extraordinaria, y así lo he pensado todo el tiempo. Respecto a mí, creo que por entonces no tenía demasiada personalidad y no quería hacer nada extraordinario, me adaptaba a la vida familiar y mi padre no se metía en nada, ni en mis amistades ni en mi vida“.

Tras la condena internacional, la ayuda de la Argentina de Perón fue muy importante, aunque la cobró bastante cara. La llegada de Evita Perón a España en junio de 1947 resultó ser una conmoción en todo el país, en los Franco y especialmente en la joven Carmen. “Estuve encantada, se quedó a vivir en El Pardo. Era muy simpática y muy graciosa. A mí me gustaba y andaba todo el tiempo que podía a su lado. Decía que era rubia, luego me miraba y comentaba: ‘¡Huy!, soy más morocha que tú, lo que pasa es que me tiño. Siempre llegaba tarde. A Barcelona no fue mi padre, y cuando era la hora de salir, todavía no estaba arreglada. Y mamá le decía: ‘Pero por Dios, Eva, que nos están esperando’. Y ella, tranquila, respondía: ‘Ja, que esperen, para algo somos las presidentas’. Después de la visita a España, iba a ir a Roma a ver al Papa. Mi padre le preguntó y le enseño unas cuartillas de lo que pensaba decirle. Mi padre se quedó espantado: ‘¡Qué horror! -le dijo-, ¿cómo le va a decir esto al Papa? No, no, dígale lo mismo pero más suave’. Y papá le estuvo corrigiendo lo que le iba a decir. Tenía mucha ilusión por visitar barrios obreros, hablaba bien, y era una persona que impactaba en las masas, pero se vestía demasiado elegante, le gustaban demasiado las joyas -yo tengo un brochecito que me regaló-, y papá le decía: ‘Pero, ¿cómo quiere ir a hablar a los obreros así?, póngase algo más discreto’. ‘Ah, bueno, general, si quiere’, le contestaba Evita. Iba con unos renoir y un sombrero de plumas.”

En 1950 Carmen Franco se casó con el doctor Cristóbal Martínez Bordiú. Tiempo atrás había tenido amistad con el hijo del almirante Saturnino Suanzes, gran amigo de Franco y presidente del INI. Sus padres nunca le dijeron nada sobre sus relaciones. “Me casé con Cristóbal tras dos años de relaciones y lo que sí que dijimos desde el principio es que nos iríamos a vivir a Madrid, que haríamos una vida más sencilla que en El Pardo. Antes y durante la ceremonia estaba muy nerviosa. Fue en la capilla grande, en la de arriba, en la misma iglesia en la que luego se casaron mis hijas mayores. Después, iba a almorzar o a cazar y montar a caballo con él. Cuando empezaron a llegar los niños -he tenido siete hijos-, los llevábamos los fines de semana, vivían allí. De mis hijas siempre han dicho que la preferida de papá era Carmen, pero no es cierto, era la preferida de mi madre, la preferida de mi padre era Merry, que era una chiquilla muy viva y muy impertinente, y papá decía que parecía ferrolana“.

A finales de 1959 vino a España el presidente Eisenhower. Hubo presiones de los aliados para que no hiciera escala en Madrid, que la diplomacia norteamericana desechó finalmente. Por las calles se concentraron más de un millón de personas para ver pasar en coche descubierto a un complacido Franco y a un sonriente Ike. “A mi padre le hizo una ilusión muy grande. Fue un espaldarazo importante. Yo fui a ver la comitiva al inicio de la Gran Vía, y luego fui con Cristóbal a la cena de gala que se le ofreció en el Palacio Real. Eisenhower era muy simpático, tenía un trato estupendo y una conversación muy amena. Papá congenió mucho con él“. El ‘accidente’ de caza en la Nochebuena de 1961 en El Pardo, Carmen lo recuerda así: “Se barajaron todas las hipótesis, pero al final dijeron que había sido un accidente. La escopeta que llevaba era la de siempre, y al disparar el cañón explotó hiriéndole en una falange de la mano izquierda. Fue bastante doloroso, pero nosotros no lo vivimos con mucha preocupación porque no era algo vital. Le operó en el Hospital del Aire el doctor Garaizábal, y fuimos todos allí, donde dormimos y pasamos la Nochebuena“.

Sobre el compromiso y boda del príncipe Juan Carlos con la princesa Sofía en mayo del 62, Carmen decía que a su padre no le preocupó que Don Juan no le hubiera consultado antes. “No le importó demasiado. Era un asunto de la familia y no tenía por qué meterse en eso. Juan Carlos había tenido antes relación con María Gabriela de Saboya, y a mi padre le gustaba más. El hecho de que Sofía fuera ortodoxa tampoco le preocupaba, prácticamente era la misma religión. Yo no fui a la boda. Estaba embarazada, creo que de Merry. A donde sí que fuimos Cristóbal y yo fue a recibirlos, creo que a la base militar de Getafe. Antes, había ido con mi madre a comprar a Sofía un broche de diamantes como regalo de boda de mis padres. A mis padres Sofía les causó una impresión muy buena. Hablaba ya bastante español y lo comprendía casi todo. Y sobre el príncipe mi padre comentó que ‘ha tenido suerte ha elegido muy bien’. La reina Federica también le gustó mucho, era muy simpática y muy mandona“.

El almirante Carrero Blanco elevó el rango de su influencia en el régimen con la puesta en marcha del Plan de Estabilización en 1959 y el ingreso de España en el Fondo Monetario y el Banco Mundial, algo sobre lo que Franco tuvo bastantes reservas inicialmente, pero por lo que España empezó a crecer durante las siguientes dos décadas en dos dígitos, hasta alcanzar la cota de séptima potencia industrial del mundo. Ello trajo la incorporación de los tecnócratas pertenecientes al Opus Dei, lo que impregnó un carácter de renovación en el régimen, transformándose en un sistema autoritario burocrático. “Carrero era el que le resolvía muchísimas papeletas. En las primeras etapas mi padre conocía más o menos a los ministros que nombraba, pero después fue Carrero el que se encargaba de ello. Tuvo muchísima confianza en él, y yo nunca conocí ninguna discrepancia entre ambos. Creo que nunca la hubo. Carrero conocía mucho a mi padre e interpretaba bien sus deseos. También fue uno de los que se inclinaba por Juan Carlos como sucesor“.

La designación del príncipe Juan Carlos en julio de 1969 como sucesor de Franco en la Jefatura del Estado a título de rey, Carmen la siguió por televisión. “Sí, yo no estuve porque en aquel momento no había un espacio para los invitados en Las Cortes. Creo que mi padre respiró pensando: ‘la continuidad ya está hecha’. Se quedó satisfecho y contento. Y sobre la frase: ‘Todo atado y bien atado’, el sentido era que no habría un vacío de poder, algo que le preocupaba mucho. Desde luego que hubiera deseado que no hubiera habido un cambio de estructura política, pero sabía que ello era totalmente imposible. Hablaba mucho con el príncipe. Lo conocía bien y sabía que las cosas no seguirían igual, aunque a esa percepción pienso que llegó unos años después, en 1972 o 1973“.

La boda de Carmencita y Alfonso de Borbón causó algunos quebraderos de cabeza en Carmen. “Me produjo preocupación, porque mi hija Carmen era muy joven e inmadura al lado de él, bastante mayor que ella. Don Alfonso era muy buena persona y muy capaz, y también muy triste y demasiado serio para mi hija. En un viaje a Suecia con Cristóbal vino Carmen. Visitamos a Alfonso que estaba de embajador. A la vuelta noté que habían flirteado, pero creí que la cosa quedaría en eso. Al regreso de otro viaje me lo dijo Cristóbal. Carmen tenía entonces 21 años, y a esa edad hay chicas ya muy maduras y formadas para el matrimonio, pero Carmen era muy alegre y estaba un poco verde. Mi padre le preguntó: ‘¿Pero te lo has pensado bien, chiquitina?’. Se casaron y duró un poquito“. Y sobre si Franco pensó en algún momento cambiar la Ley de Sucesión, Carmen se mostró tajante: “Jamás, jamás. Eso ni se le pasó por la cabeza. Lo que sí es cierto es que don Alfonso tenía una espina clavada con don Juan y sus seguidores, porque ni a él ni a su hermano don Gonzalo les consideraban infantes, ni príncipes ni nada, y les llamaban los ‘doños’. Por ello, don Alfonso insistió mucho en que se le concediera el título de Príncipe de Borbón o lo que fuera. A nosotros nos daba risa, no nos importaba nada, ni a mi padre ni a mi madre ni a mí. Luego se hizo un decreto con el título de duques de Cádiz con tratamiento de alteza real para él y sus descendientes, que está fatalmente hecho.

En mayo de 1973 Franco desdobló la Jefatura del Estado de la Presidencia del Gobierno, y le dijo a Carrero que se preparara para ser presidente. “Mi padre comprendía que debía ser así, sobre todo para el futuro. Se daba cuenta de que ya estaba muy viejo y que un presidente más joven daría mayor agilidad en el gobierno y en el Consejo de Ministros“. Pero el gobierno de Carrero apenas si duró siete meses. El 20 de diciembre una conspiración, quizá gestada por sectores que preparaban el cambio, puso en las manos de ETA, como brazo ejecutor, los medios para que fuera asesinado. “Aquello desmoronó a mi padre. Fue casi como si lo hubieran matado a él. Un golpe muy personal y profundo. Todos vivimos aquellas horas destrozados. Carrero se había convertido en sus pies y en sus manos y se quedó desorientado. Fue tremendo para él.” Carmen Franco está convencida de que el almirante no hubiera continuado como jefe del gobierno después de la muerte del caudillo. “Habría dimitido encantado. Con Carrero hablé alguna vez y me dijo que lo haría inmediatamente, que él había servido a mi padre, pero que el Príncipe de España, como le llamaban, que necesitaría otra gente totalmente diferente a él, que no era la persona adecuada. El príncipe necesitaba una persona totalmente suya, no anterior. La continuación con él era una ilusión total. Nunca hubiera sido así.” Y sobre la frase que pronunció Franco: ‘No hay mal que por bien no venga’. “No sé por qué lo diría, quizá para tranquilizar a los españoles“.

La designación de Carlos Arias fue una total sorpresa. Se habló incluso de presiones en El Pardo para que no fuera el almirante Nieto Antúnez. “Casi todos los amigos suyos estaban muertos, y contemporáneo suyo no quedaba más que Nieto Antúnez. Torcuato no le caía demasiado simpático, pero no sé por qué eligió a Arias, que era, además, el responsable de la seguridad. Mi madre sí que le tenía mucha simpatía a Carlos Arias, y quizá, y como mucho, le comentó su nombre entre dos o tres, pero yo no creo que influyera para que mi padre lo nombrara“. Respecto al aperturismo y las asociaciones políticas, Franco dejó hacer aunque lo viera con recelo. “Creo que mi padre comprendía que después de un lapso de tiempo tan largo sin partidos ni democracia la gente tenía ansia de eso. Pero mi padre achacaba a los partidos políticos el fracaso de la República. Yo creo que estaba preocupado, pero lo comprendía. Deseaba que el Movimiento se perpetuara un poco, pero en el fondo de su corazón sabía que era imposible. Por ello, el intento de aperturismo de Arias no le molestaba, y que empezara a abrir el régimen no le parecía mal, aunque él se veía impotente para seguirlo.”

En el verano de 1974 Franco recibió el primer aviso serio de muerte con el episodio de tronboflebitis. “Nosotros lo vivimos en el hospital, y con mucha preocupación, porque ahí mi padre empezó a sangrar por el intestino. creo que comprendía que aquello era la recta final y lo aceptaba, aunque luego duró un año más con vida. En el hospital hubo un enfrentamiento entre Cristóbal y Vicente Gil, el médico de cabecera de mi padre, y que llevaba con él casi cuarenta años. Mi padre le tenía mucho cariño a Vicente, lo conocía desde niño en Asturias. Y Vicente tenía devoción hacia mi padre y una lealtad absoluta. Además, le contaba muchas cosas y era una fuente de información. Pero tras el incidente con Cristóbal, mi madre le dijo a Vicente: ‘Mira uno es mi yerno, qué voy a hacer’. Después buscamos al doctor Vicente Pozuelo, y la verdad es que lo llevó muy bien y le ayudo mucho.

En aquella crisis Franco cedió los poderes al príncipe para luego retomarlos. “A nosotros el que cediera los poderes nos pareció muy bien. Y a mi padre le pareció también muy bien, veía que estaba mal y que no podía hacer nada. Y la verdad es que no entiendo por qué quiso recuperarlos luego. Creo que al príncipe no le gustó que mi padre los recuperara. De eso estoy convencida. No le gustó.”

A mediados de octubre del 75 se presentó el último episodio de lo que fue una larga y terrible agonía de Franco, hasta su óbito el 20 de noviembre de 1975. “Sí, fue muy larga, y tanto mi madre como yo no queríamos que saliera de El Pardo. Preferíamos que hubiera muerto en la cama, perfectamente, sin necesidad de tantas operaciones. Pero como tuvo hemorragias y había que detenerlas hubo que operar.” La primera intervención fue tremenda. “No daba tiempo a trasladarlo y tuvieron que improvisar. Fue por pura emergencia, de no ser así, no lo hubieran llevado, porque la familia nos dábamos cuenta de que era el final y que no había nada que hacer. No se pensó nunca en llevarlo a una clínica. Queríamos que hubiera muerto en El Pardo. La agonía fue por una serie de circunstancias. Y fue muy dura, muy dura, porque fue muy larga, y yo me siento un poquito responsable de haber dejado que lo llevaran a La Paz. Cuando los órganos empiezan a fallar, es mejor no insistir, pero los médicos tenían la manía de luchar hasta el final. Fue más bien una decisión de los médicos y no de la familia. Estábamos hechos polvo. Podíamos habernos negado, pero si ves a una persona sangrar… Cristóbal tomó la decisión final de que no se le interviniera más. Todos sabían que no había nada que hacer. Yo estaba entonces con mi madre, que también estaba enferma del corazón. La hora a la que falleció no la sé exactamente. Nos lo comunicaron cuando nos levantamos, a las nueve de la mañana. Pero debió de ser pasada la una de la madrugada, o así. El sentimiento era de una enorme tristeza.”

Semanas antes, hacia el 18 de octubre, Franco redactó de puño y letra su testamento político en el que Carmen añadió alguna palabra. “Calculamos que fue por entonces, porque fue de los últimos días que entró en el despacho pequeño. Un día, ya en la cama, me dijo que fuera a buscar las notas que tenía“. ¿Le pidió que lo pasara a máquina y destruyera el original manuscrito? “Sí, me lo dijo. No lo hice por tener un recuerdo suyo. Yo lo había leído y, por ejemplo, donde decía: ‘su lealtad al príncipe’, le dije: ‘pon Juan Carlos, porque ya es príncipe, para que no vuelva a ser una cosa así, nebulosa’. Y me dijo: ‘sí, sí, por Juan Carlos’, y con mi letra puse Juan Carlos. Y luego, alguna otra pequeña cosa“.

La coronación de Juan Carlos tuvo lugar el 22 de noviembre. Y al día siguiente el funeral en el Palacio de Oriente y posterior enterramiento en el Valle de los Caídos. “Fui a la coronación a Las Cortes cuando juró Juan Carlos, y con algunos de mis hijos; los mayores, Carmen, Mariola, y creo que Francis vino también, a la ceremonia religiosa. Al funeral fue mi madre también. Al parecer fue al arquitecto de Cuelgamuros al que mi padre le dijo que quería ser enterrado allí. Nosotros no lo sabíamos. Mi madre está enterrada en El Pardo, donde quería, y decía que ‘a tu padre Dios sabe dónde lo van a enterrar’. Yo no fui al Valle, porque mi madre se encontraba enferma, se encontraba muy mal y me quedé en El Pardo con ella. Fueron mis hijos, los mayores. Yo lo vi por la televisión“.

Carmen Franco vio muy pocas veces a su padre llorar: “Sí, muy, muy pocas veces. Al final sí, el primero de octubre en la Plaza de Oriente, pero lloraba de emoción, esto pasa también un poco con la edad y con el estado emocional. Mi madre no me comentó si en alguna ocasión había visto a mi padre llorar“. ¿Los momentos más tensos vividos en El Pardo? “La muerte de Carrero”. ¿Interés por el dinero? “Papá no le daba mucha importancia al dinero. Hacia una vida bastante sobria. Cuando yo nací -ya era general- vivía con su sueldo de general y con algunas propiedades que tenía mi madre. Vivíamos en un estándar de vida que más o menos era igual que el que luego llevó en El Pardo, pero con mucho más boato“. Sobre el patrimonio de los Franco a su muerte, Carmen afirmaba: “El Pazo de Meirás, que se lo habían regalado, aunque ahora se cuestione, pero fue un regalo que hicieron a mi padre durante la guerra. Otro regalo fue El Canto del Pico, en Torrelodones, cerca de Madrid. En realidad, también quisieron regalarle el Palacio de Ayete y algunos otros más, pero no los aceptó. Además, una finca que tenía mi madre en Asturias, la finca Valdefuentes, en Arroyomolinos y la casa de Madrid (donde ha fallecido Carmen Franco)”.

Sobre la acritud con la que se juzga la figura de su padre Carmen pensaba que “es humano, pero para nosotros es duro y no es agradable. Las heridas quedan después de un largo periodo de tiempo. Parecía que estaban apagadas, pero no, vuelven a resurgir. El comunismo era el enemigo de mi padre. Es normal que ellos ahora quieran borrar todo lo bueno que se hizo en aquella época y presentarlo con lo peor que puedes presentar de una dictadura“. ¿Ve amenazada su seguridad o su patrimonio? “No la verdad es que no. Vivimos tranquilamente y nos dejan vivir. En algún momento pensamos que si la época esta de revanchismo que vendría, fuera muy inmediata a la muerte de mi padre, mi marido, Cristóbal, sí pensó en poder ir a trabajar a los Estados Unidos, pero mi madre y yo no pensábamos que podría ocurrir. No sé si con mi padre ocurrirá como con Napoleón, que estuvo una época muy vituperado en Francia y que luego volvió a tener un reconocimiento. Pero eso depende de tantas circunstancias que no sé cómo será recordado mi padre“.

 
 
Una versión más corta de este reportaje se publicó en El Español el 19.11.2017 

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