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Antonio Moreno Ruiz
Mi querido y admirado Don José:
Parece ser que en estos últimos tiempos, los mejores se empeñan en irse demasiado pronto, y aquellos que no les llegamos ni a la suela de los zapatos nos vamos quedando cada vez más huérfanos. Como le dije en aquella inolvidable ocasión en la que hablamos por teléfono, siempre le tuve una auténtica reverencia, pues no en vano en mi casa hemos conservado como oro en paño varias fotografías de mi abuelo con usted; a la sazón, siendo mi abuelo alcalde de Bollullos de la Mitación y siendo usted gobernador civil de Sevilla. Los que vivieron la guerra y la postguerra, como ustedes, fueron los que ayudaron a levantar el país. En cambio los que vinieron después, mirando acomplejadamente a Mayo del 68, fueron los que lo volverían a tumbar. Y de mi generación, mejor ni hablemos. Y de los que han venido después… Que Dios nos coja confesados.
Encarnó usted, con la sincera y admirable magnanimidad que siempre le caracterizó, el mayor y el mejor ejemplo de política social. Suyo fue el empeño del derecho a la vivienda, aquella que se sellaba como familiar e inembargable, acabando allá donde pasó con el chabolismo. Suyo fue, asimismo, el empeño por las universidades laborales, para que los hijos de los pobres pudieran estudiar; es decir, para que la consecución de los estudios fuera obra del mérito por encima del apellido o del dinero. Como dejó dicho el general peruano Manuel Odría, “hechos, no palabras”. ¡Ojalá Odría hubiera gobernado mucho más tiempo! La realidad del Perú, donde resido desde hace seis años, hubiera sido muy diferente. Tenía un espíritu muy regeneracionista.
En una línea muy parecida a la de usted, construyó toda una red de colegios y hospitales que todavía están en pie y probablemente son de los que mejor funcionan. Pero a los años llegó otro general, un tal Velasco, que se adelantó a Chávez y dejó un país prometedor como Perú hecho unos zorros. Y todavía se están pagando sus estupideces. Y es que hay que parafrasear a José Calvo Sotelo, el protomártir de nuestra Guerra Civil que fue asesinado por pistoleros socialistas: Cuesta mucho esfuerzo levantar un país, pero viene un monstruo y en un santiamén lo destroza. Ustedes se empeñaron en levantar España. Y por si fuera poco, usted, que como otros tantos compatriotas tuvo familiares en ambos bandos de la Guerra, se empeñó por la reconciliación entre españoles. No discriminó nunca a nadie, y procuró el bienestar de muchos hijos de republicanos. Y entre una cosa y otra, resulta que fue usted uno de los máximos artífices de la creación de la clase media española, esa máxima vértebra social que los otros, los que vinieron después, quieren reventar, como quieren reventarlo todo. Esos mismos mediocres que, en muchos casos, son hijos de padres franquistas (o ellos mismos lo fueron), a los años quisieron amargarle su digna y estoica vejez para querer quitarle los muy merecidos homenajes que, desde la Legión Española a las placas callejeras, se llevó usted con toda justicia. Miserables… Podrán quitar placas, pero lo que no pueden quitar son los hechos.
Pero pensemos que es normal que ellos no lo quieran ni en pintura. ¿Cómo los que saquean el país van a querer a quien lo dignificó? Para ellos, usted es un obstáculo, acaso un mal ejemplo. Porque no todos son de la condición del ladrón.Usted siempre será un ejemplo de qué hay que hacer y cómo se ha de ser. Los que le quieren quitar los homenajes serán el ejemplo de qué no hay que hacer y de cómo no se ha de ser.
Mientras muchos cerdearon, usted nunca cambió de bandera. Siempre fue fiel a la sangre y el sol de España, así como a la sangre y la pólvora de la Falange, declarándose joseantoniano sin complejos, con la camisa azul bien trabajada, envuelta en aquella elegante chaqueta blanca rematada por el yugo y las flechas de los Reyes Católicos. Nunca renunció a sus convicciones y fue uno de los que, con sabia y hasta profética intuición, votó en contra de la supuesta “reforma” cuyos polvos nos trajeron estos lodos. En su bagaje se cuenta la mentada gobernación y también un ministerio. Y ante todo, fue un limpio caballero enamorado de su patria, un leal servidor de su pueblo en una época en la que los alcaldes no cobraban. ¡Igualito que hoy! Válganos la andaluza ironía. Y con razón no hace mucho, ante el percal que estamos padeciendo, dijo usted aquello de “¡a mí la Legión!”, como buen malagueño que, ante el Mediterráneo ibérico, se acoge a la cruz de la Buena Muerte.
Hasta siempre, mi querido y admirado Don José. Y como lucero celestial, vele por nosotros, que falta nos hace.
Requiem aeternam dona ei Domine.
Et lux perpetua luceat ei.
Requiescat in pace.
Amen.
por