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Querido Papá:
Hace apenas seis meses que emprendiste, con emocionante
serenidad, tu última marcha por etapas con destino a los
luceros, donde recibirías el abrazo alegre de tantos amigos cuyos nombres
recitabas en el silencio de cada noche antes de dormir. A medida que ibas
despidiendo a tus amigos y camaradas, solías repetir que envejecer no es
otra cosa que quedarse sin testigos. Pero a pesar de que fueron legión los que
te precedieron en el tránsito, tú jamás envejeciste porque tu corazón, aunque
maltrecho, seguía enamorado, continuaba latiendo con arrebatada pasión por tu
mujer, por tu familia, por tus amigos (aún por el último y más recientemente
adquirido en una tienda cualquiera, en un vivero o en una frutería), pero sobre
todo, por España a la que serviste con lealtad hasta el último aliento de tu
vida.
Desde entonces, no ha habido un solo día en que no haya añorado tu voz,
extrañado tu aliento y anhelado tu apoyo y tu consejo. He tenido la inmensa
fortuna de conocerte a fondo en estos últimos veinte años de mi vida y a medida
que te ibas desnudando ante mi madurez, iba creciendo mi admiración por tu
figura, por tu entrega incondicional a todas las causas nobles, por haber
sabido vivir con el corazón en la palma de la mano, sin miedo a otra cosa que
no fuera vivir en la impostura.
Ahora que me adentro en la intimidad de tus diarios quisiera arrancarle horas a
la vida para abrumarte con preguntas, llenar de palabras el espacio de tantos
silencios a tu lado y contarte muchas cosas de mí que acaso tú adivinabas con
sólo mirarme a los ojos. Y me doy cuenta de la profundidad de tus reflexiones,
de la autenticidad de tus sentimientos y del coraje de tus actuaciones, en
definitiva, de lo lejos que estoy de llegarte a la suela de los zapatos.
Pero hoy
quiero hablarte de lo que sucede en España. Lo único que puedo celebrar
es que tú nos contemples hoy con la distancia y ternura metafísica de quien ya
ha conocido la Verdad, porque tu corazón mortal no habría podido soportar el
triste espectáculo al que día tras día asistimos desde hace meses en Cataluña
que no es sino el desenlace previsible de lo que tú advertías ya cuando se
discutía el texto constitucional en 1978 mientras ABC estrenaba contigo aquél
pie de página en el que no se hacía responsable de la opinión vertida en el
artículo. El monstruo nacionalista alimentado durante décadas por los
grandes partidos de gobierno se ha hecho mayor y ya no se contenta con dinero,
competencias o apaños judiciales.
Ante el
anunciado desafío por parte de la Generalidad que se ha situado al margen de la
ley aprobando leyes de desconexión con España, celebrando un referéndum ilegal
y controlando una fuerza armada fuertemente politizada de 17.000 hombres, el
gobierno de la nación ha mostrado una debilidad balbuceante y una manifiesta
falta de previsión, actuando siempre a remolque de las actuaciones del montaraz
gobierno catalán. Más interesado en preservar sus perspectivas electorales que
en garantizar el cumplimiento de la ley, el gobierno ha tratado de eludir
responsabilidades, primero tratando de que jueces y tribunales le hiciesen el trabajo
y asegurándose después de no tomar decisión alguna que contase con el
beneplácito del Partido socialista que busca pescar en aguas revueltas y juega
como siempre a dos bandas por lo que pudiera suceder.
Pero si el
gobierno está mostrando una irritable debilidad frente a los sediciosos
golpistas, te gustará saber que, ante los balbuceos del gobierno y –lo que es
más importante- contra su expresa voluntad, el rey de España supo estar a la
altura de las circunstancias, lanzando un mensaje de firmeza en la defensa de
la unidad de España y exigiendo el inmediato restablecimiento de la legalidad.
El rey habló a los españoles diciendo la verdad sin ambajes, llamando a
las cosas por su nombre –lo que no hacen ninguno de los políticos al uso- y
exigiendo el inmediato restablecimiento del orden. Más te gustará
saber de la emocionante reacción patriótica del pueblo español que ha inundado
de banderas nacionales los balcones de las ciudades, salió en masa en Barcelona
al grito de “Cataluña es España” y reventó las previsiones de asistencia de
público en el desfile del 12 de octubre que se convirtió en toda una
reivindicación de españolidad y homenaje al Ejército y a las Fuerzas del orden.
Ese pueblo
español, dormido durante décadas, no se siente representado hoy por ninguno de
los partidos mayoritarios que mercadean de forma vergonzante con el respeto a
la ley y la unidad de España sin atreverse a emplear contra los golpistas
toda la fuerza de la ley. Ese pueblo español contempla anonadado cómo se
ofrece continuamente diálogo a los golpistas en lugar de ordenar su detención,
cómo mantienen sus puestos, sueldos públicos y el control de las instituciones,
desde las que planifican el próximo ataque a la nación y cómo cualquier
sospecha de acuerdos claudicantes se torna verosímil. Ojalá toda esa energía
nacional liberada pudiera ser encauzada por alguna fuerza política libre de las
ataduras de lo políticamente correcto. Ojalá la catarsis que se avecina por la
anunciada resistencia de los golpistas pueda ser aprovechada para comenzar sin
complejos a desandar un camino centrifugador hacia el abismo que comenzó
hace décadas con vergonzosa irresponsabilidad.
Por mi parte,
sólo decirte que, aunque me abruma la responsabilidad, estoy dispuesto a
recoger tu testigo. Mi pluma y mi voz no descansarán en defensa de la
esencialidad y la grandeza de España y prometo mantener alzada la bandera que
con tan limpia dignidad honraste durante toda tu vida, mientras me quede sangre
en las entrañas.
Un abrazo muy
fuerte papá.