Honorio Feito
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Algunos españoles creyeron ver la luz al final del túnel, o el bosque entero detrás de los árboles, cuando el pasado 23 de febrero del año en curso, no confundir, los medios anunciaron un principio de acuerdo entre PSOE y Ciudadanos. Como un jerarca de Etiopía, Sánchez compareció brevemente para anunciar la buena nueva, y la expectación comenzó a invadir las conciencias de muchos periodistas (a muchos periodistas les pasa como a los políticos, salvando las distancias, que las hay, y es que viven en una nube y están por ello tan alejados de suelo que creen que el cielo es siempre azul).
PSOE y Ciudadanos (no se cual de los dos tiene más ganas de protagonismo en la representación de este entremés), comparecieron ante la prensa, el miércoles 24, para explicar el acuerdo al que habían llegado, y el resto de los mortales, al menos los que se han interesado, han podido por fin conocer el contenido de este documento firmado por los líderes de ambos partidos.
Esta firma, que ellos postulan, además, para el futuro en el caso de que Sánchez no consiga ser investido para Presidente de Gobierno, el próximo día 1 de marzo, no es definitiva para este acto, pues el líder socialista necesita el acuerdo con otras fuerzas para acudir a la Cámara Baja con garantías suficientes para ser Presidente.
La lectura del documento de acuerdo, en el que los medios han hecho mucho hincapié en las cinco condiciones que Rivera ha impuesto a Sánchez (eso dice El País, pero no se lo crean), y que son: la supresión de la figura de los aforamientos; facilitar las iniciativas legislativas populares rebajando de 500000 a 250000 las firmas para la presentación de una propuesta; despolitizar la Justicia; suprimir las Diputaciones y limitar el mandato del Presidente del Gobierno a 8 años, son como el chocolate del loro, o sea, un lenguaje impreciso que deja muchas dudas en algunos de los propósitos. Pero da igual.
Se me ocurre, creo que como a muchos españoles de a pie (tal vez los que no somos políticos y no nos dedicamos a la política carecemos del arte de la estrategia), que la firma del documento, dejando al margen la buena voluntad de los firmantes, viene a demostrar una vez más que en los ejercicios cabalísticos, a los partidos políticos y sus estrategas la gente, el español de la calle, les importa un bledo (esto es cosa insignificante, de poco o ningún valor, según la RAE).
Dada la situación actual de España (a la que ya casi nadie llama por su nombre), y de los españoles en particular, la reforma que tanto predican y la modernidad que tanto propugnan no pasa por las Diputaciones, sino por las Autonomías, en primer lugar, y por los Partidos Políticos en segundo lugar. La reforma vanguardista y moderna no necesita que el Presidente del gobierno reduzca su mandato a dos legislaturas, aunque este punto es el menos importante, sino en que la voracidad y el egoísmo de cuantos alcanzan un cargo bien de la órbita municipal, autonómica o nacional, no aspiren a vivir el resto de su vida de los consejos de administración de las grandes compañías que, muchas de ellas estatales un día, han sido privatizadas o entregadas al capital privado para perpetuar a estos mandarines varios años hasta alcanzar la jubilación… Y, naturalmente, no es de recibo que se envíe a los trabajadores a casa, con apenas cincuenta años, mientras en esas mismas empresas el consejo de administración y el staff supera, individualmente, la edad oficial sobradamente.
¿Perseguir la corrupción?, claro que hay que perseguir la corrupción, y no tapar al sospechoso, y dejar que la Justicia actúe, y obligarles a devolver el dinero… no creo que los españoles de a pie – déjenme que insista, que diría el locutor- se opongan a similar propuesta. Acceder por riguroso concurso oposición, y no a dedo, como está ocurriendo en el Ayuntamiento de Madrid y en el Barcelona, y ni imaginarme quiero lo que será en muchos de los 8000 municipios desplegados por el territorio español (por el territorio, no por la geografía, como dicen los progres).
Si los señores Sánchez y Rivera quieren saber lo que piensan los españoles, que convoquen un referéndum sobre el tema autonomías y sobre las limitaciones que deben tener los políticos.
Que se dejen de palabrería y se centren en los asuntos verdaderamente importantes, como el paro, por ejemplo, y la falta de oportunidades para nuestros jóvenes, que mejoren las infraestructuras del Estado, con la confección de un Plan Hidrológico Nacional, y dejen de aplicar las reivindicaciones de la izquierda sobre las Centrales Nucleares; que pacten un plan nacional que incluya, al menos, cuatro asuntos de capital importancia: educación, sanidad, Justicia, para que sean comunes a todos los españoles dentro del territorio nacional… y acuerdos unánimes también en asuntos internacionales dentro y fuera de la Unión Europea. Que no distraigan dinero de los presupuestos de Defensa, y que entiendan el auténtico significado de este Ministerio y de los compromisos adquiridos que conllevan la presencia de nuestros Ejércitos en el mundo, para que nadie se llame a engaño y nuestros soldados tengan los mínimos efectivos de seguridad que se requiere en cada zona.
En fin, que atiendan las infraestructuras de la Seguridad Social para que cualquier español con derecho a su percepción pueda ser atendido por la red pública de Sanidad en cualquier ciudad española, sin discriminación… y que se cuide la bolsa de las pensiones para que nuestros mayores tengan aseguradas sus prestaciones, después de una vida laboral de entrega y sacrificio. Un pacto nacional que permita que, sea cual sea el partido en el poder, España tenga respuestas ordenadas sobre los asuntos internacionales que nos hagan a todos mantener nuestra autoestima y nuestro orgullo, y soluciones a través de acuerdos comerciales que demuestren al mundo que, como los de Ikea, también sabemos hacer una silla ¡coño!