De conciencia humana

 
 
 
 Honorio Feito
 
 
   Acabo de visionar un vídeo sobre la salida de la cárcel del etarra Troitiño, sobre cuya conciencia tiene el múltiple asesinato ocurrido en el centro comercial de Hipercor en Barcelona aquel fatal 19 de junio de 1987. Obra del comando Barcelona de ETA, el atentado, en el que se emplearon 30 kilos de amonal y más de cien litros de gasolina, causó la muerte de 21 personas, la más joven de 9 años, y heridas a otras 45. No resulta fácil visionar las imágenes de este vídeo porque no es fácil entender cómo los condenados por múltiples asesinatos, salen tan campechanos de la cárcel, con la sonrisa de la satisfacción reflejada en su rostro, y habiendo pasado –supongo- la página de esta pequeña historia personal. Pequeña historia personal marcada por la violencia y el asesinato a sangre fría que suma 22 muertes en su conciencia. 
 
   Para la gente de la calle, entre los que me encuentro, resulta muy difícil entender el mecanismo de la Justicia. Puede ser un juicio de valor, hablando precisamente de la Justicia, pero el ver salir a los asesinos de la cárcel ante la impotencia de sus víctimas, ante la impotencia de todos, es como colocar el orden de los elementos al revés. Ha desaparecido la lógica y el sentido común. Y me lleva a buscar en mí mismo una respuesta, que no alcanzo a localizar, cuando me pregunto ¿por qué? 
 
   Puedo entender, hasta cierto punto, que este Troitiño esboce una sonrisa durante el trayecto desde la prisión coruñesa en la que se encontraba hasta el vehículo que lo ha llevado a no se dónde, ni me interesa. 
 
   No puedo entender de ninguna manera, que mientras él pasea flamante y goza su libertad, el Estado, o sea, “el conjunto de instituciones que poseen la autoridad y potestad para establecer las normas que regulan la sociedad, teniendo soberanía interna y externa sobre un territorio determinado” (según una de las definiciones más universales), carezca de los atributos que otorga la general definición para evitar que se produzca esa injusta liberación. 
 
   ¿Para qué sirve, entonces, el Estado? 
 
   El Art. 1.3 de la vigente Constitución dice que la forma política del Estado español es la monarquía parlamentaria. Y ahora me pregunto: ¿Para qué sirve, entonces, el Parlamento? 
 
   Para nosotros, la gente de la calle, el español de a pie, lo que la izquierda eufemísticamente llamaba “el pueblo”, las resoluciones de los tribunales europeos sobre los asuntos ocurridos en nuestro territorio no deberían pasar de ser más que una declaración de intenciones. Especialmente, en materia de terrorismo. Porque mientras que los troitiño de turno asesinaban vilmente a los españoles, nuestro vecino del norte permitía campar a sus anchas en su territorio a los autores materiales de aquellos asesinatos. Y no recuerdo ninguna manifestación de franceses lamentando las muertes provocadas por el terrorismo vasco, o del FRAP o del GRAPO ( no digamos, manifestaciones de luxemburgueses, belgas, alemanes, holandeses o nórdicos en general). Más bien al contrario, sí recuerdo la que protagonizó el primer ministro sueco, Olof Palme en septiembre de 1975 cuando, en un receso de un congreso del partido socialdemócrata sueco, aprovechó para, hucha en mano, pedir dinero para ETA. Esto ocurrió en septiembre de 1975, tras la ejecución de un consejo de guerra que condenó a muerte a cinco terroristas en España. (El gesto de la hucha, debo decir, se ha interpretado más tarde de otra manera. Se ha dicho que Palme no pedía dinero para ETA, sino para la democracia española). Olof Palme murió precisamente víctima de un atentado terrorista una tarde tras salir de una sesión de cine, a la que había acudido con su esposa. Murió víctima del terrorismo que él justificó o comprendió. Allá él. 
 
   No es normal que los asesinos abandonen la cárcel sin cumplir sus condenas; ni que las víctimas vivan ante el temor de encontrárselos en cualquier centro comercial, en cualquier calle al doblar la esquina. No puede haber en justicia leyes que lo permitan o acuerdos que lo promuevan. El brazo de la ley no puede caer sobre el inocente porque es obligación del Estado, y del Gobierno, impedirlo. 
 
   Los españoles tienen derecho a saber si existe algún pacto que permita semejante atropello ¿tendremos que revisar lo acordado en el llamado contubernio de Múnich por si se nos ha pasado algo? 
 
   El Troitiño este podrá contar a sus hijos o nietos, si los tiene, los detalles de su heroicidad, al provocar la muerte de veintidós inocentes cuyo deseo era querer vivir. En su cínico comportamiento criminal tratará de justificar en nombre de no se sabe qué absurda idea su “proeza”, pero lo que verdaderamente resulta patético, humillante e insultante es oír decir al presidente del Gobierno de España que al final ganará la democracia, cuando lo que queremos los españoles es que gane la Justicia. Y, personalmente, creo que nuestras autoridades difícilmente podrán contar a los suyos que, sabiendo la calaña de estos personajes, no hicieron nada por impedir el bochornoso espectáculo de dejar en libertad a los condenados. 
 
 
 
 
 
 
 

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