Pedro Fernández Barbadillo
En un ejemplo acabado de por qué los periódicos de papel de pago se encaminan a su irrelevancia o incluso a su extinción, El País publicó en marzo una serie de reportajes basados en viejos papeles sobre Francisco Franco que resultaron patéticos. Según el autor de los reportajes, los archivos de una fundación revelan “aspectos ignorados del dictador“.
Pero en algunos casos, como el sueldo de Franco, ya se sabían, y en otros eran las habituales manipulaciones, como una carta enviada en noviembre de 1936 a quien ya era generalísimo y jefe del Estado por una supuesta novia de José Antonio (¿cuántas mujeres asegurarían haber sido novias de José Antonio?).
El periodista Jesús Ruiz Mantilla (que prueba su capacidad para el análisis al equiparar novia con amante) se emociona al describir “la tensa relación de desprecio mutuo que mantuvieron los líderes de la cabeza del fascismo en España” y se apunta a la tesis de historiadores antifranquistas como Paul Preston de que Franco no puso ganas en salvar al fundador de la Falange.
No funcionaron para salvarle ni los intentos de canje –uno de ellos con la familia del general republicano Miaja–, ni las peticiones de clemencia, ni las negociaciones en las que, discreta pero vagamente (sic), se mezcló Franco. Con su pericia para el cálculo, el futuro dictador ya había echado las sabrosas cuentas que le salían gracias al cadáver de Primo de Rivera: ninguna sombra de político con liderazgo que le estorbara en su camino hacia el poder total y un aseado corpus ideológico del que apropiarse para fundamentar su política del odio.
¿Se puede sostener esto o es simple literatura propagandística, y de la mala?
A José Antonio le mata el Frente Popular
Lo primero que hay que decir es que el encarcelamiento ilegal de José Antonio Primo de Rivera, en marzo de 1936, el juicio farsa de noviembre por conspiración y rebelión militar (le juzgó un tribunal popular y difícilmente pudo participar en la conspiración quien estaba encarcelado meses antes de producirse) y su ejecución fueron aprobados por los dirigentes del Frente Popular y los Gobiernos de entonces.
El socialista Indalecio Prieto, al que algunos falangistas, con una ceguera asombrosa, consideran una especie de hombre bueno o incluso un posible aliado político, no sólo estuvo implicado en la revolución de octubre de 1934, sino que, como ministro del Gobierno, se negó a conceder el indulto a Primo de Rivera (que fue uno más de los diputados y exdiputados muertos en la guerra), sino que votó a favor de su ejecución.
El libro que mejor trata los últimos meses de vida de José Antonio Primo de Rivera, en ese sangriento año 1936, es El último José Antonio (Barbarroja), del historiador Francisco Torres García.
Como preámbulo se debe recordar que José Antonio fue encarcelado el 14 de marzo de 1936 por “fascista”, delito que aparece en su ficha policial. El joven político carecía de inmunidad parlamentaria al no haber sido reelegido en las elecciones fraudulentas de febrero de ese año. En los meses siguientes, el Gobierno de izquierdas, presidido por Santiago Casares Quiroga, amigo de Manuel Azaña, acumuló contra José Antonio y la Falange diversos procesos judiciales para mantener encarcelado al primero e ilegalizar el partido. Por un lado, Primo de Rivera fue absuelto en todos ellos (posteriormente, el tribunal reconoció que las armas habían sido colocadas por la Policía) y, por otro lado, el Tribunal Supremo falló a favor de la legalidad de Falange (el mismo José Antonio actuó como defensor de su partido).
El Gobierno izquierdista, que el 5 de junio había trasladado ilegalmente a José Antonio a Alicante, recurrió a todo tipo de artimañas para oponerse a su libertad. Prieto, por ejemplo, trató de impedir en las Cortes que se pudiese presentar a las elecciones que se repitieron en mayo en la provincia de Cuenca, y donde las izquierdas obtuvieron la victoria a tiro limpio.
Catorce intentos de rescate
Desde el momento en que en julio se sublevó esa media España que no se resignaba a morir, los falangistas trataron de rescatar a su líder mediante un golpe de comando o mediante presión extranjera, y a sus esfuerzos se unieron los del Gobierno rebelde y el III Reich, que todavía mantenía relaciones diplomáticas con la República, y hasta de diplomáticos ingleses y cubanos. Torres enumera en su libro catorce intentos, en varios de los cuales participó Franco.
El 1 de octubre, después de ser investido en Burgos jefe del Estado y generalísimo, Franco recibe a Manuel Hedilla, que le comunica que a los falangistas les ha llegado el rumor de que Prieto estaría dispuesto acanjear a Primo de Rivera por 30 rehenes y seis millones de pesetas(en torno a nueve millones de euros), y Franco autoriza la gestión y el gasto del dinero. La esperanza era fundada porque, mediante sobornos, los rebeldes estaban consiguiendo liberar a mucha gente de la zona roja, que luego escapaba en barco por el puerto de Alicante.
En octubre, Franco dio instrucciones al capitán del crucero Canarias para que participase en una operación de rescate que no se ejecutó. Igualmente, comprometió más dinero en un plan alemán para sobornar a los carceleros de José Antonio. El 4 de noviembre Franco transmitió una ampliación de la propuesta a los alemanes: al dinero prometido se unía en la negociación la liberación del diputado socialista Graciano Antuña.
El 16 de noviembre comenzó el juicio farsa contra el jefe de Falange, la sentencia se publicó el 18 y, con el enterado del Gobierno de izquierdas presidido por el socialista Francisco Largo Caballero, se cumplió el 20. El Gobierno de Franco difundió en su zona la ejecución el 20 de noviembre de 1938.Concluyo con un testimonio de la familia de José Antonio, el de Casilda Peche Primo de Rivera. En una entrevista, a la pregunta de si Franco pudo “haber hecho algo por sacar a José Antonio de la cárcel”, esta sobrina del fundador de la Falange contestó:
Eso es algo que nos han preguntado muchas veces, más por mala idea que por curiosidad, quizá. Sobre todo por achacarle a Franco una cosa que dicen que pudo salvar a José Antonio y no quiso, eso es mentira. Eso es una infamia. No solamente no pudo, sino que además lo intentó, porque Agustín Aznar, que era cuñado de José Antonio, hizo lo imposible, e incluso fue con un barco alemán para intentar salvarlo, siempre con el apoyo de Franco.
La teoría de que Franco dejó morir a José Antonio es falsa. Se comprende que algunos falangistas antifranquistas la acepten para hacerse las víctimas, pero no se comprende que la difundan los progres, no sólo por su falsedad, sino por lo que supone de mantener vivo el interés sobre Franco y José Antonio.
Como demostró Zapatero con su ley de la memoria histórica y ha corroborado El País, los principales propagandistas del franquismo son los progres. ¡Qué pesados!