Derecho a insultar

Pedro Cerracín

Abogado de la ADVC

La Gaceta

La
modalidad más cruel del insulto es la broma, y la violencia más sofisticada se
produce disimulada con el humor. Si la víctima de un insulto se queja, el
agresor siempre tiene la excusa de que se trataba de un chiste. Quien usa
el humor para el insulto tiene la astucia de no ir de frente en la vejación que
ejecuta. Los chistes sexistas y las crueles bromas a los novatos son
ejemplos claros.

Y
esta argucia es la que emplean en algunos canales televisivos de máxima
audiencia, a través de lo que podríamos denominar “chistes de
odio”. Hay programas especializados en la materia, desde los que
difunden un humor cargado de fanatismo, que va dirigido siempre a los que
consideran sus adversarios ideológicos. Pero por mucho que disimulen y se
escondan en sus gracias, no pueden ocultar que cuando insultan a una Cruz, o
corean un padrenuestro blasfemo, están incitando al odio y al enfrentamiento
entre los ciudadanos por motivos ideológicos. Desde luego no están abogando por
el entendimiento.

A
quienes practican gracias sin ser graciosos en Andalucía los llaman
“gloriosos”. Pero cuando un espectador intelectualmente sano se sitúa ante el
televisor y se encuentra con ese supuesto humor, cargado de resentimiento
y violencia verbal envuelta en celofán, no puede sino desear una
televisión libre de adoctrinamiento. En una información libre y veraz no tiene
cabida el insulto. Y en nuestro ordenamiento jurídico tampoco. Cabe la sátira,
pero no la vejación y el escarnio. En definitiva el insulto no es libertad de
expresión, es agresión.

Quienes
ejercen estas prácticas, por un lado afirman que no incitan al odio, y por otro se
quejan que cuando caminan por las calles les reprochan, con no sé qué
expresiones. ¿En qué quedamos?

Nuestro
Código Penal tiene tipificadas la incitación al odio y al enfrentamiento por
motivos ideológicos, y también las acciones dirigidas a herir los sentimientos
religiosos de los ciudadanos. Por ello entiendo que los medios de comunicación
deben apostar por programas de humor inteligente, pero nunca por la ordinariez
y la estética del insulto, que solo contribuye a la violencia de unos contra
otros. Todos cabemos en este país y tenemos que saber convivir entre
diferentes, sin la constante e incansable invitación al enfrentamiento y a la
rechifla contra quien piensa distinto. Lo más lamentable es ver lo
absolutamente rentable que les sale a los personajes que la practican el
rosario de vulgaridades que día tras día vienen soltando ante las
pantallas, con un discurso más propio de la época de nuestros abuelos.


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