Desmemoria histórica

Emilio Campmany

Libertad Digital

David
Irving se le niega la condición de historiador por la simpatía que siente por
el régimen nazi a pesar de que hay muchos, como Ángel Viñas, al que nadie se la
niega no obstante ser comunista. Tiene gracia que haya sido precisamente Irving
el que haya dicho que a los historiadores se les ha otorgado la gracia que se
negó a los propios dioses, la de cambiar el pasado.

Y
ése es precisamente el don que creen poseer hoy nuestros políticos. Pasada la
Transición, cuando se hizo el esfuerzo de superar el enfrentamiento de los años
treinta dejando la Historia a los historiadores, los políticos de izquierdas,
con la colaboración pasiva de los de derechas, han impuesto una suerte de verdad
histórica por la que pretende colarse como hecho lo que no es más que una
valoración moral. Se afirma que quienes ganaron la Guerra Civil eran malos y
quienes la perdieron eran buenos. Naturalmente, los hechos son susceptibles de
ser valorados moralmente, pero la primera condición para poder valorarlos es
que sean ciertos. Aquí lo que se hace es, para empezar, la valoración, y luego
ya se cuentan los hechos del modo que conviene a esa valoración. Franco era
malo y se retiran sus estatuas. Largo Caballero era bueno y se le erigen. Hacen
lo mismo que hizo Franco tras vencer, erigir estatuas sólo a los suyos y
derribar las de los que perdieron. Como si hubiera habido otra guerra o como si
en realidad la que hubo la hubieran ganado al final los que la perdieron. Y,
como todo vencedor, nuestros políticos tratan de imponer una visión maniquea de
lo ocurrido: se menosprecian los ideales del enemigo y se vilipendia todo lo
que hizo. A la vez se disculpan las atrocidades del amigo y se ignoran sus
responsabilidades. Esta actitud sectaria y parcial puede más o menos tolerarse
según cuál sea la finalidad política que se persiga. Lo que no es admisible es
pretender convertirla en verdad histórica. Porque, si es cierto que esa
verdad, como casi todas, es inalcanzable en términos absolutos, menos lo es
cuando se construye con la intención premeditada de imponer lo que se sabe que
es mentira.

Exhumar
el cadáver de Franco tiene la falaz intención de aparentar que el general
perdió la guerra después de morirse y que su derrota nos está devolviendo al
paraíso que fue la Segunda República. Pase que los historiadores, por el hecho
de ser humanos, carezcan en realidad de la capacidad de conocer el pasado. Pero
al menos los auténticos se esfuerzan por acercarse tanto como pueden a la
verdad. Muy distinto es que los políticos se atribuyan el monopolio de saber lo
que en realidad ocurrió. Hoy, con el voto de Ciudadanos y la abstención del PP,
hemos vivido el enésimo episodio dirigido a pergeñar una mentira. Podrían
ahorrarse el trabajo y sacar directamente un decreto con dos artículos, uno que
diga que Franco ha perdido la guerra y otro que sancione con penas de cárcel a
quien ose negar esa evidencia.