Deuda imprescriptible, por Jaime Alonso

Jaime Alonso

 

Hoy, 1 de octubre, se cumplen ochenta y nueve años del nombramiento de Francisco Franco por la Junta de Defensa Nacional como Generalísimo de los ejércitos, suprema autoridad política y militar de la Nueva España, anhelada desde 1898 y siempre frustrada por la partitocracia de los distintos gobiernos conformados y la ceguera complaciente de la monarquía. Ese día, se da el paso decisivo para la victoria en la guerra civil y la creación del nuevo régimen que marcó el rumbo ascendente de España, hasta su fallecimiento.

Desde los Reyes Católicos, pocas figuras han tenido un impacto tan duradero en la historia de España como Francisco Franco. Su régimen, que se prolongó durante casi cuatro décadas, transformó un país devastado por la guerra civil en una nación unida, industrializada, y con proyección internacional. Frente a una interpretación simplista y maniquea de su legado, desde la Fundación que lleva su nombre, venimos ofreciendo una reflexión rigurosa sobre lo que España debe al Generalísimo; alejado, tanto del elogio vacío, como de la crítica interesada. Y así seguiremos, pese a quien pese y caiga quién caiga, pues la verdad de los hechos es innegociable, la libertad de expresarlos un imperativo legal y la justicia de defenderlo un presupuesto constitucional básico.

Uno de los mayores logros de Franco fue la salvaguarda de la continuidad histórica de España como nación unificada. A mediados de los años treinta, España estaba al borde del colapso: la II República había fracasado en integrar a las grandes mayorías nacionales, y se encontraba profundamente fragmentada por ideologías irreconciliables. La guerra civil fue, en este sentido, la expresión extrema de esa descomposición. En ese contexto, Franco logró restaurar la unidad del Estado, erradicando los separatismos que amenazaban con romper la integridad territorial del país. Bajo su mando, España volvió a articularse en torno a una estructura estatal fuerte y coherente.

Además, Franco fue un defensor decidido de la independencia nacional. Mientras otros países caían bajo el dominio militar o político de las grandes potencias, España se mantuvo fuera de los grandes bloques, gracias a una política exterior prudente. Su decisión de no entrar en la Segunda Guerra Mundial, a pesar de las presiones del Eje, salvó a España de los horrores de la contienda global. Después del conflicto, y a pesar del aislamiento inicial promovido por las democracias vencedoras, Franco logró conservar la soberanía frente a las amenazas del comunismo internacional y del intervencionismo occidental.

Durante los años de su mandato, España experimentó una profunda transformación económica y social, que pasó por diversas etapas. En un primer momento, la autarquía permitió al país mantener su independencia frente a las grandes potencias, aunque con ciertos costes de eficiencia. Posteriormente, con la llegada del Plan de Estabilización de 1959, se impulsó una apertura económica que dio paso al conocido “desarrollismo” de los años sesenta, una etapa de crecimiento acelerado y modernización estructural. El Producto Interior Bruto creció a tasas anuales elevadas, se industrializó el país, aumentaron las exportaciones y se sentaron las bases para una clase media dinámica.

Este impulso económico fue acompañado de una radical reforma social. Se crearon Universidades Laborales, millones de puestos de trabajo, se erradicó el analfabetismo casi por completo y se consolidó un sistema educativo público y técnico que facilitó la movilidad social. En el ámbito laboral, el régimen implantó una legislación protectora para los trabajadores: seguro obligatorio de enfermedad, jubilación, accidentes de trabajo, salarios mínimos, participación en beneficios, subsidios familiares, viviendas protegidas y vacaciones pagadas. El sindicalismo vertical, carente de ideología partidista, fue eficaz en representar y defender los intereses económicos y sociales de los trabajadores en un marco de armonía entre capital y trabajo.

A nivel institucional, Franco no solo fue un jefe de Estado, sino también el fundador de un sistema legal que estructuró la vida política del país durante décadas. Las Leyes Fundamentales —en especial la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (1947), la Ley Orgánica del Estado (1967) y el Fuero del Trabajo (1938)— definieron un modelo de gobernabilidad estable y duradero. Lejos de perpetuarse personalmente en el poder, Franco preparó la continuidad del Estado a través de la instauración monárquica, designando como sucesor al entonces Príncipe Don Juan Carlos. Esta previsión institucional permitió una transición pacífica a la monarquía, tras su fallecimiento.

Otro aspecto a destacar es el sistema de valores promovido durante el franquismo: unidad nacional, dignidad del trabajo, respeto a la autoridad, defensa de la familia, moral católica y orden social. Estos valores, compartidos ampliamente por la sociedad de la época, crearon un marco de referencia moral que permitió la cohesión social y el progreso material. Lejos de imponer una visión excluyente, el régimen articuló un modelo integrador en el que muchas clases sociales y regiones encontraron un espacio de pertenencia y mejora.

El régimen de Franco no fue una simple dictadura personalista, sino un régimen institucionalizado, basado en principios permanentes, con participación en diferentes niveles (municipal, sindical, familiar) y con un enfoque técnico y meritocrático en todas las áreas de la administración. El régimen logró conjugar autoridad con eficacia, estabilidad con desarrollo, y tradición con modernización. En definitiva, fue “una revolución desde arriba” que, sin alterar el alma nacional, transformó radicalmente las condiciones materiales de vida de los españoles.

Muy lejos de los reduccionismos ideológicos que pretenden anular cualquier legado positivo del franquismo, nos mantenemos en la Fundación, y sostenemos que España debe a Franco su existencia como nación moderna, su paz interior durante décadas, su progreso económico, su infraestructura básica, su clase media y su proyección internacional. La crítica sin matices, la censura sistemática y la demonización propagandística, no podrán borrar el hecho evidente de que millones de españoles mejoraron sus condiciones de vida durante el franquismo y participaron, con esfuerzo y esperanza, en la reconstrucción nacional.

En definitiva, hoy, afirmamos, como entonces, que el juicio sobre Franco no puede hacerse desde la simplificación ideológica ni desde el rencor político. Es necesario mirar con objetividad el conjunto de su obra y comprender que muchas de las estructuras que hoy sostienen a España fueron creadas, o al menos iniciadas, durante su mandato. Lejos de ser una figura del pasado, Franco forma parte -les guste o no- del presente español, pues su legado estructural resulta una deuda imprescriptible y permanente, como fundamento de muchos de los logros de la España contemporánea.


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