Jaime Alonso
La previsibilidad de que el año transcurrido fuera un “annus horribilis” no empequeñece la magnitud del drama, ni oculta las raíces del fracaso de un modelo de hacer política. Que en un solo año se hayan desencadenado con total crudeza y sin posibilidad de disimulo todos los males que venían aquejando a nuestra Nación y pueblo, no evita señalar el origen del mal y los responsables.
El origen del problema radica en una transición política exógena, impuesta con treinta años de retraso por las potencias vencedoras de la segunda guerra mundial y que necesitaban a la indómita y genuinamente desarrollada España en el redil de sus intereses. La falta de liderazgo político, la orfandad de un estadista con visión de futuro, la ausencia de principios y entreguismo de los benefactores del Régimen anterior y el revanchismo, más o menos encubierto, de la oposición, nada democrática, a Franco, hicieron el resto.
La actual crisis nacional no es más que la consecuencia lógica del modelo implantado en 1978. Podemos hablar con propiedad del final de un modelo viciado en origen. Todos los presidentes de gobierno que hemos tenido han sido herederos naturales de Adolfo Suárez en su empeño por borrar el pasado y desvertebrar España. Rodríguez Zapatero es la consecuencia negacionista, revisionista y utilitarista de lo que se ha denominado “espíritu de la transición”. Su radicalización política es la misma moneda por distinta cara del inmovilismo de Rajoy. ¡Cambiemos todo para que nada cambie de las estructuras y administración del poder!
Así se produjo “el consenso” en la redacción y aprobación de la Constitución de 1978 que, más allá de formulaciones genéricas y bien intencionadas, inocula todos los males que hoy padecemos. De ahí viene, de sus actores y gestores, el desprecio de la legalidad y de todo lo religioso, de la condición humana desde la concepción, de la unidad de España, de la justicia social, de la independencia judicial y la entronización del relativista “vale todo”, concepto manipulador y nihilista de toda sociedad desestructurada que desee autodestruirse.
La tolerancia y el consenso se convirtieron en la máxima virtud cívica y política. La autoridad abdica de su mandato moral y jurídico y se entrega a lo conveniente, aunque ello suponga inaplicar o conculcar la Ley y el suicidio colectivo. La voluntad ciudadana y el Estado de Derecho forman parte de un decorado semántico diaria y sistemáticamente vulnerado. Los actuales dirigentes de esta Nación gloriosa y milenaria, ahora cuestionada, callan, silencian e impiden la reacción clara de un pueblo que quiere defender unos valores comunes y mayoritariamente compartidos, con independencia del respeto debido al discrepante: Unidad de los hombres y las tierras de España; libertad responsable; imperio de la Ley que emane del derecho natural y tenga refrendo en un Parlamento directamente elegido; Instituciones del Estado que auspicien y procuren el bien común y la igualdad de derechos y obligaciones de sus ciudadanos; control independiente y riguroso de la acción del Gobierno y de todos los órganos de él derivados; y el ejercicio compartido del poder político y control compartido del mismo, frente al poder sin control.
La falsaria y tramposa transición ya ha dado sus frutos. Y, como el “fin del mundo” según la interpretación de la ciencia Maya, no se ha producido, aún cuando ese cambio de dimensión esté escrito en El Apocalipsis de San Juan, lo que ha llegado a nuestra más inmediata percepción es el final de la Transición. El final de una etapa caracterizada por la corrupción en el Estado, la corrupción institucional, la corrupción política y la corrupción moral de una reducida élite configuradora de un régimen que ha secuestrado la democracia de los ciudadanos, la democracia social, la democracia participativa. Lo positivo es que podemos estar asistiendo a un nuevo principio donde corregir todos los errores.
Si la tempestad nos azota por todos los costados, de nada sirve la complacencia, en el recuerdo, de los tiempos de calma, ni creer que el naufragio nos es ajeno. Solo cabe buscar el timón , aguantar en la dirección adecuada y la moral alta a que la tripulación despierte y secunde el rumbo. El resto depende de la fe, determinación y honradez de la élite natural que toda tribulación colectiva provoca, cumpliendo con su destino vital e histórico. En España el principio del poder no descansa en las responsabilidades compartidas que, en aplicación de la Ley, deben sostener quienes las promulgan y están más obligados a cumplirla, sino sobre la negación de los errores propios. Y así queda cercenado todo progreso.
La tempestad no sólo nos azota sino que el barco está lleno de vías de aguas por todas partes y a punto de hundirse. Una Nación donde se acepta que el Jefe del Estado tenga que dirigirse a sus ciudadanos en cuatro idiomas, está condenado a la atonía y desintegración. No puede funcionar (el imperio austro-húngaro perdió la guerra porque el estado mayor tenía que dar las instrucciones en cinco idiomas). Un país con tres gobiernos con idioma propio que evita o prohíbe el común, constituye en realidad tres países. Aquí se ha perdido la ilusión de un proyecto colectivo como existió en Alemania cuatro veces en el pasado siglo (guerra franco-prusiana, I Guerra Mundial, II Guerra Mundial y era Merkel); o, en Japón, donde el espíritu guerrero medieval de los samuráis impregnó la sociedad moderna desde 1890. Y sin un proyecto colectivo y globalizador que ilusione a todo el mundo, sin una idea clara de nación, de patria común e indivisible, no hay otra solución que avanzar hacia atrás en la historia. La crisis no es de la sociedad; no hemos vivido por encima de las posibilidades, sino en el contexto de las posibilidades de cada uno en cada momento. La crisis es de los políticos depredadores y codiciosos que, sin freno ni cortapisa fiscalizadora en cada comunidad han creado, sin dinero, un INI propio y otras miles de empresas públicas ineficaces e innecesarias. ¡O se acaba con esa forma de hacer política y esa casta parasitaria o ellos acaban con las pocas esperanzas de los españoles!
De momento el referéndum catalán del 11 de noviembre de 2014 retrasaría la recuperación otro años más, en el caso de que se celebre y saliera favorable a España, que suponemos que sí. Hemos de convenir lo profético de la aseveración de la Filósofa y escritora norteamericana de origen ruso Ayn Rand cuando en su famoso libro “La rebelión del Atlas” sostenía ya en 1950, la manera de apreciar inequívocamente el final de los ciclos políticos, económicos y sociales: “Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un auto-sacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada.”
El diagnostico no puede empequeñecer el deseo de la redacción de la editorial para el difícil año que se nos avecina, y la fe y esperanza que debe presidir nuestra actuación futura.
Que 2013 recoja y cumpla vuestros anhelos y superiores deseos.