Editorial de Febrero de 2013

 
 
   Que la historia es una concatenación de hechos similares, en cualquier época y latitud, que es preciso conocer en evitación de sus perniciosos efectos, de producirse determinadas causas, es una verdad incuestionable que las sociedades en decadencia y las élites pervertidas se obstinan en ignorar y hasta perseguir. Así reconocemos en el historiador Tito Livio de su legado sobre la “Historia de Roma” cómo Nerón, cantando con su lira, contemplaba extasiado el incendio de Roma. Hoy vemos con estupor e indignación creciente cómo un Parlamento liliputiense y estrambótico proclama contra Dios, contra la naturaleza, contra la historia, contra la Ley  y contra el sentido común, la desintegración de España, Patria común e indivisible de todos los españoles, como siempre ha mantenido en espíritu y cuerpo constitutivo, la soberanía del pueblo, y los distintos gobernantes que nos legaron la historia común. Mientras esto ocurre, nuestro Emperador/Presidente se “fuma un puro” en Chile y la única respuesta del responsable como Presidente de la Nación es decir “que esa proclamación no conduce a nada”, “ que “no produce efectos jurídicos”, y  reciben al secesionista, no sabemos en que concepto, el Presidente de nuestro Gobierno y el Jefe del Estado, como si no pasara nada y en disposición de entregarle nuestro dinero para su utilización contra nosotros. ¿Cómo llamar a esto?¿ tiene esa actitud efectos jurídicos y políticos?. Me contesta la sabiduría del pasado en Tito Livio “cuando la situación es adversa y la esperanza poca, las determinaciones drásticas son las más seguras”.  
 
   Octavio Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón escenifican la dinastía Julia-Claudia, como Suarez, González, Aznar, Zapatero y Rajoy representan la dinastía del régimen instalado en España en 1978. Aquellos y estos se comportaron y ejercieron su poder como auténticos Emperadores, inmunes e impunes a toda responsabilidad por sus actos. Aquellos y estos  auspiciaron, mantuvieron y acrecentaron una plutocracia, una cleptocracia y una partitocracia ajena al bien común y a los intereses de su Nación. Aquellos y estos no reclamaron para sí el título de deidad en vida, aunque la persecución de la historia y “las memorias” interesadas y laudatorias confirmen su intento. Aquellos y estos formaron una endogamia clientelar y de casta que hacia imposible la libertad, la honestidad, el decoro, la dignidad, el progreso y la justicia. Aquellos y estos hicieron creer al pueblo en su felicidad mediante el embrutecimiento de “pan y circo”, con la finalidad de debilitar el espíritu y conciencia del pueblo, nublar su inteligencia y conservar así, mediante la propaganda, el poder. Aquellos y estos para ocultar sus desmanes y corrupción, buscaron culpables internos y exteriores. Aquellos los encontraron en el cristianismo, estos en Franco y los “franquistas”. Aquellos mandaron crucificar y degollaron a Pablo de Tarso y a Pedro, el primer Pontífice de la Iglesia. Estos, mas civilizados han mandado destruir y borrar de todas las plazas y calles de España, la historia de sus padres y abuelos, es decir, el mejor período de la historia de España desde los Reyes Católicos. Por ello urgió entonces y urge ahora, según Augusto, “restituir la libertad al Estado, oprimido por el dominio partidista”.  
 
   La verdad puede ser eclipsada, un mayor o menor período de tiempo, pero nunca se extingue. El final de la corrupción institucionalizada desde la llamada transición a la democracia, llega a su fin, como no podía ser de otro modo, arruinando al pueblo, desintegrando la Nación y corrompiendo la vida ciudadana. La estadística es fría e insolente, pero no muda, ni sorda, ni ciega. El 50% de los jóvenes españoles están en paro; el 28% de los adultos; 1.800.000 familias tienen a todos sus miembros sin trabajo cobrando de un mísero subsidio; la maquinaria del pluri-estado sigue engordando el déficit público y aumentando el parasitismo funcionarial nepotico. Cada día un nuevo escandalo de corrupción, mayor y más profundo que el anterior, salpica las portadas de los periódicos y azota la conciencia anestesiada del ciudadano, que va perdiendo la paciencia y la esperanza a partes iguales. El aventurerismo, la demagogia y el oportunismo van sentando plaza ante los despojos del tsunami que se avecina, predicando utopías fracasadas del pasado. Y el Rey camina, con el ropaje de sus miserias, peor que desnudo.   Dado que esta sociedad desnortada y a la deriva no tiene un Plutarco que escriba “las Vidas Paralelas” de nuestros gobernantes, al menos mantengamos para la posteridad lo que nuestro oráculo de Delfos dicta para cualquier tiempo de turbulencias. “No necesito amigos que cambien cuando yo cambio y asientan cuando yo asiento. Mi sombra lo hace mucho mejor”. “ Quien tiene muchos vicios, tiene muchos amos”. “La omisión del bien no es menos reprensible que la comisión del mal”. “Hay maridos tan injustos que exigen de sus mujeres una fidelidad que ellos mismos violan, se parecen a los generales que huyen cobardemente del enemigo, quienes sin embargo, quieren que sus soldados sostengan el puesto con valor”. “Un ejército de ciervos dirigido por un león es mucho más temible que un ejército de leones mandado por un ciervo”. “La amistad es animal de compañía, no de rebaño”. “Los hombres son menos sensibles al bien que al mal”. “La avaricia y el lujo han sido la ruina de todo gran Estado”.  
 
   Preferible resulta evitar la violencia, el desgarro y la servidumbre de todo un pueblo, que mantener unas Instituciones donde se sienta la iniquidad, la traición y el odio a todo lo que nos honró como pueblo, como Nación soberana. Pues ya se vislumbra en el horizonte los Sánchez Guerra de turno, con peor dicción y verbo, sosteniendo aquello de…”no más atormentar mi alma, del sol que apagar se puede, ni más servir a señores que en villanos se convierten” en referencia a Alfonso XIII, como paso previo a la revolución patibularia.
 
 
 

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