Editorial de Mayo de 2014

 
 
 
 
   Las verdades con referencia histórica resultan doblemente ofensivas para quienes llevan tres décadas ejemplificando la superchería y la destrucción, por acción u omisión, del Estado más antiguo y milenario de Europa, que configuró “La Hispania”, siempre en vanguardia en la defensa del occidente cristiano y su cultura. La nobleza de Europa; acertadamente definida por Donoso como  “espada de Roma”, “luz de Trento” y “azote de herejes”.
 
   Hoy, ante el “Golpe de Estado” de la Generalitat, largo tiempo programado, escandalosamente publicitado, alevosamente permitido y gratuitamente trasgresor hacia el orden constitucional establecido, además de ofensivo para el sentido común e histórico de todos los españoles, acusados impunemente de robarles; debemos oponerles “la clara lección” de la historia que Agustín Calvet (Gaziel) publicara como artículo en la pagina 7 del Diario “La Vanguardia” y en “El Sol” de Madrid el 21 de Diciembre de 1934, en referencia a la proclamación del Estado Catalán por su Presidente Luis Companys el 6 de Octubre de 1934.
 
   Esta Cataluña enferma, emponzoñada por tres décadas de inoculación del veneno separatista, en connivencia con los gobiernos centrales de turno; corrompida por una casta insaciable; inmune a la critica e impune a la acción de la justicia, queda nuevamente expuesta de manera retrospectiva por el periodista, con alma de profunda catalanidad, que era Gaziel. Demasiadas e inquietantes similitudes con la actualidad, aunque nadie quiera ver la necesidad de un golpe de timón constitucional. Pues lo que estamos viviendo no resulta tan diferente a lo ocurrido en 1931 con Macià y en 1934 con Companys. “Todo se ha perdido, incluso el honor. Con este retoque de una frase histórica, podría resumirse el desastroso final del primer ensayo autonomista realizado en Cataluña. Las Cortes de la República acaban de rematarlo: el Estatuto queda suspenso sine díe. Y son muchísimos los catalanes que, en su inmenso estupor, andan ahora preocupados en descubrir la causa esencial, la más profunda, de tamaña catástrofe”  
 
    Gaziel sostuvo, como ahora podemos y debemos sostener, la injusticia del trato, la deslealtad material, la falsedad argumental con la que nos agreden los separatistas, excepcionalmente beneficiados por el “sistema” que pretenden destruir: “poquísimos pueblos en el mundo se habrán encontrado en circunstancias tan favorables, o habrán tenido una coyuntura tan propicia, para convertir en realidad sus ensueños políticos, como las de que gozó Cataluña, inesperadamente, en el seno de la hermandad hispánica, tras el cambio de régimen y la concesión del Estatuto de Autonomía”.
 
   Añade: “Teníamos una coyuntura insuperable para hacernos amar de España entera, para atraernos las simpatías y ganarnos la colaboración de infinidad de hermanos nuestros, empleándonos a fondo en una obra de elevación y engrandecimiento nacional, en el levantamiento de una España nueva; y hemos acabado ahuyentando a todos nuestros amigos no catalanes, haciéndoles avergonzar y arrepentir de serlo, causándoles incluso tremendas heridas y teniendo nosotros que pasar, a los ojos de la mayoría, por torpes y ridículos separatistas”.
 
   Y concluye su artículo el periodista: “No busquemos, pues, ninguna explicación absurda a nuestro infortunio, ya que la única y principal es muy clara. Los culpables de cuanto le ocurre a Cataluña somos los catalanes. Los partidos que nos representaron, y nosotros que les indujimos a que lo hicieran tan mal. Y esto es todo. Si sirve de lección para el futuro, venga el dolor, que será enseñanza. No lo rehusemos. Al contrario: aneguémonos en él, pues nada fortalece tanto como la amargura de la adversidad lúcidamente destilada hasta el fondo de las propias entrañas. Un día saldremos de este negro pozo en que caímos. Pero que, en adelante, nos sirva esta clara lección: solo podremos triunfar en España yendo todos los catalanes fuertemente unidos, como una irrompible falange, y además sólidamente abrazados con el mayor número posible de españoles hermanos“.
 
   De la antología sobre los escritos del periodista se publicó recientemente un libro titulado “todo se ha perdido” donde el autor reflexiona sobre aquel “alzamiento” de 1934 que califica de “inverosímilmente barato” debido a “que solo se sublevó la Generalidad; el elemento gubernativo y oficial, por absurda que sea la cosa, y aún lo hizo verbalmente nada más, con discursos y bravatas, de modo que prácticamente, en realidad, sólo se sublevó una partícula infinitesimal, y la más inofensiva, del partido mayoritario” (entonces y ahora ERC y el sector más atolondrado de CIU). Veremos que nos depara el futuro, si puede hacerse una tortilla sin romper un huevo, o seguir con la metáfora de Ángel Ganivet “…cuando el juego no les es favorable, tiran las cartas y piden que vuelva a repetirse la partida”  
 
   Para Gaziel, “entre catalanes y castellanos, barceloneses y madrileños, autonomistas y centralistas, lo peor es que no nos conocemos, o nos conocemos tan poco que no colaboramos nunca”, “Si alguien creyó que la autonomía iba a ser una panacea para curar los males de Cataluña y hacer felices a los catalanes todos, la culpa del desengaño no es del régimen autonómico, sino de quien se forjó de él una idea tan primaria. La autonomía entraña, por encima de una mayor comodidad, una mayor responsabilidad. La comodidad, en todo caso, vendrá a medida que la responsabilidad se acepte y los deberes que impone se ejerzan más ampliamente“.  
 
   Asombra la agudeza intelectual e intemporal de la cita del autor: “El separatista cree que es imposible entenderse con el resto de los españoles, y para remediar esta situación, propone una cosa más difícil todavía, que es el desentenderse violentamente de ellos. No se siente capaz de hacer el esfuerzo necesario para influir en España, y, en cambio, sueña con el gigantesco propósito de escapar en absoluto a su influencia formidable. Para salir de una dificultad, crea otra mayor. Pero ¿si faltan las fuerzas para resolver la más pequeña, cómo van a tenerse para la máxima? Por esto el separatismo ha sido siempre en Cataluña una pura negación estéril. Lo poco que se obtuvo, vino en todo momento por vías de intervencionismo. Y el separatismo no hizo más que deshacer lo hecho, acarreando la anulación o destrucción de lo conseguido, y dejando a Cataluña desolada e inerme, sin la más vaga, sin la más remota, sin la más quimérica compensación. El separatismo es una ilusión morbosa que encubre una absoluta impotencia”.  
 
   Convenimos en que Cataluña y su ciudad emblemática siga siendo como la definiera Cervantes en El Quijote “Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única”.  
 
   O, que un joven tamborilero, redoble con fuerza su instrumento contra la muralla natural, hoy desprovista de fe y esperanza ecuménica, de Monserrat, convocando a los catalanes y españoles a salir del letargo de lo inútil, mientras perdemos lo esencial, haciendo nueva profesión y anhelo de la inscripción del monumento del Bruc : “Viajero para aquí, que el francés también paro, el que por todo pasó no pudo pasar de aquí”, como certero homenaje a todos los defensores de la libertad e independencia de España y aviso de navegantes.  
 
   Aflige la percepción del tratamiento superficial y relativista que, de las cuestiones esenciales, realiza la sociedad pos-moderna, desde su origen, destino, modo de relacionarse personal, profesional y político; configuración de las certezas, valores que configuraron nuestras aspiraciones racionales y espirituales en épocas de esplendor, asociadas a la libertad, la justicia, el respeto a la dignidad del ser humano, la cultura, la familia, el orden sobrenatural, cada vez más confrontado, de nuestro ser. Todo ello dificulta enormemente la salida de la triple crisis moral, política y económica, además de identitaria en que se encuentra España.
 
   En ese tratamiento de lo vacuo se suceden las elecciones locales, autonómicas, nacionales y europeas, en una constante y definitiva pérdida de confianza de los electores en sus representantes, traducido en abstención y rechazo a todo lo político, en un rechazo, todavía pasivo, hacia un sistema que nos empobrece, no representa nuestros valores y anhelos y no procura la igualdad ante la ley y la justicia.
 
   De ahí que a pocos, excepto a los candidatos, les preocupen las elecciones al Parlamento Europeo a celebrar en este mes de Mayo, pues saben que de esa elección no va a salir la solución a los graves problemas que acongojan a los españoles. No va a evitar que se desmembre España, ni que se prohíba el idioma común en partes del territorio español, ni que se multe a un comerciante por rotular en su idioma cooficial español, ni que el poder judicial sea una terminal más del poder político. Tampoco que la corrupción se extienda como una mancha de aceite por todo el territorio y en todos los ámbitos. Menos aún que exista un mínimo control del gasto público o que los asalariados deban conformarse con una paga de subsistencia, un subsidio de pobreza o la alternativa de una población subsidiada y con una cuarta parte en paro. Ni que se mantengan en los presupuestos de los distintos mini-estados que representan las autonomías, un número importante de empresas públicas deficitarias; o que lo público se confunda y solape con lo privado, según convenga al político de turno. O que los terroristas gocen de trato de favor, mientras las víctimas son sistemáticamente escarnecidas y olvidadas.
 
   Como nada de eso se dirimirá en las urnas debemos votar sin entusiasmo, buscando el impulso social que haga florecer la primavera de otro modo de hacer política, ajena a la burocracia y al distanciamiento de la realidad social en que viven instalados nuestros políticos. Euro-escépticos uníos y procurad la Europa de las patrias y de la civilización que alumbró al mundo desde la fe de Cristo, la justicia social y el orden natural determinante del criterio racional superador de todo conflicto.   
 
 
 
 

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