FRANCO Y SU SENTIDO DE LA TRASCENDENCIA
Y DE LA UNIDAD DE ESPAÑA
Jesús López Medel
Premio Nacional de Literatura “Francisco Franco”- Ensayos Políticos (“Continuidad política y convivencia”)
General Consejero del Aire (R.)
Es muy difícil aportar un tema, como el que se me ha sugerido, sobre el que fue Jefe del Estado Español, 1936-1975, General Franco, y que pudiera tener cierta originalidad. En la obra “Epoca de Franco”, vol. XIV-2, 1991, de la Editorial Rialp, hay una abundante bibliografía, con unos quinientos títulos y autores (págs. 536-543). Y se queda corta. De ahí que hayamos pensado resumir mis propias experiencias o reflexiones, que en el título de este artículo están entrelazadas. La imaginación del lector podrá completar el esquema. A las alturas de estos tiempos se puede caer fácilmente en los “mitos”, o en los “silencios”, o en los “odios”, sobre el que fue el General más joven de su tiempo, en Europa, y el que frenó los aires totalitarios y marxistas, en la época del despertar de Europa, a ser ella misma. España lo quiso para ella, y Francisco Franco su artífice. No podemos imaginar hoy qué hubiera sido de España y del mundo sin la posición neutral, pero creadora, del General Franco.
Comienzo por afirmar que lo que vaya a decir no puede resultar muy novedoso. Aunque lo sea entrañable. De aquí que empiece con los siguientes datos:
Primero: En 1936, nosotros teníamos nueve años, y en 1939, doce. El Alzamiento Nacional lo viví en el pueblo de Bello (Teruel), tierra católica y carlista. El párroco mosén Jesús López Bello era mi tío carnal (V. mi obra “La generación sacerdotal aragonesa del 27”, en dos ediciones, 1994 y 2009). Durante la contienda, se ocupó, por nombramiento o vacante de los sacerdotes de pueblos vecinos, de las parroquias de Odón, Las Cuerlas, Torralba de los Sisones. Fue muy conocida pastoral en Luesma, Huesa del Común, Plou y Torre de Arcas. En bicicleta, llevándome en el manillar, los domingos cumplía pastoralmente tres o cuatro parroquias.
El 18 de julio de 1936 tardaba de regresar de Blancas, cerca de las minas de Ojos Negros. Creíamos que lo habían atrapado los milicianos de las minas. Bello se movilizó. Llegó un camión de boinas rojas que resultaron de ser requetés, algunos procedentes de Daroca (Zaragoza). Allí pude oír por primera vez el nombre de Franco, que más tarde en aparato de radio del veterinario Serraller alimentaron mi infantil memoria. Pronto llegarían los funerales de los “voluntarios”, requetés y falangistas, especialmente en los Belchite y Quinto.
Segundo: Siendo Daroca (Zaragoza) la residencia de mis padres (el padre, cartero, muy religioso, carlista, y activista de Acción Católica en la zona de Luesma y Fuembuena), me enteré de otra anécdota personal: como Director de la Academia General de Zaragoza, en los primeros años de la II República, antes de despedirse de Aragón, y sugerido por algunos ayudantes de origen darocense, fue a visitar y adorar los Sagrados Corporales, custodiados en la basílica de Daroca, restructurada en época de los Reyes Católicos, e inspirada su altar mayor y baldaquino en la basílica de San Pedro, del Vaticano. Me contó mi padre que, como hombre fiel y leal a la Iglesia de Daroca, recibió el encargo del párroco para recibir a un “personaje” en la puerta de la basílica. También estaría el sacristán Saturnino. El General Franco llegó con su Teniente Coronel ayudante, y pasaron al interior de la santa capilla de los Corporales. El párroco abrió el relicario con las seis formas, procedentes de la batalla de Luchente (Valencia), en 1239, que estaban ya consagradas por el cura celebrante para la comunión de los seis capitanes de las tropas cristianas de Calatayud, Daroca y Teruel. Era el 23 de febrero de 1239.
Las formas se encontraron, tras la incursión árabe, escondidas en un pedregal, empañadas en sangre al corporal. Este milagro eucarístico se conserva en Daroca, tras diversos sorteos y sugerencias, siendo entonces trasladado hasta tierra infiel en una mulilla ciega. San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, durante unos 20 años, defendieron este milagro eucarístico, ante Roma. Más adelante, bajo el pontificado de Urbano IV, se declaró la festividad del Corpus Christi en la Iglesia Universal. (V. la obra del sinodal de la basílica de los Sagrados Corporales, Tomás Orrios de la Torre, “Compendio sagrado de la peregrina historia de los Santísimos Corporales y Misterio de Daroca”, escrita en 1759, novena edición facsímil de 2014).
Pues bien, el General Franco adoró los Sagrados Corporales, se arrodilló ante ellos, y los tuvo en sus manos. Con ternura y devoción, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Era también un milagro castrense. (Allí –decimos nosotros— se pudo encontrar la gran trascendencia de una vida que terminaría en dar su servicio a España y a sus Ejércitos). Franco se interesó desde el Alzamiento en Africa, si la ciudad de Daroca había caído en tierra republicana. Monseñor Bulart contó en “Abc” la tranquilidad de Franco por saber que los Corporales estaban en zona nacional. En sus viajes estratégicos, al tiempo de la recuperación de Teruel, su paso por Daroca por ferrocarril, fue detectado por los “republicanos”, y fue bombardeada, pero los cazas de García Morato asentados en Bello, impidieron daños personales y materiales.
Tercero: En 1962, se publicó mi obra “Continuidad política y convivencia”, Editorial Acueducto, siendo Capitán del Cuerpo Jurídico del Aire. Fueron los Generales Consejeros Togados del Aire, don Blas Pérez González y don Manuel Uriarte Rojo los que encontraron motivos para la promoción como Premio Nacional de Literatura en su modalidad de “Ensayos Políticos”. Me organizaron diversos homenajes. Y se gestionó una audiencia castrense con el Jefe del Estado, que fue concedida pese a lo limitado de mi rango militar. Era el último de la audiencia. Pese a las indicaciones que había recibido de mis Jefes, estábamos nerviosos. Le saludé militarmente –su mano era firme, pero cariñosa. Le hablé del libro, y de la idea de trazar un enlace entre la continuidad política y la convivencia democrática.
Pero Franco me destacaba el papel de la Universidad y de las profesiones intermedias, como los suboficiales del Ejército, en la Universidad. Y sorprendido de la afabilidad y la cordialidad, tuve ocasión de contarle la anécdota antes narrada de su visita a los Corporales de Daroca. Se le abrieron los ojos. Y me preguntó por el P. Carrato, escolapio, que había tenido a su cargo en Daroca el Observatorio Meteorológico. Su parte había sido tenido en cuenta para la fijación de la batalla del Ebro. Al final, con gran sorpresa mía, me dio saludos para mi padre, cosa que en audiencias posteriores, me repitió.
Cuarto: Después de esa primera audiencia militar y literaria, en 1963, tuve otra de carácter personal, por ser destinado a presta la asistencia letrada y técnica a los trabajadores y empresarios del mundo sindical. La primera de ellas, junto al General Alonso Vega, ante los 52 Jefes de los Servicios Jurídicos Sindicales de toda España, con toga todos. Nos acompañaba igualmente el Ministro Solís. Sorprendido de ver a tantos hombres con toga en El Pardo. Tuvo Franco palabras de aliento en la tarea que nosotros desarrollábamos. Al despedirnos, me preguntó por mi padre, recordando los Corporales, que llevaba muy dentro.
Quinto: Su vida castrense estará glosada por otros comentaristas. Es verdad que yo le conocí en su vida civil, y siempre respondía a los valores castrenses, en el fondo ocupados o nutridos del riesgo o esperanza en el más allá. Siempre en su palabra se hace una esperanza en silencio, y ponía el acento sobre todo en la disciplina y en la responsabilidad. (Como cuando, siendo Oficial de Guardia en la Capitanía Aérea de la calle Quintana, de Madrid, pude escuchar su voz, en conversación con el Ministro del Aire, por razones de servicio). De otro lado, en las homilías de mi tío sacerdote, se puede ver el sentido de su óptica de trascendencia, tanto espiritual, como humana, de la personalidad de Franco.
Su esposa, doña Carmen Polo y su hija, doña Carmen Franco, visitaron Daroca y firmaron en el libro de honor de la basílica el día 16 de abril de 1938. (El 6 de febrero del mismo año, había firmado “con sincera emoción”, el General del Ejército del Aire, Alfredo Kindelán; y en el mismo año, Ramón Serrano Suñer). Aquellas, en su domicilio particular, en Madrid, tras el fallecimiento del General Franco, nos confirmaban el impacto espiritual, eucarístico y castrense, que tuvo en Francisco Franco su visita a la ciudad de Daroca, y su adoración a los Corporales, como habían hecho los Reyes desde Jaime I a Alfonso XIII. En una tarjeta, la Duquesa de Franco nos escribía: “Muy agradecida por su precioso libro sobre los Corporales de Daroca, por los que mi padre sentía especial devoción”.
En definitiva, serenidad, coherencia, responsabilidad, disciplina, amor a la juventud, se hacían fáciles en su cumplimiento de las virtudes militares. Y siempre había un sentido de la trascendencia con sentimientos religiosos, que le acompañaban, en casos concretos, como los Sagrados Corporales o el brazo de Santa Teresa. En el final de la contienda civil ordenó que el General Orgaz estuviera presente en Daroca con sus tropas a lo largo de la calle Mayor, y de la Torreta, para recibir la bendición de los Corporales. Unidad de España, unidad religiosa y fidelidad a la Iglesia. Sólo así un General de tan alta categoría y de inmensos servicios, pudo redactar fervorosamente su escueto testamento espiritual: los supremos intereses de la Patria, la justicia social, unidad de la patria, uniendo los nombres de Dios y de España, con referencia al Príncipe Juan Carlos, y siempre “Arriba España”.