Ángel Garralda
Con ocasión de la muerte del genocida Santiago Carrillo, bien fumado a los 96 años, se ha desatado un tsumani de alabanzas y hagiografías. Así navegan los surfistas en la cresta de la ola en casi todos los medios de esta democracia de la mentira. D. Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo, aprovechó con la valentía que le caracteriza, a sentenciar la trascendencia histórica del personaje con estas palabras:
“ Una vida inmisericorde se encuentra con Dios misericordioso. RIP Carrillo, y que intercedan por él los que por él fueron mártires de Cristo” Y punto, porque no se puede decir más y mejor con menos palabras.
“Una vida inmisericorde”, porque Carrillo aprendió ya de niño en Gijón aquellas consignas que Pablo Iglesias lanzó con odio satánico contra la Iglesia en el VI Congreso del PSOE en Gijón, cuando dijo: “Queremos la muerte de la Iglesia, cooperadora de la explotación de la burguesía; para ello educamos a los hombres, y así le quitamos conciencias. Pretendemos confiscarles los bienes. No combatimos a los frailes para ensalzar a los curas. Nada de medias tintas. Queremos que desaparezcan los unos y los otros.”
Estas consignas las llevó a la práctica Carrillo con todas las consecuencias. El mismo día, 7 de noviembre de 1936, que trepó al poder como Consejero de Orden Público, una vez que el último miembro del Gobierno de la República huyó de Madrid a Valencia, en vista de que las tropas de Franco se habían asomado a la Ciudad Universitaria muy cerca de la Cárcel Modelo.
Ese día 7 de Noviembre comenzaron las grandes sacas en la Modelo. Los altavoces en manos de Serrano Poncela, Delegado de Orden Público, el segundo de a bordo de Carrillo, y a sus órdenes, suenan a las tantas de la noche aturdiendo a los miles de presos, que, apenas podían conciliar el sueño, distribuidos en los pabellones de militares, falangistas, curas y gente de derechas Era terrible escuchar aquel bando: “¡Atención, atención!: todos los que van a ser nombrados bajen con todas sus pertenencias”. Y sé por un testigo presencial, el General de Ingenieros, Excmo D. Julio Poveda Mena, entonces cadete de 22 años, preso en la misma celda de Muñóz Grandes, que la lista interminable, hasta 700 en una noche, era un suplicio de infierno.
Bajaban los nombrados, les quitaban las pertenencias, les ataban las manos a la espalda y… a los autocares sin juicio previo, sin abogado defensor, sin oírles en su defensa, camino del matadero a Paracuellos del Jarama. ¿Quién el máximo responsable? El “inmisericorde” Carrillo. Lean a Ricardo de la Cierva en “Carrillo miente”, donde la verdad es inapelable. Así salieron de las cárceles Modelo, Las Ventas y S. Antón miles de inocentes camino del martirio, desde el 7 de noviembre al 4 de diciembre del 36, fecha en que Carrillo fue destituido por Miaja.
Este es Carrillo, el que nunca piso un parapeto; el que a la hora de la derrota huyó como alma que lleva el diablo, dejando a todos los suyos en la estacada; el que, en los años cuarenta, lanzó a los maquís por el Pirineo, engañándoles con la garantía de que en cuatro días conquistaban Zaragoza, mientras él divisaba con sus prismáticos, detrás de la frontera, la ida y la vuelta a los cuatro días derrotados, sin poder atravesar los valles fronterizos de Navarra.
Pues bien, la Iglesia de Cristo, con entrañas de madre, ha escrito por boca de D. Jesús Sanz Montes el epitafio más bello y perdonador de la moral cristiana: que descanse en paz Carrillo y que los que por él fueron mártires de Cristo intercedan por él en el momento del encuentro de su vida inmisericorde con el Dios misericordioso.
Al día siguiente, el portavoz de IU como entendiendo no entiende de perlas evangélicas, le salió al paso en la prensa pidiéndole que no se inmiscuya en “los asuntos terrenales” “exigiéndole que se dedique a lo suyo”, como si lo suyo no fueran el deseo supraterrenal de la salvación de Carrillo, además de ser conciencia crítica de la sociedad ante la trascendencia histórica de la verdad de Paracuellos del Jarama donde, respondió diciendo: “alguna responsabilidad tuvo” el personaje en cuestión.