El Barça ens roba, por Jesús Lainz

 

Jesús Láinz

Somatemps

 

 

Allá por 1987, en memorable rapto de mentecatez ideológicamente causada, a Manuel Vázquez Montalbán se le ocurrió otorgar al Barça la categoría de “ejército de un país desarmado”. Y cada vez que este ejército ganaba al Real Madrid, convertido al parecer en ejército del Estado Estatal, “Cataluña se resarcía un tanto de todas las guerras civiles que ha perdido desde el siglo XVIII” y compensaba “trescientos años de humillaciones históricas”.

 

Aunque tampoco viene mal una derrota de vez en cuando, “a ser posible propiciada por los árbitros, para recuperar ese retrato de víctima privilegiada”. Pues no es moco de pavo que Cataluña pueda remozar de vez en cuando tan alto privilegio ratificando, mediante esas derrotas injustas, “su condición metafísica de pueblo perdedor, de pueblo desgraciado, sometido al yugo tiránico de las hordas centralistas“.

 

Por la boca muere el pez: “Víctima privilegiada”. No pudo elegir Vázquez Montalbán mejor adjetivo, vive Dios. Porque, efectivamente, si el Barça sigue existiendo hoy fue en buena medida por la graciosa voluntad de aquel gran benefactor de Cataluña que se llamó Francisco Franco.

 

Por ejemplo, el ejército catalán se salvó de la bancarrota gracias a que en agosto de 1965 el Caudillo firmó manu militari –nunca mejor dicho– la recalificación de los antiguos terrenos de Les Corts, que pasaron a ser edificables y cuyo notable aumento de precio permitió al club pagar las inasumibles deudas contraídas en la construcción del Camp Nou. Su solemne inauguración en 1957, por cierto, gozó de todos los sacramentos eclesiásticos, ministeriales y falangistas posibles, y estuvo plagada de banderas españolas, himnos que nadie pitó, trajes populares, barretinas y sardanas, esa danza que, como explicó el NODO en la prohibidísima y perseguidísima lengua catalana, “és la dansa sencera d’un poble que estima i avança donant-se les mans”.

 

Lo que sí es cierto, y se trata de un mérito que sería injusto olvidar, es que el Barça puede presumir de haber sido el único club de fútbol español que no concedió a Franco una medalla de oro. Porque le concedió dos. La primera en 1971, pues, gracias a la influencia de Joan Gich Bech de Careda, exdirectivo del Barça y a la sazón delegado nacional de Educación Física y Deportes, presidente del Comité Olímpico Español, consejero nacional del Movimiento y procurador en Cortes, el gobierno concedió al club a fondo perdido cuarenta y tres millones de pesetas de las de entonces para la construcción del Palau Blaugrana y el Palacio de Hielo. Por los favores prestados, recibieron la medalla de oro el propio Gich, el ministro secretario general del Movimiento, Torcuato Fernández-Miranda, y el jefe del Estado, Francisco Franco. Y tres años después, para conmemorar el 75º aniversario del club, la junta directiva se trasladó al palacio de El Pardo para entregarle la segunda.

 

Aprovechó el comunista caviar Vázquez Montalbán aquella ocasión para denunciar que “el franquismo prefería que las masas gritaran en los estadios, los domingos de cinco a siete de la tarde, a cambio del silencio en las calles durante los días laborables”. ¡Tremenda perfidia la de aquel régimen por alienar al proletariado con droga deportiva los domingos de cinco a siete! ¡Miedo da pensar en lo que podría haber logrado con las herramientas de las que dispone el régimen actual, en el que dicha droga, multiplicada por un millón, es inoculada en las conciencias a través de estadios, televisiones, prensa, radios e internet siete días a la semana y veinticuatro horas al día!

 

Parece improbable que alguien ose negar la evidencia de que el maestro insuperable en estos asuntos de la futbolcracia es el Barça, ese club deportivo que no desaprovecha oportunidad para entrometerse en política. Su última acción, por el momento, ha sido informar de que se adhiere al Pacte Nacional pel Referèndum, la campaña de adhesiones para recoger el apoyo de instituciones, entidades, electos y particulares, de dentro y de fuera de Cataluña, para la celebración de un referéndum sobre el futuro político de Cataluña.

 

Cada uno puede decidir lo que le dé la gana, naturalmente, pero quizá conviniese ir reclamando a ese club que presume de ser más que un club que, antes de cerrar la puerta por fuera cual criada respondona, devuelva los muchos dineros, salidos de los impuestos de todos los españoles, recibidos de la generosidad del régimen franquista.

 

Y así, una vez liberado de deudas, podrá seguir dándole al manubrio de ese nacional-futbolismo con el que tanto goza.

 

¡Franco, Franco, Franco! ¡Arriba el Barça!


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