El Caudillo contra el coronavirus y por España, por Francisco Bendala

Francisco Bendala

El sistema sanitario español que hoy, heroicamente, lucha contra la pandemia del coronavirus, se debe al Caudillo. Sí, hoy, todavía hoy, en 2020, España puede hacer frente a esta plaga gracias a quien desde hace cuatro décadas es denostado, precisamente, por los que, aún disponiendo de los recursos por él realizados, no han sabido ponerlos eficazmente al servicio del pueblo español como éste se merece. Y es que dicho sistema sanitario, aún hoy, repetimos, se debe, en su inmensa mayoría, al Generalísimo.
Una red de hospitales y centros asistenciales emblemáticos aún no superada; la mayoría de su normativa legislativa sanitaria en vigor –o, al menos, su esencia y espíritu–; así como la fructífera e ingente labor bajo su gobierno de muchos de los españoles de aquel tiempo, siguen vigentes permitiendo hoy hacer frente a esta terrible pandemia. La Ley General de Sanidad socialista de 1986 es hija directa de las de asistencia y beneficiencia de Franco; la mayoría de los grandes hospitales públicos que aún ostentan los máximos niveles de atención y eficacia fueron construidos durante la etapa de gobierno del Generalísimo; los ilustres médicos de entonces son todavía referente en las universidades de medicina; hasta el MIR fue ideado y puesto en marcha durante su mandato. ¿Qué sería de nosotros ahora sin lo que el Caudillo levantó?
Ya en 1939, consecuencia del Fuero del Trabajo de 1937, en plena guerra, Franco aprobó la creación del Seguro Obligatorio de Vejez e Invalidez, el de Silicósis y el Reglamento de Seguridad e Higiene en el Trabajo, primeras y tempranas piedras –seguidas por la creación del Seguro Obligatorio de Enfermedad (SOE), transformado en norma por el Ministerio de Trabajo en época tan difícil como 1942– del impulso del sistema sanitario universal y gratuito español que en tan sólo una década sería ya modelo en una Europa arrasada aún por la resaca de la II Guerra Mundial y que ni de lejos soñaba con algo parecido; lo dicho fue incluso reconocido, entre otros personajes nada sospechosos, por el socialista Ciriaco de Vicente en 1979.
Entre otras novedades de tal norma, que bebía, bien que superándola, de otra de 1900 –Franco, jamás sectario, nunca tuvo inconveniente en recoger lo bueno de sus antecesores, también los de la II República–, contemplaba ya la asistencia sanitaria por enfermedad de los trabajadores, incluido todo lo concerniente a la maternidad de sus esposas; fue siempre obsesión del Caudillo terminar con la espantosa mortalidad de niños de siempre endémica en la España de entonces y de antes. Dato importante es que, en seguida, la Caja Nacional del Seguro de Enfermedad se dotaba con ocho millones de pesetas, uno de los mayores presupuestos de entonces, gracias a las cuotas de los afiliados.
La ingente labor social de Girón de Velasco como ministro de Trabajo de 1941 a 1957, con Franco como presidente del Gobierno, dio como fruto numerosas disposiciones referentes a la mejora de la seguridad social y laboral, así como sanitarias, las cuales, refundidas en 1963, dieron a su vez lugar a la Ley de Bases de la Seguridad Social y, al poco, al Instituto Nacional de la Salud (Insalud); desde 1978 Instituto Nacional de Gestión Sanitaria (Ingesa). Lo de cambiar nombres a partir del fallecimiento del Caudillo, como lo de quitar las placas de sus múltiples realizaciones, deja aún más evidencia no sólo la permanencia de su obra, sino la villanía de los que de manera tan infame intentan desacreditarla sin poder hacerlo.
En 1944 se creó la Comisión de Encale encargada de elaborar el Plan de Instalaciones del Seguro que iba a dar lugar a la extensa y ejemplar red de hospitales, a los cuales acuden hoy los afectados por el coronavirus. Dicho plan contempló en sus inicios la construcción de 148 hospitales quirúrgicos, 3 de ellos de 1.000 camas, 45 de 300 camas y 100 hospitales de 50 camas. Además, se preveía la construcción de 3 hospitales psiquiátricos de 750 camas y 10 de 250 camas, un número indeterminado de casas de convalecientes para instalar en ellas 3.600 camas y 4.150 camas en hospitales de enfermedades infecciosas; la mayoría de estas últimas para combatir la persistente y endémica pandemia de la tuberculosis, combate iniciado ya durante la guerra por expreso deseo de Franco creando durante ella el Patronato Nacional de Lucha contra la Tuberculosis.
El resultado de aquella primera fase, así como de las que le siguieron, fue espectacular, superando todas las expectativas, porque para 1963 el Caudillo y su generación habían logrado construir y poner en funcionamiento a lo largo de nuestra geografía nada menos que 606 hospitales públicos de los cuales: 173 eran municipales, 56 del Instituto Nacional de Previsión, 45 de la Secretaría General del Movimiento, 102 de las Diputaciones, 49 del Patronato Nacional Antituberculoso y de las Enfermedades del Tórax, 83 de la Dirección General de Sanidad, 4 en Fernando Poo, 11 en Río Muni y 5 en el Sáhara Español todos ellos de Presidencia del Gobierno, 48 militares y 30 de otros organismos. Todo un record, y esto es muy importante, teniendo en cuenta que se había realizado en 25 años de los cuales la primera década y media estuvo presidida por la II Guerra Mundial y el aislamiento impuesto por la ONU, así como por haber quedado España fuera del Plan Marshal del que se benefició toda Europa Occidental. Entre los más importantes de aquellos hospitales estaban, y siguen estando, el de Cruces de Bilbao (hoy Residencia Sanitaria Enrique Sotomayor) y el Valle de Hebrón de Barcelona, ambos inaugurados en fecha tan temprana como 1955.
Y ahora un paréntesis, porque hay también que recoger que el buen gobierno del Caudillo propició las condiciones económicas necesarias que hicieron que para ese mismo año de 1963 la red de hospitales privados alcanzara la cifra de 1.040, de los cuales netamente privados eran 799, de la Iglesia 93, de la Cruz Roja 38 de beneficiencia particular105, más otros 5 varios.
La relación de los públicos, repetimos que de 1963, no se interrumpió, sino que siguió creciendo hasta el fallecimiento del Caudillo, debiendo incluir en ella las grandes joyas de su eficacísima etapa de Gobierno también en este aspecto sanitario que fueron las denominadas “ciudades sanitarias” –a imagen de los “mares” dado a los superpatanos de la misma época– que fueron: La Paz (inaugurado en 1964), el Francisco Franco, hoy Gregorio Marañón (inaugurada en 1968), el 1º de Octubre, hoy 12 de Octubre (inaugurada en 1972) y el Ramón y Cajal “Piramidón” (inaugurado en 1977), de todos los cuales podríamos llenar páginas cantando sus excelencias, bastando decir que fueron modelo y envidia de la sanidad europea y hoy lo siguen siendo de la española. Lo del cambio de nombres ya lo hemos hecho notar anteriormente.
Pero dicha red asistencial, en la que no hemos incluido la imnumerable de ambulatorios y Casas de Socorro, de nada hubiera servido si no hubiera incluido una altísima profesionalidad de parte de los médicos y sanitarios que servían en ellos, y que aún lo hacen, como podemos comprobar en estos aciagos días.
Fue desde el primer instante obsesión del caudillo y de sus diversas autoridades lograr una completa y eficacísima formación de aquellos, proceso que contó en sus comienzos con unas facultades de medicina en las que impartían docencia los mejores especialistas del momento, reputados internacionalmente, apoyados en un estricto y exigente plan de estudios que no daba tregua a los vagos y cara duras.
Culmen de lo anterior fue la creación en la década de los años 60 de la nueva joya de la sanidad española que aún hoy pervive intacta: el Médico Interno Residente (MIR), idea importada de Estados Unidos por varios doctores españoles en 1963 a su regreso tras asistir a varios cursos de formación, los cuales crearon en el Hospital General de Asturias una denominada Comisión de Residentes y Enseñanza, experiencia asumida con gran decisión en 1964 por el doctor José Mª Segovia de Arana, que la implantó en el hospital Puerta de Hierro de Madrid, ayudado por los doctores Rojo y Figuera Aymerich. Iniciativa que se hizo general ya en 1967, si bien la orden oficial de creación de tan importante sistema es de Diciembre de 1977.
Muchísimo más podríamos añadir, pero el espacio no da para ello, tan sólo un último apunte: el primer Reglamento de Policía Sanitaria Mortuoria data de 1974, o sea, también de la etapa de gobierno del Generalísimo; si bien ha sido posteriormente actualizado incluyendo en él nuevas enfermedades entonces desconocidas como el ébola.
Toda esta ingente labor por mejorar la sanidad de los españoles trajo consigo ese espectacular crecimiento de nuestra población, la disminución de los fallecimientos y el logro de una salud muy superior a la de cualquier otro periodo de nuestra historia. Toda esa inmensa labor sigue hoy dando sus frutos, aunque no se quiera reconocer, cuando los españoles afectados por la pandemia del coronavirus acuden en masa a los centros hospitalarios creados por Franco y su generación que siguen vigentes. Toda esa gran labor debería hoy ser reconocida por los infectados y los que no lo están, pues es de bien nacidos ser agradecidos, algo propio de los españoles honrados, decentes y trabajadores, que, a pesar de lo que vemos, creemos que son la mayoría.


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