El español y España

  
 
Vicente García Dolz
Coronel de Intendencia del Aire (R)    
 
 
 
   El español se ha pasado la vida preguntándose por España, de Quevedo a Menéndez Pelayo, o de Unamuno a Laín. Por la Cuesta de Moyano hay miles de libros viejos que hablan sobre España. Antes España existía porque salía en el NO-DO. Ahora parece seguir existiendo porque sale en la televisión, junto con los escándalos de corrupción. Ortega se preguntaba angustiadamente: <<Dios mío, qué es España>>. Unamuno, existencialista él, confesaba su dolor: <<Me duele España>>. Años después, un chusco cínico le respondía; <<A quien le duela España, aspirina>>. José Antonio Primo de Rivera, el último idealista romántico, decía que <<España es una unidad de destino en lo universal>>. Fue fusilado por decir esas cosas y por escribir artículos como el de La Gaita y la Lira, una loa para la Patria grande y contra las patrias locales y pequeñas. Alicia, diestra en lenguas clásicas y en Psicología, me ha dicho que para cada español España es lo que le conviene y le interesa. Según ella, habría tantas Españas como españoles. Alicia entenderá los viejos latinajos romanos, referentes a la Patria: <<Patria est, ubicumque bene est>> (versión utilitaria de la Patria), y <<Ubi Patria, ibi libertas>> (versión libertaria de la Patria>. Naturalmente, pido perdón por utilizar latinajos, uso propio de los pedantes (que no creo ser, al menos en demasía). Además, el segundo significado de pedante es <<el que va por las casas enseñando la Gramática>> (lo cual tampoco hago).      
 
   Los latinajos están tan desacreditados como el concepto de Patria. La prueba es que sólo los militares ponen en sus cuarteles la bandera y la leyenda TODO POR LA PATRIA. En realidad, la bandera de España aparece también en las Delegaciones de Hacienda. Para los gobernantes, la bandera en las Delegaciones de Hacienda significa TODO POR LA HACIENDA PÚBLICA. Así se dota de un poco de patriotismo a la voracidad recaudatoria. Somos ciudadanos porque pagamos a Hacienda.     
 
   En las escuelas se ha suprimido la bandera para no “militarizar” a los niños, porque hay quienes entienden que la bandera es militarismo. En realidad, se ha asnarizado a niños y  jóvenes. Nada de banderas, nada de crucifijos. La escuela ya es bastante musulmana y un lugar de buen rollito para “la convivencia”. La prueba es que al salir de clase proliferan los botellones juveniles, buena convivencia alcohólica.     
 
   El español joven ya no sabe qué es España. Entre las recetas para atajar la corrupción, los españoles “entendidos” han propuesto mucha farmacopea judicial (la recuperación del delito de malversación impropia, por ejemplo) y política (listas abiertas, por ejemplo)… pero pasaba casi desapercibida la fórmula para transformar el país: la educación, educar el valores (no adoctrinar en educaciones para la ciudadanía), recuperar el sentido de honorabilidad y el tesoro del conocimiento, el que recibimos en el anterior Bachillerato, el de antes de la LOGSE. Ciertos politicastros sumieron a dos generaciones de españoles en la hipnosis del pan y fútbol, panem et circenses (la vieja fórmula para sedar a las masas). Tres décadas después tenemos a una sociedad sofronizada y privada de resortes intelectuales y morales. Así se han conseguido españoles que desconocen España. En Un Mundo Feliz les suministraban soma. Aquí se les enchufa a la Belén Esteba en la tele y en paz. El truco consiste en cortar de cuajo la funesta manía de pensar. Los socialistas han sido unos maestros… no se borran tan fácilmente cien años de marxismo con su fijación por los mundos felices. Pero la derecha también es responsable por omisión. Tuvo tiempo de devolver la educación a sus legítimos propietarios: los padres, y les pilló el toro… la clave no es la informática ni el Inglés, sino los valores. La clave no es cometer injusticias nosotros mismos. Pero tal cosa no interesa a los politicastros, que han utilizado las leyes educativas como cloroformo para impedir que la plebe piense y descubra el pastel. Y así no habrá nunca españoles ni España.     
 
   Los más viejos seguimos creyendo en España, pero a veces como superstición. El francés jamás se pregunta por Francia. Si tuviera que definir al español, yo diría que es un supersticioso de España, para bien y para mal. Los españoles aún suelen entender mejor España hacia dentro, de Unamuno al pueblo de Madrid que se fue a los toros en la tarde de 1898. España, esta España que todavía nos fanatiza (a los que tenemos más de medio siglo de existencia), si lo miramos bien, se reduce a nuestra agenda del teléfono móvil y a dos docenas de amigos. Más allá, España es terra incógnita, que tampoco nos importa mucho.     
 
   Al español nunca se le ha explicado a España como territorio, sino como superstición. La legendaria precariedad individual de los hidalgos se ha compensado con una grandeza genérica, histórica, con una demagogia heráldica, por la cual todos los españoles éramos grandes de España aunque no lo éramos ninguno, en consecuencia. Lo decía Proust, en su gran libro, queriendo degradar a un personaje: <<Está acabado. Sólo sale con grandes de España>>.     
 
   Finalmente, hay españoles muy listillos –los separatistas– que quieren seguir cobrando el dinero de los demás españoles, amenazando con una independencia que jamás podría producirse, entre otras razones porque no la desean de verdad. Prefieren seguir chupando del bote.
 
 
 
 
 
 

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