Vicente García Dolz
Frente a la puerta principal de la Academia de Caballería, en Valladolid, hay un grupo escultórico de Benlliure, formado por cinco jinetes de diversas épocas de nuestra historia militar. Uno de ellos se lanza a la carga con el rostro crispado, blandiendo un sable. Pues bien: los vallisoletanos han robado varias veces la hoja del sable de este soldado de metal. Las autoridades de la Academia han tenido que proteger el grupo escultórico con una valla metálica de agudas puntas. Hasta Lola me dijo varias veces que ella quería ese sable, o su hoja. Para satisfacer los deseos castrenses de Lola –era vallisoletana– le regalé dos bonitos sables, sujetos en una panoplia de paño rojo.
El catalán Ramón Casas, en su cuadro La huelga, pintó un guardia civil a caballo, cargando, sable en ristre, contra los huelguistas. Empleaba el sable para golpearles de plano, no con el filo del arma, naturalmente. Unamuno criticó tal uso del sable, afirmando que tal arma no debiera emplarse para golpear de plano, sino con el filo, pues el sable existe para cometidos bélicos, no para las relaciones laborales. En consecuencia, las fuerzas de orden público acabaron golpeando al personal con porras, no con sables.
La última vez que los soldados emplearon sables en el combate fueron los de la caballería nacional del general Monasterio, en nuestra última guerra civil. Luego, los sables y espadones quedaron en las tiendas de artículos toledanos, para satisfacer el deseo oculto del español, que es el de poseer un sable o espadón. Si los norteamericanos quieren tener armas de fuego para sus escabechinas en los colegios infantiles y en los cines, el deseo de los españoles es el de tener un sable, pues aunque somos un pueblo muy antimilitarista, somos muy guerreros. Lo más opuesto al militar es el guerrero.
Luego, en la transición, los periodistas hablaban del “ruido de sables”, cuando los militares se cabreaban en los cuarteles, verdaderamente o no.
El Quijote, nuestra biblia nacional, es un libro militar (o guerrero, mejor dicho), el libro de un hombre que se sueña, militar de entonces y por libre. Don Quijote constituye por sí mismo todo un ejército. Un ejército que consta de él solo y, todo lo más, de Sancho Panza como pechero que nunca da el pecho. Claro, que Cervantes, antiguo soldado, ironiza sobre el militarismo de su personaje. Algunos idealistas literarios hablaron de “desmilitarizar el Quijote”, pero Cervantes fue lo suficiente y necesariamente ambiguo como para que esa desmilitarización nunca fuera del todo posible. Y cabe preguntarse si el militarismo nacional nace del famoso libro o si el famoso libro es consecuencia de nuestro espíritu guerrero. Según la Historia, los pueblos labradores se fincan en determinado lugar y no hacen guerra o, todo lo más, una guerra defensiva. Los pueblos nómadas, pastoreadores, cazadores, son los que viven en guerra y trashumancia. Hay que pensar que cuando nació el diálogo Norte-Sur, con la invasión de las gentes del Norte, quienes llegaron a la Península Ibérica fueron grupos de la segunda condición. Y de ahí el carácter litigioso de todo lo que pasó en España hasta que se constituyera como tal, y de lo que ha sucedido después. De ahí, asimismo, el culto al guerrero, al caballero andante, al militar romántico, al caudillo providencial, cultos todos ellos que parecen muy nuestros. Aquí, los grandes ingenios del Sigo de Oro fueron clérigos o militares. O funcionarios los menos afortunados, como Cervantes (que quizás por ello sueña y crea un caballero armado). Quevedo, ya que no militar, es muy militante, en favor del de Osuna o en contra del de Olivares. Pero siempre con la espada en la mano. O con la pluma, que aún cortaba más.
Poco educado en liberalismos y democracias, este pueblo ha tenido siempre un respeto como irracional por el sable. Claro, que el sable se ha impuesto con frecuencia en nuestra Historia, aunque el maridaje pueblo-milicia es aquí más complejo que una mera imposición. Hubo un tiempo en que sólo era otra cosa el que no podia ser militar. Y más que la vocación numerosa por la milicia, que llegó a tener gran rango social, nos interesaría estudiar la impregnación de militarismo en la vida civil o, dicho de otro modo, la evidencia del cuartel como generador de fórmulas viviles de convivencia. Pero Aznar, el que hablaba en catalán en la intimidad, obedeció a Jordi Pujol y se pusieron de acuerdo para suprimir el servicio militar. Y se acabaron las impregnaciones mencionadas. Naturalmente, los jóvenes dejaron de acostumbrarse a madrugar un poco y a obedecer a sus jefes, ya no sólo en el cuartel, sino en el trabajo. Aquello resultó desastroso. Lo estamos pagando ahora, en plena crisis no sólo económica, sino de valores. La misma España es discutida y discutible. ¡Si Cervantes y Quevedo levantaran la cabeza!…
José Antonio Primo de Rivera dijo que la vida es milicia. Pero ya nada es milicia, ni espíritu de sacrificio, ni sables, ni nada de nada. La vida de ahora es una juerga porrera, alcoholizada y nihilista.
En los demás países de la vieja Europa también se creía en el sable. Pero Shakespeare monta todo su teatro como denuncia y denigración de los reyes de Europa, Inglaterra incluída. Aquí, Lope y Calderón urden su teatro para justificar a esos reyes. Hay en España, sin duda, a través de su Historia, más superstición del sable que en otros países.
Evaristo de San Miguel, Prim, O´Donell, Serrano, Espartero, Narváez (El Espadón de Loja), Zumalacárregui… sables de la panoplia liberal y sables de la panoplia reaccionaria, o incluso carlista. Esta ambivalencia del sable es lo que más justifica a todos. Unos se redimen con los otros. El sable nacional era el acero imparcial que cortaba el nudo gordiano de las grandes ataduras circunstanciales. Ser militar era lo más español que se podía ser. Un arquitecto, un juez, un comerciante, un periodista, un científico, un político incluso, se encontraban como disminuídos ante ese Quijote con galones y sable que era el militar. Todo esto ha decaído incluso en lo matrimonial. Es mejor casarse con un ejecutivo multinacional. Hemos pasado del erotimo del sable al erotismo de la jet, igualmente priápicos. Y ha decaído en las mujeres, que son las únicas que han hecho su revolución en España, aunque el modelo castrense sigue vivo y oculto en las almas de muchos varones. Sigue habiendo miles y miles de españoles que sueñan con tener un sable del abuelo en el vestíbulo de su casa, entre la orla univesitaria y las fotos de los niños.
Hace poco, en España, el grupo civil más cercano a lo militar era el político. Todo político,de derechas o de izquierdas, era un militar sin sable (visible). Ahora, todo político ya no es nada, excepto sospechoso de ladrón (por algo será). Los españoles ya están hartos de los políticos, quizás porque han renunciado a su deseo oculto de poseer un sable.